Desafíos mundiales en 2012, Christine Lagarde, Directora Gerente, Fondo Monetario Internacional
23 de enero de 2012
Christine LagardeDirectora Gerente, Fondo Monetario Internacional
Berlín, 23 de enero de 2012
TEXTO PREPARADO PARA LA INTERVENCIÓN
Buenas tardes. Es un gran honor estar aquí, en Alemania, en esta gran ciudad de Berlín. Alemania desempeña un papel vital en Europa, en la economía mundial y en el escenario mundial. No es posible resolver la crisis sin la participación de Alemania, y si no se soluciona la crisis, Alemania, el eje económico de la zona del euro, se verá perjudicada. Me parece que no hay lugar más adecuado para afirmar esto que en el Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, institución que durante los últimos 50 años ha estado a la vanguardia del debate sobre el papel que Alemania desempeña en el mundo.
Antes de continuar, quisiera rendir homenaje a los incansables esfuerzos realizados por mis buenos y muy respetados amigos, la Canciller Merkel y el Ministro Schäuble, en la búsqueda de soluciones a esta crisis.
Al dejar atrás un año turbulento, un año en el que mucho de lo que podía salir mal efectivamente salió mal, muchos ven el futuro con temor y aprensión. Ven con preocupación las inciertas perspectivas económicas, las cada vez más escasas oportunidades de empleo y la creciente desigualdad. Ven con preocupación el futuro que les espera a sus hijos.
De hecho, en las perspectivas económicas que el FMI publicará mañana, nuestros pronósticos de crecimiento serán más bajos para la mayoría de las regiones del mundo. E incluso estos pronósticos menos más favorables parten de la premisa de que las políticas seguirán una trayectoria constructiva que de ninguna manera está garantizada.
En demasiadas regiones, la incertidumbre está reprimiendo la demanda y la disposición a otorgar préstamos. Un legado de altos niveles de deuda pública y privada está perjudicando las perspectivas económicas. El sistema financiero mundial sigue siendo frágil.
En el mundo interconectado en que vivimos, estas fuerzas se intensifican mutuamente entre los distintos países. Los flujos de capital hacia los mercados emergentes ya han decaído, y se prevé que el crecimiento se desacelerará aun en las regiones más pujantes de la economía mundial. Los países de bajo ingreso son especialmente vulnerables.
Pero antes de dejarnos arrastrar por otra ola de pesimismo colectivo, que es algo que se está convirtiendo en una especie de deporte mundial, permítanme hacer una pregunta simple: ¿por qué salieron tan mal las cosas en 2011?
Me atrevo a decir que no se debió a que se haya abierto una nueva herida en la economía mundial. No, la razón fue más bien una falta de determinación colectiva para lograr una solución basada en la cooperación. En 2011 hubo muchas salidas en falso y soluciones a medias, no solo en Europa sino también, por ejemplo, en Estados Unidos, con la debacle en torno al tope de la deuda.
Dicho de forma sencilla, las autoridades dejaron que una herida vieja se infecte, y eso agravó la situación.
Desde esta perspectiva, 2012 tiene que ser un año de curación. Pero como dijera Hipócrates hace mucho tiempo: “Curarse es cuestión de tiempo, pero a veces también es cuestión de tener la oportunidad”.
Y hoy en día, esa oportunidad tiene que ser creada por nosotros mismos. Caso contrario, podría volver a surgir un episodio digno de los años treinta. Un episodio en que la confianza y la cooperación se desmoronan y los países se encierran. Un episodio que, a la larga, conduce a una espiral descendente en la que podría quedar atrapado el mundo entero.
Yo no pierdo nunca la esperanza. Creo que podemos evitar una situación así. Y digo esto por una sencilla razón: sabemos lo que hay que hacer. Ese es el mensaje fundamental que quisiera transmitirles hoy: aunque las perspectivas económicas siguen siendo muy preocupantes, hay una salida. Ahora el mundo tiene que ir en busca de la voluntad política para hacer lo que se sabe que hay que hacer.
Permítanme señalar los aspectos básicos del rumbo que las políticas han de seguir en tres ámbitos generales:
- Primero, la trayectoria para la zona del euro.
- Segundo, el papel que desempeña el resto del mundo.
- Tercero, la función y las responsabilidades particulares del FMI.
Políticas en la zona del euro
Comenzaré por Europa, que es el núcleo de las preocupaciones, no solo por el proyecto histórico que encarna, sino, más significativamente, por los amplios vínculos comerciales y financieros que la unen con todo el mundo.
Para asimilar el contexto de la crisis europea, quiero reconocer de entrada todos los pasos que ha dado la zona del euro para hacer frente a las nuevas realidades que tiene ante sí.
