Podemos hacerlo mejor
17 de octubre de 2024
Hace cinco años, pronuncié en este auditorio mi primer discurso de apertura de las Reuniones Anuales como Directora Gerente del FMI.
En aquel momento, mi principal preocupación era una desaceleración sincronizada del crecimiento mundial. Tan solo unos meses más tarde, esa preocupación parecía insignificante en comparación con el shock repentino de la pandemia, al que siguieron otros acontecimientos dramáticos: las trágicas guerras en Ucrania y Oriente Medio, la crisis del costo de vida y una nueva fractura de la economía mundial.
La semana próxima, los ministros de Hacienda y gobernadores de bancos centrales de países de todo el mundo se reunirán aquí para reflexionar sobre dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos y qué podemos hacer al respecto. Les adelantaré cómo será esa conversación.
Primero celebraremos las buenas noticias y con toda la razón, porque últimamente no hemos tenido muchas. La gran ola mundial de inflación está retrocediendo. Una combinación de medidas contundentes de política monetaria, alivio de las restricciones de las cadenas de suministro y moderación de los precios de los alimentos y la energía nos está devolviendo a la senda hacia la estabilidad de precios.
Y esto se ha logrado sin llevar a la economía mundial a una recesión y sin grandes pérdidas de puestos de trabajo, algo que sí se produjo durante la pandemia y después de los episodios de inflación y que muchos temíamos volver a ver. Los mercados de trabajo de Estados Unidos y de la zona del euro, por poner dos ejemplos, se están enfriando de manera ordenada.
Estamos ante un gran logro.
¿De dónde procede esta resiliencia? La respuesta: de los sólidos cimientos institucionales y de políticas construidos a lo largo del tiempo, y de la cooperación internacional a medida que los países aprendían a actuar deprisa y a hacerlo juntos. Estamos cosechando los frutos de la independencia de los bancos centrales en las economías avanzadas y muchos mercados emergentes; de años de reformas prudenciales del sector bancario; de los avances realizados en la creación de instituciones fiscales; y del fortalecimiento de las capacidades en todo el mundo.
No obstante, a pesar de las buenas noticias, no esperen que la semana que viene festejemos la victoria. Esto es, como mínimo, por tres razones:
- En primer lugar, es cierto que las tasas de inflación están bajando, pero el nivel de precios más elevado que notamos en nuestros bolsillos ha llegado para quedarse. Las familias lo están pasando mal, la gente está enfadada. Las tasas de inflación de las economías avanzadas alcanzaron máximos que no se veían desde hace décadas. Y lo mismo ocurrió en muchas economías de mercados emergentes. Pero observen cuán complicada fue la situación para los países de ingreso bajo. Tanto entre los países como entre las personas, la inflación siempre perjudica más a los pobres.
- Y lo que es aún peor, nos encontramos en un entorno geopolítico difícil. A todos nos preocupa la expansión del conflicto en Oriente Medio y su potencial de desestabilizar las economías regionales y los mercados mundiales de gas y petróleo. Su impacto humanitario, como el de las prolongadas guerras en Ucrania y en el resto del mundo, es desgarrador.
- A esto se suma que, en la mayoría de los países, nuestras proyecciones apuntan a una combinación implacable de crecimiento bajo y deuda elevada —un futuro complicado.
Veamoslo más detenidamente: se prevé que el crecimiento a mediano plazo sea débil, y aunque no será mucho más bajo que antes de la pandemia, dista mucho de ser suficiente. No será suficiente para erradicar la pobreza en el mundo. Ni para crear el número de puestos de trabajo que necesitamos. Ni para generar los ingresos tributarios que los gobiernos necesitan para hacer frente al servicio de su abultada deuda y, al mismo tiempo, dar respuesta a las enormes necesidades de inversión, en particular para la transición verde.
