[caption id="attachment_15162" align="alignleft" width="1024"] (foto: Nicolay Pandev/iStock de Getty Images)[/caption]
La crisis ha asestado un golpe especialmente duro a las pequeñas y medianas empresas (pymes), provocando enormes pérdidas de empleo y dejando otras cicatrices económicas. Entre ellas —menos obvias, pero no por eso menos graves— está el creciente poder de mercado de empresas dominantes, que se están afianzando aún más mientras los rivales más pequeños pierden terreno.
La experiencia y los estudios del FMI demuestran que un poder de mercado excesivo concentrado en manos de unas pocas empresas puede lastrar el crecimiento a mediano plazo, sofocando la innovación y frenando la inversión. Ese desenlace podría socavar la recuperación tras la crisis de la COVID-19 y obstaculizaría el avance de muchas empresas incipientes en un momento en que su dinamismo es urgentemente necesario.
Hoy es más importante que nunca emparejar el campo de juego. Y los gobiernos tendrán que hacerlo en un amplio abanico de sectores, desde las destilerías hasta el mundo digital, pasando por los hospitales.
Un nuevo estudio del FMI muestra que están en alza indicadores críticos del poder de mercado: los recargos aplicados al costo marginal o la concentración de ingresos entre las cuatro entidades más grandes de un sector. Estimamos que, debido a la pandemia, esta concentración podría aumentar en las economías avanzadas en la misma medida que en los primeros 15 años de este siglo o incluso más. Incluso en las industrias que se beneficiaron de la crisis, como el sector digital, los operadores dominantes están entre los principales ganadores.
¿Está por agravarse una tendencia de varias décadas?
El aumento del poder de mercado motivado por la pandemia en múltiples sectores exacerbaría una tendencia que arrancó hace más de cuatro décadas. Por ejemplo, los recargos de los precios internacionales han aumentado más de 30%, en promedio, entre las empresas cotizadas en bolsa de las economías avanzadas desde 1980. Y en los 20 últimos años, ese aumento fue el doble en el sector digital comparado con el resto de la economía.
De más está decir que las pingües utilidades siempre han sido la recompensa natural de las empresas que lograron desplazar a otras mediante innovación, eficiencia y mejor servicio. Basta pensar en cómo Ikea transformó la manera en que compramos muebles, o Apple, el mercado de los móviles.
Sin embargo, últimamente observamos crecientes indicios en muchas industrias de que el poder de mercado se está arraigando debido a la falta de competencia fuerte para las empresas dominantes. Estimamos que, en diferentes sectores, las empresas con los recargos más elevados en un año determinado (decil superior) tienen casi 85% de posibilidades de seguir aplicándolos el año siguiente; esa cifra es alrededor de 10 puntos porcentuales más alta que durante la era de la «nueva economía» en la década de 1990.
Las grandes empresas tecnológicas son un ejemplo claro: las que desplazaron a sus rivales y trastocaron el mercado hace dos décadas se están transformando en operadores dominantes que hoy no enfrentan la misma competencia por parte de compañías nuevas. Los efectos vinculados a la pandemia están exacerbando poderosas fuerzas subyacentes como los efectos de red y las economías de escala y alcance.
La influencia de las fusiones y las adquisiciones
En múltiples industrias, observamos una tendencia decreciente del dinamismo empresarial. Por ejemplo, hay fabricantes jóvenes que no pueden ir más allá del mercado local, o minoristas nuevos que no puede ofrecer los precios de un rival grande que vende provisionalmente a pérdida para impedir la entrada de competidores en el mercado.
Son oportunidades perdidas en términos de crecimiento, creación de empleos y aumento de los ingresos. Nuestro estudio muestra que algunas empresas controlan los sueldos en los mercados laborales, pagándoles a los trabajadores menos de lo que justifica la productividad marginal.
Un factor que contribuye a estas tendencias es el auge de la fusión y la adquisición de empresas, especialmente por parte de empresas dominantes. Si bien esa actividad puede recortar los costos y mejorar los productos, también erosiona los incentivos para la innovación y le da a una empresa mano más fuerte para subir los precios. Una determinación preocupante de nuestro análisis es que la actividad de fusión y adquisición por parte de operadores dominantes contribuye a la pérdida de dinamismo empresarial en todo un sector, ya que provoca una disminución del crecimiento y del gasto en investigación y desarrollo entre todos los competidores. Se trata de algo particularmente preocupante en un mundo de escaso crecimiento de la productividad.
