Perspectivas regionales

Un sistema multilateral sólido es fundamental para impulsar la prosperidad económica de la región

En la Conferencia de Bretton Woods, 19 de las 44 delegaciones procedían de América Latina y el Caribe. Cuando el FMI echó a andar en 1947, una abrumadora mayoría de países latinoamericanos —que representaban más del 40% de los miembros fundacionales— había firmado su Convenio Constitutivo. Esto pone de manifiesto tanto el compromiso de América Latina con el sistema posterior a la Segunda Guerra Mundial, orientado al crecimiento y la estabilidad, como el papel esencial de la región para hacerlo realidad.

Ochenta años después, el progreso en algunas áreas de la economía mundial ha sido mucho mayor de lo que los miembros fundadores del FMI podrían haber imaginado. En otras, sin embargo, los avances han sido decepcionantes. Lo mismo puede decirse de América Latina. Por un lado, los latinoamericanos en general valoran los beneficios asociados al orden internacional basado en normas. En muchos rincones de la región prosperan sociedades civiles dinámicas y un espíritu empresarial innovador. La inflación y el despilfarro fiscal, que durante décadas fueron el azote de la región, se han controlado de manera notable en todos los casos, salvo contadas excepciones.

Por otro lado, la desigualdad de ingresos y oportunidades sigue siendo muy pronunciada. Esto crea importantes problemas sociales, de seguridad y de delincuencia. La exacerbación de las tensiones de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la política interna dejó cicatrices que aún supuran y que dificultan los consensos nacionales sobre la manera de lograr un crecimiento inclusivo. Además, es imprescindible derrotar la inflación por completo y de forma permanente en toda la región.

Desde la década de 1980, los programas respaldados por el FMI, con los que los países se han identificado en alto grado, han demostrado su eficacia en muchos países, desde Chile y México hasta Brasil y Jamaica. Esto pone de manifiesto que el éxito de los programas es fundamental para evitar el recurso reiterado a los fondos del FMI y el estigma asociado. Las enseñanzas extraídas de los aciertos y errores del pasado han de servir de base para los programas presentes y futuros, a fin de evitar la relación a veces tumultuosa que se ha dado entre el FMI y algunos países de la región.

La importancia del multilateralismo

El futuro de América Latina seguirá dependiendo del multilateralismo y del cumplimiento de los mandatos centrales del FMI, establecidos en el Artículo I. El Fondo debe redoblar sus esfuerzos para alcanzar estos objetivos y no perderlos de vista. Esta es la única manera de que América Latina logre un crecimiento sostenido y estabilidad económica. Por supuesto, la economía mundial actual es muy diferente de aquella de 1944, por lo que se presentan riesgos y oportunidades bien distintos para los próximos 80 años. El FMI debe seguir adaptándose para atender las necesidades de América Latina.

A principios de este siglo, la conjunción de economías emergentes en Asia y un sistema monetario internacional basado en el dólar estadounidense benefició a las economías latinoamericanas que habían establecido marcos monetarios y fiscales creíbles junto con normas claras que permitieran una gestión macroeconómica nacional sólida. Gracias a ello, y a medida que se abrían más al comercio y las finanzas, esos países lograron crecimiento y estabilidad. El decepcionante crecimiento registrado en la última década no ha hecho mella en los logros alcanzados en materia de estabilidad financiera y de precios; varios bancos centrales latinoamericanos se encuentran en la senda de relajar la política monetaria tras haber resistido a grandes shocks mundiales.

Sin embargo, los riesgos mundiales futuros son considerables. La fragmentación geoeconómica amenaza con desbaratar los logros obtenidos con tanto esfuerzo gracias a un mundo integrado. Mientras que las principales zonas económicas y países, con sus grandes mercados internos y estructuras de producción diversificadas, tienen cierta resiliencia ante una posible fragmentación global, las economías latinoamericanas están mucho más expuestas al riesgo, debido a su tamaño relativamente pequeño y a su fuerte especialización en recursos naturales. Su ventaja comparativa sigue residiendo en la abundancia de recursos naturales y, aunque en teoría la integración regional podría proporcionar una vía de diversificación, las brechas en materia de infraestructuras internas y regionales siguen siendo obstáculos importantes.