Los países de la zona del euro establecieron una red de protección transfronteriza al crear el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), y delinearon una versión permanente de ese instrumento al formular el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MEDE); hace apenas dos años, esto habría sido una herejía. Han adoptado un enfoque armonizado para la recapitalización de los bancos, y han establecido un consejo de riesgo sistémico. Están en marcha reformas de la estructura de gobierno con miras a exigir el cumplimiento de una disciplina fiscal más estricta y eficaz, y a escala individual los países están tomando decisiones duras para contener los déficits fiscales. Además, el Banco Central Europeo ha liberado una cantidad impresionante de recursos para que los bancos dispongan de liquidez a largo plazo.
Hay que destacar estos importantes pasos. Pero yo no soy la primera persona en señalar que estas medidas constituyen piezas, pero tan solo piezas, de una solución integral. En Europa son muchos quienes cada vez más comparten esta idea con firmeza.
Por lo tanto permítanme ofrecer mi punto de vista sobre lo que queda por hacer. Hay tres imperativos: crecimiento más vigoroso, cortafuegos más amplios e integración más profunda.
En primer lugar, el crecimiento más vigoroso, que es un aspecto que abarca varias dimensiones.
Como la economía de la zona del euro se está desacelerando drásticamente, la inflación ya está disminuyendo, con un riesgo considerable de que el próximo año descienda hasta un nivel muy inferior al fijado como meta, lo cual incrementará la carga de la deuda y perjudicará más aún el crecimiento. Una distensión adicional y oportuna de la política monetaria será importante para reducir estos riesgos.
Un crecimiento más vigoroso también implica impedir que los bancos den marcha atrás, y ante la presión del mercado reduzcan el crédito. Las soluciones deben centrarse en elevar los niveles de capitalización —en lugar de reducir el crédito— como estrategia para reforzar los coeficientes de capital. Es imperioso asimismo mantener las condiciones de financiamiento ordenadas.
En lo que respecta a la política fiscal, los recortes presupuestarios de tipo general y a escala de todo el continente no harán sino exacerbar las presiones recesivas. Es cierto, a varios países no les queda más alternativa que ajustar las finanzas públicas, drástica y rápidamente. Pero esto no es una solución universal. Existe un número considerable de casos en donde el ajuste fiscal puede ser más gradual. Sin duda, se debe dejar que operen los estabilizadores automáticos, que permiten la reducción de los ingresos tributarios y el aumento del gasto cuando la economía se debilita. Y los países que disponen de espacio fiscal deberían respaldar el esfuerzo colectivo, reconsiderando el ritmo de ajuste previsto para este año.
A algunos países aún les queda mucho por hacer para fortalecer su competitividad y su potencial de crecimiento. En este sentido, las reformas estructurales son críticas, ya sea que tengan un impacto a mediano o a largo plazo. Como nos demuestra la experiencia, la sostenibilidad fiscal depende en definitiva de que se genere crecimiento a largo plazo.
En segundo lugar, se necesita un cortafuegos más amplio. Si no tienen este cortafuegos, países como Italia y España, que en definitiva tienen capacidad para pagar sus deudas, podrían verse llevados a una crisis de solvencia provocada por costos de financiamiento anormales, con implicaciones desastrosas para la estabilidad sistémica. Sería de gran ayuda aumentar sustancialmente los recursos reales que están actualmente disponibles, incorporando el FEEF en el MEDE, ampliando el tamaño de este último y definiendo un cronograma claro y creíble para su puesta en funcionamiento. También sería esencial que el BCE proporcione el respaldo de liquidez necesario para estabilizar el financiamiento bancario y los mercados de deuda soberana.
Asimismo, tenemos que quebrar el círculo vicioso que hace que los bancos perjudiquen a las entidades soberanas y viceversa. Esto tiene un efecto recíproco. Al fortalecer a los bancos —por ejemplo, restableciendo niveles de capitalización adecuados— se evita que los bancos perjudiquen a las entidades soberanas a través del aumento de la deuda o de los pasivos contingentes. Y al restablecer la confianza en la deuda soberana se ayuda a los bancos, que concentran grandes tenencias de esa deuda y que por lo general son beneficiarios de las garantías explícitas e implícitas de las entidades soberanas.
Esto me lleva al tercer imperativo, la integración más profunda. En cierto sentido, la crisis es una crisis de integración incompleta. A nivel de la zona del euro, los fundamentos económicos lucen bien: la cuenta corriente está equilibrada, y tanto la inflación como el déficit fiscal están en niveles bajos. Pero la zona del euro no gestiona los desequilibrios internos de manera eficaz. Además, un mercado financiero único no puede depender de marcos jurídicos e institucionales que operan sobre bases nacionales asimétricas.