El panorama es aún más preocupante por la elevada y creciente deuda pública, muy superior a sus niveles previos a la pandemia incluso después del descenso breve pero significativo de la relación deuda/PIB que se produjo cuando la inflación elevó el PIB nominal. Observen por favor la zona sombreada del gráfico. Lo que nos indica es que en un escenario adverso extremo pero plausible, la deuda podría situarse unos 20 puntos porcentuales del PIB por encima de lo contemplado en nuestras proyecciones de base.
¿Qué significa esto para el “espacio fiscal”? Para contestar esta pregunta, analicemos la proporción de los ingresos públicos que se dedica al pago de intereses. Ahí es donde interactúan la abultada deuda, las elevadas tasas de interés y el bajo crecimiento, porque el crecimiento es el que genera los ingresos que los gobiernos necesitan para funcionar e invertir. A medida que la deuda aumenta, la contracción del espacio fiscal es más intensa en los países de ingreso bajo; no todas las cargas de la deuda son iguales.
Y el espacio fiscal no deja de reducirse. Observen la alarmante evolución de la relación pagos de intereses/ingreso. Vemos inmediatamente que las difíciles decisiones en materia de gasto se han vuelto aún más complicadas ante el aumento de los pagos de la deuda. ¿Escuelas o clima? ¿Conectividad digital o carreteras y puentes? A esto se reduce todo.
Para empeorar las cosas, vivimos en una época de intensas turbulencias. El dividendo de paz que surgió al final de la Guerra Fría peligra cada vez más. En un mundo de más guerras y más inseguridad, es muy probable que el gasto en defensa continúe aumentando, y los presupuestos destinados a la ayuda internacional sigan disminuyendo y no alcancen para atender las crecientes necesidades de los países en desarrollo.
No solo la ayuda para el desarrollo es demasiado escasa, sino que, además, los principales actores, preocupados por cuestiones de seguridad nacional, recurren cada vez más a la política industrial y al proteccionismo, e imponen una restricción comercial tras otra. De ahora en adelante, el comercio no será el motor de crecimiento que era antes. Esta es la fractura sobre la que advertí en 2019, pero peor. Es como verter agua fría sobre una economía mundial ya de por sí tibia.
El mensaje de mi discurso hoy es que podemos hacerlo mejor.
Como le gusta decir a Ajay Banga, Presidente del Banco Mundial, y estimado colega y vecino: las proyecciones no son el destino. Es mucho lo que podemos y debemos hacer para mejorar nuestro potencial de crecimiento, reducir la deuda y construir una economía mundial más resiliente.
Empezaré con lo que se debe hacer en el plano interno. Los gobiernos han de trabajar para reducir la deuda y recomponer los márgenes de maniobra para hacer frente al próximo shock, que seguramente llegará, y posiblemente antes de lo que esperamos. Hay que consolidar los presupuestos, de forma creíble, pero gradualmente, en la mayoría de los países. Esto implicará tomar decisiones difíciles sobre cómo incrementar el ingreso y mejorar la eficiencia del gasto público, dando prioridad, al mismo tiempo, a la formulación de políticas que sean claras para así lograr la confianza de los ciudadanos.
Pero he aquí el problema: la austeridad fiscal nunca es popular. Y, como muestra un nuevo estudio del personal técnico del FMI, cada vez es más difícil de lograr. En una amplia muestra de países, el discurso político está cada vez más sesgado a favor de la expansión fiscal. Incluso los partidos políticos tradicionalmente más conservadores desde el punto de vista fiscal están tomándole el gusto al endeudamiento para gastar. Las reformas fiscales no son una tarea fácil, pero son necesarias y pueden promover la inclusión y las oportunidades. Hay países que han demostrado que esto se puede hacer.
Pero, en definitiva, a mediano plazo la clave está en el crecimiento, no solo para generar empleo, sino también ingresos tributarios y espacio fiscal, y para lograr la sostenibilidad de la deuda. Dondequiera que vaya, oigo lo mismo: deseo de un mayor crecimiento y mejores oportunidades. La pregunta es cómo lograrlo.
La respuesta: mediante reformas. No hay tiempo que perder.