Una nueva guerra fría

Una ruptura geopolítica importante que alterase el comercio y las finanzas entre las principales zonas económicas del mundo tendría consecuencias catastróficas para la inmensa mayoría de las economías latinoamericanas. Incluso en un escenario menos drástico, las tensiones políticas mundiales derivadas de una segunda guerra fría podrían desbordarse de nuevo y causar trastornos en la política interior y las sociedades latinoamericanas.

Sin embargo, esto no tiene por qué ser así. A diferencia de lo que ocurría en 1947, en los albores de la guerra fría, el grado de integración económica actual es tal que los costos de volver a la autarquía son evidentes para todos los principales actores mundiales y sus sociedades. La razón de ser de la arquitectura financiera internacional es precisamente evitar las perturbaciones que hicieron de la autarquía y la guerra agresiva objetivos políticos factibles en las décadas de 1920 y 1930. Siempre que la gobernanza del FMI siga adaptándose a las nuevas circunstancias globales, seguirá siendo el principal foro de cooperación económica internacional.

Hablar con franqueza a las instancias de poder, sobre todo en lo que respecta a los riesgos que una desglobalización disruptiva entrañaría para las pequeñas y medianas economías, ha de seguir siendo un principio rector del FMI para mitigar los riesgos y efectos de la fragmentación en América Latina.

El otro gran riesgo mundial procede de las dramáticas consecuencias del cambio climático. Las consecuencias directas de las perturbaciones provocadas por un planeta más caliente son ya un evidente efecto negativo neto para el mundo. Sin embargo, en América Latina la realidad es más compleja y variada. En los países cuyos ingresos fiscales dependen en buena medida de la explotación de combustibles fósiles, la transición a las energías limpias será sumamente difícil. Resultará mucho más fácil para los países que tengan otros recursos naturales, como el litio y el cobre, y ventajas comparativas en la energía renovable necesaria para la transición; estos países pueden esperar vientos favorables durante los próximos años. Pero el panorama no está del todo claro. Es fundamental contar con instituciones sólidas para no desaprovechar las oportunidades y gestionar adecuadamente el financiamiento climático, así como para abordar otros problemas espinosos, como la escasez de agua, las migraciones climáticas y la seguridad energética. El FMI deberá apoyar los esfuerzos nacionales en la región a través de asistencia técnica y financiamiento en colaboración con otras instituciones asociadas.

Para evitar la fragmentación económica y afrontar los riesgos del cambio climático se requieren instituciones multilaterales que funcionen adecuadamente, como el FMI. El éxito de este orden mundial desde 1945 es evidente. Y demuestra que, en el ámbito de la cooperación internacional, en efecto, el todo es más que la suma de sus partes. Pero cada parte debe desempeñar un papel constructivo.

Por un lado, Estados Unidos, como artífice principal de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, tiene una enorme responsabilidad en el buen funcionamiento de la arquitectura financiera internacional y la prosperidad pacífica en el hemisferio occidental. Una retirada de Estados Unidos del internacionalismo dejaría fuera de juego un engranaje esencial de la maquinaria de la globalización, y no valorar adecuadamente a América Latina podría hacer más evidentes los viejos resquemores, alimentando el sentimiento antiestadounidense en la región.


Por otra parte, los enormes logros económicos de China la han convertido en un actor económico de primer orden en el comercio internacional y en los asuntos mundiales, también en América Latina. Un enfoque constructivo por parte tanto de Estados Unidos como de China hacia un multilateralismo pacífico en las próximas décadas sería un ingrediente necesario para que el FMI siga apoyando el futuro de América Latina. 
Hablar con franqueza a las instancias de poder, sobre todo en lo que respecta a los riesgos que una desglobalización disruptiva entrañaría para las pequeñas y medianas economías, ha de seguir siendo un principio rector del FMI.
PABLO GARCÍA-SILVA Pablo García-Silva es profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez y actualmente preside un panel que realiza una evaluación externa de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI. Anteriormente, se desempeñó como vicegobernador del Banco Central de Chile y como miembro del Directorio del FMI.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.