Hacia una globalización más integral -- Alocución pronunciada por Horst Köhler, Director Gerente del FMI
28 de enero de 2002
Hacia una globalización más integral
Alocución pronunciada por Horst Köhler
Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
Conferencia sobre la humanización de la economía mundial
Patrocinada por la Conferencia Episcopal Canadiense, el Consejo Episcopal Latinoamericano y la Conferencia Episcopal Estadounidense
Washington, 28 de enero de 2002
1. Su Eminencia Cardenal Law, damas y caballeros, distinguidos representantes de la comunidad religiosa y de la sociedad civil. Es para mí un honor tener la oportunidad de dirigirme a esta conferencia sobre la humanización de la economía mundial.
2. A pesar de que el debate crítico sobre la globalización ha cedido desde el 11 de septiembre, los temas trascendentales que plantea no han desaparecido y deben seguir ocupando un lugar central en el plano nacional e internacional. Los trágicos hechos de esa jornada sin duda han generado una mayor comprensión por parte del público y han hecho tambalear la sensación de seguridad que había llevado a muchos a ignorar lo que sucedía en otros países y sociedades, creyendo que ello no tenía consecuencia alguna.
3. La globalización —es decir, la integración de las economías y las sociedades a medida que caen las barreras para la circulación de ideas, personas, servicios y capitales— no es algo que simplemente se nos imponga sino que es el producto de una voluntad de cambio profundamente arraigada en la naturaleza humana: el deseo de mejorar nuestra existencia, de encontrar maneras nuevas y mejores de hacer las cosas, de ampliar nuestros horizontes, y de poder elegir con libertad. En el ámbito político, es reflejo de decisiones a favor de una mayor apertura, que en la mayoría de los casos han estado acompañadas de una consolidación de la democracia.
4. De hecho, la economía mundial estaba más integrada a fines del siglo XIX que hoy, pero una ola de nacionalismo y proteccionismo encarnizados, que propiciaron la depresión y la guerra mundial, puso freno a la globalización en la primera mitad del siglo pasado. Desde la segunda guerra mundial, la democracia y el libre mercado han cobrado fuerza nuevamente, sobre todo tras el final de la guerra fría. El resultado está a la vista: a lo largo de los últimos 50 años la libertad económica y política ha florecido a la par de la prosperidad. El ingreso per cápita mundial ha aumentado a más del triple, y el alfabetismo y la esperanza de vida han mejorado enormemente en la mayoría de los países. Entre los principales beneficiarios están las naciones en desarrollo, que albergan a la mitad de la población mundial. Atentos a las oportunidades que puso a su alcance la economía mundial durante las dos últimas décadas, estos países —entre ellos, Brasil, Chile, China, Corea, India y México— lograron duplicar su participación en el comercio internacional e incrementar el ingreso per cápita. Su experiencia demuestra que la integración a la economía mundial puede ofrecer grandes ventajas a los países en desarrollo.
5. Sin embargo, hay pruebas igualmente contundentes de que mucha gente ha quedado a la zaga. La disparidad entre los países más ricos y los más pobres es mayor que nunca. Alrededor de 3.000 millones de personas que tratan de subsistir con menos de US$2 diarios merecen la oportunidad de un futuro mejor. La pobreza no es solo la mayor amenaza a la paz y la estabilidad en el siglo XXI: es también el desafío más apremiante en la esfera moral.
6. Los problemas que aquejan al mundo no se resolverán tratando de dar marcha atrás y desandar el camino de la globalización. La integración a la economía mundial sigue ofreciendo oportunidades excelentes para contribuir al bienestar de la humanidad. Para materializar ese potencial, tendremos que esforzarnos por lograr una globalización más integral, que incluya a todos por igual y equilibre mejor los riesgos y los beneficios. Nos urge formular un concepto político del mundo unido, que inspire y oriente el proceso de globalización.
7. Antes que nada, la globalización exige cooperación, junto con instituciones que organicen las muchas formas que adopta. Para contar con el fiel compromiso y respaldo de todos los pueblos, esa cooperación debe estar basada en principios y reglas aceptados por todos. ¿Qué es lo más importante?
- Primero, todos los países deben confiar en que se prestará oídos a sus voces y a sus intereses. Retomando las palabras que Juan Pablo II dirigió a los dignatarios religiosos reunidos en Asís la semana pasada, el escucharnos los unos a los otros "sirve para disipar las tinieblas de la sospecha y de la incomprensión".