- El primer ámbito de reformas: poner los mercados laborales al servicio de las personas. Nos enfrentamos a un mundo con una situación demográfica profundamente desigual: poblaciones jóvenes y en franco crecimiento en algunos lugares, y en otras partes, sociedades que envejecen. La migración económica puede ayudar, pero solo hasta cierto punto dado los temores en muchos países. Lo mismo sucede con las medidas que ayudan a incorporar a más mujeres en la fuerza laboral. Sobre todo, se necesitan reformas para mejorar las competencias de los trabajadores, para situar a cada persona en el puesto de trabajo para el que esté mejor capacitada.
- El segundo: movilizar capital. El capital es abundante en el mundo, pero a menudo no se encuentra en los lugares indicados ni se invierte en los instrumentos adecuados; tal es el caso de todo el dinero proveniente de todos los rincones del planeta que está volcado en activos líquidos, pero no tan productivos, en unos pocos centros financieros importantes. Para poner el ahorro a trabajar de modo que eleve al máximo los beneficios económicos, las autoridades tienen que concentrarse en eliminar barreras, como los entornos de inversión deficientes y los mercados de capital poco profundos. La supervisión del sector financiero no solo ha de garantizar la estabilidad y la resiliencia, sino que también ha de incentivar la toma prudente de riesgos y la creación de valor.
- El tercer ámbito: elevar la productividad. Esto es lo que permite generar más producto por unidad de insumo, y hay muchas maneras de hacerlo, que van desde mejorar la gobernanza y las instituciones hasta reducir los trámites burocráticos para aprovechar el poder de la inteligencia artificial. Un mayor y mejor gasto en educación y en I+D también ayuda. Entre las economías avanzadas, las que están a la vanguardia de la innovación son un ejemplo de lo que da resultado: empresas de capital de riesgo, ecosistemas que atraen no solo financiamiento sino conocimientos, asesoramiento y redes profesionales, que permiten evaluar nuevas ideas, identificar a los mejores, nutrirlos a lo largo de todo el ciclo. Hay muchas enseñanzas para extraer.
A escala mundial, el ritmo de las reformas ha estado desacelerándose desde la crisis financiera mundial a medida que el descontento ha aumentado.
Así y todo, es posible progresar. Un nuevo estudio del FMI muestra que la resistencia a las reformas suele ser producto de opiniones y percepciones erróneas acerca de las propias reformas, así como del efecto sobre la distribución del ingreso. La mejor manera de formular reformas es mediante el diálogo con el público, con medidas para mitigar el impacto sobre quienes corren el riesgo de salir perjudicados. Hemos aprendido lo importante que es esto.
Al tiempo que las autoridades emprenden reformas en casa, también tienen que dirigir la mirada al exterior.
Es mucho lo que los países pueden hacer juntos como miembros de una comunidad económica integrada, en la que cada uno aprovecha su ventaja comparativa.
Las fuerzas de la tecnología, el comercio y la movilidad del capital han propiciado una interconexión sumamente valiosa.
Aun así, vivimos en un mundo fragmentado y caracterizado por la desconfianza, en el que la seguridad nacional ha pasado a ser la prioridad de muchos países. Esto ya ha ocurrido antes, pero nunca en un momento de tanta codependencia económica.
Mi argumento es que no debemos permitir que esta realidad se convierta en un pretexto para cruzarse de brazos ante una posible mayor fractura de la economía mundial. Más bien todo lo contrario. El llamado que les hago durante estas Reuniones Anuales es que trabajemos juntos, con inteligencia, en aras de nuestro futuro colectivo.
No demos por sentadas las tensiones mundiales, y más bien resolvamos trabajar para bajar la temperatura geopolítica y hacernos cargo de tareas que solo se pueden abordar de forma mancomunada:
- Primera prueba: el comercio ha reducido los precios, mejorado la calidad y creado puestos de trabajo. Hasta ahora, el comercio ha dado muestras de una sorprendente resiliencia ante las barreras que fluyen, por lo general, desde otros países. Pero este redireccionamiento no es eficiente, y no podemos suponer que continuará de manera indefinida. Los países deberían reconocer que el sistema de comercio mundial basado en normas ha brindado numerosos beneficios y vale la pena preservar.