Para romper el círculo vicioso entre las entidades soberanas y los bancos, se necesita una mayor distribución transfronteriza del riesgo en el sistema bancario. A corto plazo, un mecanismo paneuropeo que sea capaz de asumir participaciones directas en los bancos ayudará a romper este círculo vicioso. Más adelante, la integración financiera tiene que apoyar la unión monetaria a través de una supervisión unificada, una autoridad única de resolución bancaria con un mecanismo de seguridad común y un solo fondo de garantía de depósitos.
La zona del euro también necesita una mayor integración fiscal; no es lógico que diecisiete políticas fiscales completamente independientes coexistan con una sola política monetaria. Para complementar su “pacto fiscal”, la zona necesita algún mecanismo de mancomunación de los riesgos fiscales que permita brindar apoyo común antes de que la dislocación económica en un país desemboque en una costosa crisis fiscal y financiera en toda la zona del euro.
Hay varias opciones para financiar esta mancomunación del riesgo, como la creación de bonos o letras de la zona del euro o, como lo ha propuesto el Consejo Alemán de Expertos Económicos, con el establecimiento de un fondo de amortización de la deuda. El acuerdo político en torno a un bono conjunto como puntal de la distribución del riego ayudaría a convencer a los mercados de la viabilidad futura de la unión económica y monetaria europea.
Las políticas en el resto del mundo
Permítanme ahora abordar el segundo tema general: las políticas en el resto del mundo. Me he concentrado en Europa solo porque es el epicentro de la actual crisis y, por ende, reviste una importancia clave para las perspectivas mundiales. Pero el logro de mejores resultados depende por lo menos en la misma medida de lo que hagan otras economías.
Como la mayor economía mundial y el eje del sistema financiero internacional, Estados Unidos tiene una responsabilidad especial. Es cierto que el país se está recuperando, pero a un ritmo tímido, y el desempleo, pese a estar disminuyendo, aún es inaceptablemente alto.
Las prioridades básicas de política económica deben ser aliviar la carga de la deuda de los hogares y abordar con decisión el problema de la deuda pública.
En el sector de la vivienda, hemos recomendado que se busquen maneras de lograr que la deuda hipotecaria sea sostenible, por ejemplo, mediante programas que faciliten la reducción del valor de la deuda. Soy consciente de las complejidades legales y políticas, pero la estrategia actual no está arrojando resultados satisfactorios, y tenemos que replantearnos el problema.
En lo que se refiere a la deuda pública, las autoridades estadounidenses tienen que encontrar una salida al impasse partidista, recurriendo a todos los medios razonables para reducir los déficits del futuro —como por ejemplo, reformas de las prestaciones sociales y aumentos de los ingresos fiscales— sin que hoy la economía se vea sofocada.
Esto me lleva a pensar en otra tendencia preocupante que está surgiendo en muchos círculos, y que es la idea de que la política fiscal es una elección moral entre el derroche y la responsabilidad. El discurso político y los comentarios en los mercados discurren en estos términos con demasiada frecuencia. Y sin embargo los propios mercados se han comportado con esquizofrenia frente al ajuste fiscal, premiándolo a veces con tasas de interés más bajas, y otras veces retrayéndose ante una desaceleración implícita del crecimiento y elevando las tasas de interés.
Una vez más, nuestra recomendación es la siguiente: adoptando medidas creíbles que generen ahorros y los anclen a mediano plazo se ayudará a dar cabida al crecimiento hoy, al permitir un ritmo de consolidación más lento.
¿Y qué sucede en los otros países y regiones?
En Japón resulta inevitable la aplicación un plan de consolidación creíble que reduzca la deuda pública en los próximos años. El país también necesita reformas para lograr un mayor crecimiento a largo plazo.
A los países con superávits en cuenta corriente, ya sean países avanzados o de mercados emergentes, también les corresponde una tarea que consiste principalmente en trasladar la demanda a fuentes internas para apoyar el crecimiento mundial. A la larga, los déficits mundiales se contraerán solo si también se reducen los superávits.
En este sentido, China puede ayudarse a sí misma y ayudar a la economía mundial si sigue procurando que el crecimiento se base menos en las exportaciones y la inversión y más en el consumo. Para lograrlo, pienso en medidas como el apoyo fiscal al consumo de los hogares y la ampliación de las redes de protección social, y la liberalización del sistema financiero. Todas estas son reformas que el propio gobierno de China ya ha emprendido.
Una observación más: No podemos dejar que la regulación financiera quede fuera del programa de políticas. Simplemente no podemos seguir basándonos en el sector financiero que nos condujo a la crisis financiera mundial. Necesitamos un sistema financiero más seguro y estable, un sistema que esté al servicio de la economía real, en lugar de ser un agente desestabilizador. Si bien las autoridades han avanzado mucho en este sentido, aún tienen que completar el programa de reforma y asegurar que las nuevas normas se apliquen de forma coherente en los diferentes países.