- Segundo, hay que confiar en que cada país asuma sus responsabilidades y tenga en cuenta las consecuencias que provocan sus actos en los demás.
- Tercero, las decisiones que se adopten en el ámbito internacional deben respetar las atribuciones nacionales y locales, las religiones, culturas y tradiciones. En este sentido, la Iglesia Católica puede liderar en la construcción de puentes de tolerancia entre los pueblos y las religiones. Siempre que sea posible, el accionar a nivel mundial debe partir de una base de inclusión, amplia participación e iniciativa local.
- Por último, una economía mundial necesita una ética mundial, en la que encuentren eco tanto el respeto de los derechos humanos, como la aceptación de la responsabilidad personal y social. Cualesquiera fueren sus creencias religiosas, los seres humanos que conviven dentro de una comunidad siempre han reconocido y seguido principios morales comunes, como el de ayudar al menos afortunado y el de proteger al desamparado. A medida que se estrechan la integración y la interdependencia a escala mundial, se extiende el ámbito en el cual esos principios fundamentales encuentran la posibilidad de articularse.
8. A mi parecer, las instituciones de Bretton Woods —el FMI y el Banco Mundial— forman parte del movimiento en pro de una globalización más integral. En 1944, fueron creadas con el propósito de ayudar a recuperar los beneficios de la integración mundial e infundirles permanencia mediante el fomento de la apertura, la confianza y la cooperación internacional. Pese a todas las críticas de las que han sido objeto, si estas instituciones no existieran, habría que inventarlas. Ambas persiguen un objetivo común: promover una prosperidad ampliamente compartida, con una división del trabajo fructífera y una cooperación estrecha que les permita ser más eficaces en sus respectivas actuaciones. Por consiguiente, el Banco Mundial se concentra en proyectos de inversión a largo plazo, el fortalecimiento institucional y la asistencia en temas sociales, ambientales y vinculados a la pobreza. El FMI, por su parte, se ocupa del funcionamiento del sistema monetario internacional y de la promoción de políticas macroeconómicas sólidas como condición necesaria para un crecimiento duradero. Las corrientes privadas de capital son hoy la fuente más importante de la financiación del crecimiento, la productividad y la creación de empleo, pero pueden ser también fuente de inestabilidad y crisis. De ahí la obligación del FMI de ayudar a los países a aprovechar las posibilidades que ofrecen los mercados mundiales de capital, atenuando a la vez los riesgos, y de contribuir a la estabilidad del sistema financiero internacional.
9. En pos de estos objetivos, lo más valioso que tienen en sus manos las instituciones de Bretton Woods es la diversidad mundial que representan los países que las integran y su tradición de actuar por consenso, con confianza y respeto mutuo. El FMI ha emprendido una serie de reformas y cambios —intensificados a raíz de la crisis asiática— para fortalecer el espíritu de cooperación y poder atender mejor a los países miembros.
- El FMI, que era una organización relativamente cerrada, ha pasado a destacarse por la apertura y la transparencia, como bien pudo comprobar cualquiera que haya visitado nuestro sitio en Internet a lo largo del último año. Al mismo tiempo, estamos estimulando y promoviendo la transparencia en los países miembros.
- El FMI ha inspirado una profunda transformación conceptual en el campo de la gobernanza económica, basándose en normas y códigos de buenas prácticas para la gestión económica y financiera y la conducción de las empresas, y en la supervisión anual de los países miembros, para establecer condiciones igualitarias para todos los participantes en la economía mundial.
- Estamos dedicados a la formulación de una estrategia para resguardar la estabilidad y la integridad del sistema financiero internacional en cuanto bien público mundial. Concretamente, hemos hecho del Programa de Evaluación del Sector Financiero (PESF) el núcleo de los esfuerzos propios y del Banco Mundial para consolidar el sector financiero de cada país y combatir el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo.
- Hemos comenzado a modernizar la condicionalidad del FMI y a crear un entorno favorable para la verdadera identificación de los países con los programas de reforma. La condicionalidad sigue siendo esencial porque la estabilidad y el crecimiento exigen políticas adecuadas, pero eso no significa aleccionar a los países miembros ni imponerles nuestros puntos de vista. Para que los programas produzcan avances concretos, los países deben asumirlos como responsabilidad propia y, por consiguiente, tener la convicción de que redunda en su propio interés.