- Segunda prueba: el clima. Nos enfrentamos a un desafío existencial: los países que menos han contribuido a las emisiones mundiales son los que más sufren. El calentamiento global inesperadamente rápido debe activar las alarmas. Los glaciares y los casquetes polares se están derritiendo. Fenómenos meteorológicos adversos nos envían un alarmante mensaje desde el futuro. Sabemos lo que debemos hacer: crear espacio fiscal para la transición verde, eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y recaudar recursos y asignarlos donde más se necesitan. Pero tenemos que hacerlo.
- Tercera prueba: la inteligencia artificial, nuestra mejor oportunidad para aumentar la productividad. Según un estudio del FMI, la inteligencia artificial, si está bien gestionada, tiene el potencial de aumentar el crecimiento mundial en hasta 0,8 puntos porcentuales; solo con eso, podríamos lograr una trayectoria de crecimiento más alto que durante los años anteriores a la pandemia. Así y todo, la inteligencia artificial necesita urgentemente códigos regulatorios y éticos de carácter mundial. ¿Por qué? Porque la inteligencia artificial no tiene fronteras; ya está en todos los celulares. Tenemos que darnos prisa. Esta tecnología no va a esperar.
En todos estos ámbitos y muchos más, la conclusión es que los países tienen que volver a aprender a trabajar juntos. Y las instituciones como el FMI —que surgieron de la idea básica de que mancomunar los recursos es eficiente— desempeñan un papel vital.
En mi primer mandato como Directora Gerente —un período de crisis sin precedentes— actuamos con decisión para ayudar a nuestros países miembros. Proporcionamos USD 1 billón en liquidez y proporcionamos asesoramiento y análisis económicos que ayudaron a las autoridades a alinear sus medidas.
Ahora, en los primeros días de mi segundo mandato, hemos cumplido una vez más.
Nuestro Directorio Ejecutivo, en consenso absoluto, acaba de aprobar importantes reformas que confirman los sólidos resultados financieros del FMI y redundan en un beneficio directo para nuestros miembros. Vamos a introducir recortes en los cargos y las sobretasas de nuestros préstamos no concesionarios, y adoptar un programa integral dirigido a fortalecer nuestra capacidad para ofrecer préstamos concesionarios en apoyo a los países de ingreso bajo.
Y, el 1 de noviembre, nuestro Directorio dará la bienvenida al tercer Director en representación de África subsahariana, garantizando así una voz más fuerte para una región que ha estado subrepresentada.
Si a esto se suma el aumento de las cuotas del 50% acordado en las últimas Reuniones Anuales, estas medidas nos dan la fuerza para continuar ofreciendo un elevado valor agregado a nuestros países miembros con los que la colaboración no se da por fines caritativos, sino por interés propio.
Es el valor que aportamos a nuestros países miembros el que ha hecho que su número crezca; y aprovecho la ocasión para dar una calurosa bienvenida al Principado de Liechtenstein, que se ha convertido en nuestro 191.º miembro.
Desde su creación en Bretton Woods durante los oscuros días de 1944 hasta el presente, el FMI ha logrado mantener la tradición de adaptarse al mundo cambiante que lo rodea. Hoy, les doy mi palabra: esto continuará. Permaneceremos junto a nuestros miembros, buscando siempre la forma más eficaz de atenderlos.
Cuando finalice mi segundo mandato al frente del FMI, habré estado al frente de la institución buena parte de esta década. Y si se me concediera un deseo, lo tendría muy claro: que esta década no se recuerde como la década en la que permitimos que los conflictos nos distrajeran de tareas existenciales, acumulando costos inmensos y desastres potenciales para las generaciones futuras, sino como un momento en el que dejamos atrás nuestras diferencias por el bien de todos.
Por nuestra prosperidad compartida —y, en definitiva, por nuestra supervivencia—, declaro que podemos hacerlo mejor: que haya paz en la tierra y que renazca la cooperación.
Muchas gracias.