Implicaciones para las autoridades
Entonces, ¿qué pueden hacer los gobiernos? Desearíamos resaltar cinco prioridades, cuya importancia varía según la jurisdicción.
Primero, las autoridades en materia de competencia deberían ser cada vez más vigilantes a la hora de controlar las fusiones. Los criterios para examinar una operación de ese tipo deberían abarcar todos los casos pertinentes, incluidas las adquisiciones de sociedades pequeñas que podrían transformarse en competidores de las empresas dominantes. Por ejemplo, Alemania y Austria fijaron hace poco niveles mínimos basados en el precio de la operación, además de los basados en el volumen de ventas. Las evaluaciones de decisiones anteriores sobre fusiones también podría contribuir a la aplicación más eficaz de las reglas de competencia.
Segundo, las autoridades en materia de competencia deberían hacer cumplir de manera más activa las prohibiciones relacionadas con el abuso de posición dominante y lanzar más investigaciones de mercado para sacar a relucir comportamientos perjudiciales sin que medie una denuncia de violación de la ley. En 2018, una investigación australiana de la industria láctea ilustró los beneficios: llevó a mejoras obligatorias de las prácticas de contratación entre productores y procesadores.
Tercero, es necesario redoblar los esfuerzos por garantizar la competencia en el mercado de insumos, incluido el del trabajo. En ese sentido, sería beneficioso velar por el estricto cumplimiento de reglas que impidan a las empresas pactar «prohibiciones de caza» de los empleados de un rival. Las cláusulas inhibitorias de la competencia en algunos contratos de trabajo minoristas y de alimentación rápida también ponen trabas a los empleados que desean pasarse a un puesto mejor remunerado, algo que guarda especial relevancia para los trabajadores menos calificados.
Cuarto, las autoridades encargadas de la competencia estarían facultadas para mantenerse a la par de la economía digital, donde el auge de los datos masivos y la inteligencia artificial está multiplicando la ventaja de las empresas firmemente establecidas. Facilitar la portabilidad de los datos y la interoperabilidad de los sistemas puede facilitar la competencia por parte de empresas nuevas. Como precedente de la manera en que la regulación puede hacer posible el cambio y mejorar el bienestar de los consumidores, basta recordar cómo promovió la competencia la Unión Europea hace dos décadas al darles a los clientes el derecho de conservar el número del móvil al pasarse de operador.
Por último, los recursos son importantes. En Estados Unidos, por ejemplo, el presupuesto combinado de la Comisión Federal de Comercio y la División Antitrust del Departamento de Justicia se redujo aproximadamente a la mitad en las últimas cuatro décadas, como proporción del PIB. En muchas jurisdicciones, posiblemente se necesite inversión para apuntalar los conocimientos especializados en determinados sectores en medio de un rápido cambio tecnológico. El Reino Unido anunció hace poco una nueva Unidad de Mercados Digitales que regirá el comportamiento de plataformas dominantes como Google y Facebook.
Indicios prometedores de brotes verdes
Un hecho alentador es que grandes economías como la Unión Europea y Estados Unidos ya han puesto en marcha exámenes activos de los marcos de competencia. Se trata de una oportunidad imperdible. Las autoridades deben actuar sin demora para evitar otro aumento drástico del poder de mercado que podría mantener frenada la recuperación.
La crisis transformará nuestras economías a través de cambios estructurales profundos que deberían generar una ola de empresas jóvenes y dinámicas capaces de innovar y crear empleos de calidad. Se merecen un campo de juego parejo y una buena oportunidad de triunfar.
También es importante brindar a las pymes una política de apoyo más amplia, ya que muchas sociedades pequeñas no han podido beneficiarse de los programas públicos pensados para ayudar a las empresas a acceder al financiamiento durante la pandemia. A medida que la recuperación se afiance y se retiren paulatinamente las políticas de respaldo, será aún más apremiante que las pymes viables tengan acceso al financiamiento, de modo que no queden más en desventaja frente a las empresas más grandes.