- Por último, el FMI es más que nunca una organización que escucha y aprende, y no solo de los países miembros. Reconocemos y valoramos la función de las organizaciones religiosas y la sociedad civil como vías para expresar los principios morales básicos para la acción mancomunada y movilizar el apoyo comunitario.
10. Desde cualquier ángulo que se lo mire, 2001 fue un año muy difícil. Aun antes del 11 de septiembre, la actividad económica estaba perdiendo fuerza en el mundo entero; los atentados terroristas y sus secuelas agudizaron los riesgos y la incertidumbre. Gracias en parte a las iniciativas que emprendió el FMI, las economías nacionales y el sistema financiero internacional en su conjunto han dado prueba hasta el momento de una gran capacidad de adaptación. A pesar de ello, la desaceleración mundial les ha hecho la vida más difícil a los países vulnerables y amenaza con marginar aún más a las naciones más pobres. Esto es lo que me ha llevado a lanzar un enérgico llamado a que las economías industriales, en particular, hagan todo lo posible para que el crecimiento mundial pueda recuperar el ímpetu perdido.
11. En el FMI nos preocupan profundamente los disturbios sociales y las penurias que está sufriendo Argentina. En menos de un año ampliamos nuestro respaldo financiero a Argentina en dos ocasiones. Hacia finales del año pasado, sin embargo, se hizo evidente que no había en Argentina la unidad política necesaria para llevar a la práctica la estrategia que el mismo país había elegido. Estoy dispuesto a examinar el papel del FMI en esta tragedia. Pero debemos ser cautelosos: el problema esencial, y por lo tanto la clave para hallar una solución, reside sin lugar a dudas en la propia Argentina. A lo largo de los últimos 10 años se realizaron importantes reformas y se alcanzaron grandes logros. No obstante, las reformas no tuvieron la continuidad ni el alcance necesarios. Específicamente, no se adoptó una política fiscal sostenible ni se corrigieron las deficiencias del marco institucional del Estado y la sociedad. Estoy seguro de que el Presidente Duhalde reconocerá las causas de la crisis. Su intención de adoptar un tipo de cambio flotante unificado, respaldado por una política monetaria y una política fiscal sólidas, es una noticia alentadora. Al mismo tiempo, hay otras señales que crean confusión en los inversionistas y en el pueblo argentino. Sin lugar a dudas, es necesario un plan integral y coherente para superar la crisis socioeconómica, aunque también debemos ser conscientes de que no todo puede corregirse en cuestión de semanas. La conclusión a la que llego es que las autoridades argentinas deben trabajar de manera aún más estrecha con la comunidad internacional. En lo que respecta al FMI, huelga decir que queremos ayudar a que Argentina supere esta crisis. Dentro de nuestro cometido, estamos dispuestos a dialogar y a suministrar asistencia técnica y respaldo financiero.
12. No cabe duda de que el FMI puede aprender de la experiencia de Argentina y de otros países que han pasado por crisis. Primero, debemos concentrarnos más en la prevención de crisis y estar mejor preparados para poner en marcha medidas precautorias antes de que la crisis estalle. Segundo, debemos esclarecer las reglas básicas sobre las funciones que les corresponden al FMI y al sector privado frente a una crisis. Una de nuestras sugerencias al respecto ha sido la creación de un mecanismo, al estilo de la ley de quiebras de Estados Unidos, que facilite la restructuración de la deuda pública de los países cuya situación de endeudamiento sea insostenible. Tercero, la reforma y el cambio estructural son cruciales para el crecimiento perdurable, pero deben tener gran alcance, estar bien fundamentados y ser socialmente equitativos. Cuarto, como hecho conexo, un país que se abre a la economía mundial debe tener la capacidad institucional interna que le permita manejar esta etapa de manera productiva y, por regla general, mantener un régimen cambiario flexible. Una economía de mercado integrada al mundo debe tener instituciones fuertes y un marco supervisor y regulatorio que proteja la competencia, promueva la equidad y fomente una buena gestión de soberana y de las firmas. Eso significa que el FMI debe lograr una colaboración más eficaz con el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, que son los principales responsables del fortalecimiento institucional y la protección social.
13. Tengo la convicción de que el FMI debe mantener un fuerte vínculo con los países más pobres porque es una institución mundial dedicada a ayudar a todos los países miembros. Nos hemos sumado a las naciones y demás instituciones internacionales que han avalado los objetivos de desarrollo del milenio fijados por las Naciones Unidas para 2015 como guía en la lucha contra la pobreza. Son metas ambiciosas, pero, en mi opinión, lograrlas es tanto una posibilidad como una obligación, que exigirá —eso sí— cambios en el accionar de la comunidad internacional.
14. La lucha contra la pobreza mundial dará fruto únicamente si está cimentada en la voluntad política y la capacidad de "autoayuda", es decir, el empeño de los países pobres en lograr la paz, el régimen de derecho y una buena gestión de gobierno interno, así como en dejar libres las fuerzas creativas de sus pueblos. Exige inversión especialmente para la infraestructura y capital humano, e instituciones y medidas económicas que alienten la iniciativa privada y una integración saludable dentro de los mercados mundiales. Resulta estimulante ver estos conceptos materializados, por ejemplo en la Nueva Asociación para el Desarrollo de África. El instrumento más poderoso que tenemos en la lucha contra la pobreza mundial es la voluntad política de los países en desarrollo y su determinación para afrontar estas dificultades.
15. A fin de aprovechar ese acervo al máximo, el FMI y el Banco Mundial han colaborado en la creación de un sistema que pone a cada país en el centro de la formulación de estrategias de alivio de la pobreza. Hace unas semanas, la Conferencia Internacional sobre Estrategias de Lucha contra la Pobreza reunió a cientos de representantes de los gobiernos y la sociedad civil para evaluar el progreso alcanzado en los dos primeros años con los documentos de estrategia de lucha contra la pobreza. El encuentro demostró que este método es considerado prometedor y puede ganarse un amplio respaldo, tanto dentro de los distintos países como entre los socios externos para el desarrollo. Sin embargo, los participantes declararon inquietud ante las tensiones propias del proceso y la carga administrativa que produce. Las propuestas presentadas durante la conferencia serán aportes claves para nuestro Directorio Ejecutivo, que en marzo próximo analizará la experiencia con los documentos de estrategia y con el servicio financiero para el crecimiento y la lucha contra la pobreza. No cabe duda, a mi juicio, de que lo que se ha hecho puede ser mejorado, profundizando, por ejemplo, el análisis de las causas fundamentales de la pobreza e incrementando la asistencia técnica del FMI y de los donantes para fortalecer la capacidad institucional.
16. Sin embargo, aun siendo esencial, la autoayuda es solo la mitad de la ecuación. Para reducir decisivamente la pobreza mundial, los esfuerzos de los países pobres deben estar complementados por un respaldo más sólido, rápido y completo de la comunidad internacional. En gran parte gracias al enorme interés y apoyo de la sociedad civil y de las organizaciones religiosas (entre ellas la Iglesia), fue posible llegar a un consenso entre las naciones ricas para financiar un mayor alivio de la deuda de los países pobres muy endeudados (PPME). El FMI y el Banco Mundial encabezan un esfuerzo en el marco de la Iniciativa Reforzada para los PPME que ya ha reducido en US$36.000 millones la deuda de 24 países pobres. Plenamente comprometidos con el éxito de esta iniciativa, Jim Wolfensohn y yo nos ocuparemos de que los recursos se aprovechen efectivamente para reducir la pobreza y haremos lo posible para que los beneficios lleguen a manos de los restantes países elegibles, incluidos los que atraviesan una difícil situación de posguerra.
17. Con todo, el alivio de la deuda no es una panacea, y la campaña de cancelación de la deuda no debe acaparar el lugar que les corresponde a las decisiones necesarias para progresar de manera constante hacia la reducción de la pobreza mundial. Los países no saldrán de la trampa de la pobreza si no sientan las bases jurídicas e institucionales de una economía moderna, incluida la capacidad de recibir y otorgar préstamos con seguridad. Además, los recursos que se liberan al profundizar el alivio de la deuda o directamente al cancelar la deuda palidecen ante el potencial de acción de las sociedades ricas en los ámbitos críticos del comercio exterior y la ayuda. En la etapa de preparación para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Financiación para el Desarrollo, que se celebrará en Monterrey, y la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible de Johannesburgo, desearía instar a las organizaciones religiosas y la sociedad civil a dedicar a una nueva campaña en pro de mayor ayuda externa y mejor acceso al comercio internacional, la misma energía, vocación y compromiso que dedicaron a la causa del alivio de la deuda.
18. El logro de la meta del 0,7% del PNB en asistencia oficial para el desarrollo fijada por la ONU sería una expresión concreta de solidaridad entre las naciones ricas y los ciudadanos más pobres del planeta. En la actualidad, el nivel de asistencia oficial para el desarrollo entre los países de la OCDE promedia solo el 0,22% del PNB, una cifra inaceptablemente baja que se traduce en una insuficiencia de más de US$100.000 millones por año en corrientes de ayuda. Dentro de la lista, Estados Unidos ocupa el último lugar: la asistencia oficial para el desarrollo representa únicamente un 0,10% del PNB. Si los países ricos sancionaran leyes que permitieran alcanzar la meta de la ONU en la próxima década, ya en el primer año se generarían recursos suficientes para cubrir los US$10.000 millones anuales que exigiría una nueva campaña mundial de prevención y tratamiento del VIH/Sida.
19. La liberalización del comercio internacional es la mejor forma de ayuda para la autoayuda, porque permite escapar a la dependencia y porque beneficia a todas las partes interesadas. A mi parecer, la verdadera prueba de la credibilidad de los esfuerzos de las naciones ricas para combatir la pobreza es su voluntad de abrir los mercados y eliminar paulatinamente los subsidios que distorsionan el comercio en los ámbitos en que los países en desarrollo tienen una ventaja comparativa, como la agricultura, los alimentos elaborados, los textiles y el vestido, y la manufactura ligera.
20. Es inaceptable que Estados Unidos, Japón y la Unión Europea gasten cientos de miles de millones de dólares en subsidios agrícolas para mantener actividades marginales que benefician a un pequeño segmento de su población pero que perjudican a sectores agrícolas vitales para la paz y el desarrollo en los países pobres. Pero esa es la situación actual.
- Por ejemplo, en Estados Unidos, los pagos para sostener los precios del algodón totalizan más de US$2.000 millones por año; es decir, más que la producción anual de algodón de todos los países de África al sur del Sahara. La producción estadounidense subsidiada absorbe ahora el 30% de la exportación mundial de algodón, mientras que el sector algodonero, crucial para la vida económica de algunos de los países más pobres —Benin, Chad, Malí y Togo— ha quedado en ruinas.
- Los gobiernos de la Unión Europea gastan más de US$2.000 millones por año para comprar el excedente de producción de la industria azucarera interna e inundan los mercados mundiales con sus excedentes. Unos pocos países en desarrollo gozan de acceso preferencial al mercado de la UE en virtud de un sistema de cuotas, pero esto significa que otros productores de América Latina, Asia y el sur de África se ven aún más perjudicados.
- Japón tiene los subsidios agrícolas más altos entre los países avanzados; el precio del arroz, por ejemplo, es ocho veces mayor que en el mercado mundial. Esto significa que los países en desarrollo —sobre todo de Asia— pierden grandes oportunidades comerciales.
Estados Unidos es el mayor promotor del libre comercio y la democracia. Si pudiera ser a la vez el mayor promotor de la eliminación progresiva de estos subsidios insostenibles, los beneficiados no serían solamente los países pobres y vulnerables, sino también el mismo pueblo estadounidense.
21. Estoy convencido de que la globalización crea el incentivo, la obligación y la oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor para todos los pueblos. El FMI y la Iglesia Católica son institutuciones globales con acervos particulares e influencias valiosas, y siempre que sea posible, deben colaborar para lograr una globalización más integral y para luchar contra la pobreza mundial. Soy consciente de que posiblemente no estemos siempre de acuerdo, pero creo que una función preconizadora y un diálogo bien fundamentado son indispensables, especialmente si incluyen sugerencias sobre la forma de mejorar el papel del FMI. Por consiguiente, los aliento a que sigan velando por mantener activa la conciencia del mundo y a que continúen buscando maneras para poner en práctica la solidaridad, sin dejar de insistir en la intensificación de la ayuda, el comercio exterior y el ritmo del cambio estructural en las economías avanzadas. El Cardenal McCarrick me dijo en una ocasión que los pobres y los ricos deberían asociarse para crear un mundo mejor. El FMI desea ser un catalizador que propicie esa asociación.
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