La función del FMI
Quisiera ahora referirme a la función del FMI como tercer y último tema.
Sin duda, una solución basada en la cooperación implica que todos los países tienen que trabajar juntos, partiendo de un diagnóstico común y avanzando hacia una solución común.
Una función clave del FMI es determinar las relaciones de interdependencia entre los países e impulsar la búsqueda de una solución basada en la cooperación.
Pero el FMI puede aportar mucho más que análisis, recomendaciones y exhortaciones.
También puede proporcionar financiamiento cuando sea necesario. Estoy convencida de que tenemos que ampliar la capacidad de préstamo de la institución. El objetivo es complementar los recursos que Europa pondrá sobre la mesa, pero también atender las necesidades de las “víctimas inocentes”, que sin haber causado la crisis de ninguna manera, se ven contagiados en cualquier parte del mundo. Un mundo globalizado necesita cortafuegos globales.
Estimamos que en los próximos años la necesidad potencial de financiamiento a escala mundial será de US$1 billón. Por su parte, el FMI procurará obtener hasta US$500.000 millones en recursos adicionales de préstamos. De momento estamos estudiando opciones y consultando con los países.
Aparte de recursos, el FMI también puede ofrecer un “mecanismo de compromiso” para garantizar la aplicación de políticas sólidas cuando el financiamiento no sea necesario. Un buen ejemplo es el pedido de Italia para que el FMI supervise sus políticas.
Por último, como han circulado tantos comentarios acerca de los “rescates europeos” especiales, permítanme volver a puntualizar ciertas cuestiones. Nuestro financiamiento es para todos los países miembros, tanto de la zona del euro como de otras regiones. Otorgamos préstamos solo a países que solicitan apoyo y que asumen compromisos sólidos en materia de políticas. No obstante, todo apoyo que proporcionemos a los países de la zona del euro deberá tener como ancla un marco claro de políticas que abarque a toda la zona. Para salvaguardar los recursos de los países miembros, tenemos que cumplir con la responsabilidad de ofrecer préstamos en casos en que la deuda es sostenible. Nuestra función es catalizar el financiamiento privado, no reemplazarlo de manera indefinida.
Conclusión
Permítanme recapitular. Si bien todos sabemos lo que se debe hacer, soy consciente de que nada de esto será fácil. Comprendo los enormes desafíos políticos que tienen ante sí las autoridades.
Comprendo la frustración de los europeos, que han construido este admirable proyecto a partir de las ruinas de la segunda guerra mundial. No, la unión monetaria no acertó en todo, pero la crisis financiera mundial que se originó en el otro lado del Atlántico hizo más evidentes las vulnerabilidades. También comprendo por qué los europeos sienten que las difíciles decisiones que han tomado no se han reconocido suficientemente.
Comprendo asimismo las frustraciones del resto del mundo. Justo cuando estaban levantándose tras la crisis de 2008, los problemas de Europa descarrilan su recuperación. Están a la espera de una resolución de esta crisis que nunca parece llegar, en un continente al que consideran suficientemente rico como para resolver sus propios problemas.
Comprendo la desazón que sienten los países europeos que necesitan realizar ajustes, y la dificultad de distribuir la carga de una manera socialmente justa. Pero también comprendo lo que sienten los países que han sido austeros, y a los que ahora se les pide que ayuden a otros que podrían haber manejado sus economías con más prudencia.
Pero todos tenemos que comprender que estamos en un momento decisivo. No se trata de salvar a un país o a una región en particular. Se trata de salvar al mundo de una espiral económica descendente. Se trata de evitar que se repita un episodio como el de los años treinta, un episodio en el que la pasividad, el aislamiento y la rigidez ideológica se combinan para provocar un colapso de la demanda mundial.
Cuanto más tiempo dejemos pasar, peores serán las cosas. La única solución es avanzar juntos. El futuro económico de todos depende de que así lo hagamos.
Más que la mayoría de los países, Alemania comprende las virtudes de una solidaridad resuelta. Con experiencias como la Soziale Marktwirtschaft (economía social de mercado) y la unificación, Alemania demostró lo que se puede lograr si el esfuerzo colectivo se pone al servicio del bien común. El mundo necesita que ahora Alemania ejerza un liderazgo firme, y redunda en el interés fundamental de Alemania desempeñar esa función.
Permítanme concluir con una cita de Goethe: “No basta con saber, se debe también aplicar. No basta con querer, se debe también hacer”. (Es ist nicht genug, zu wissen, man muß auch anwenden; es ist nicht genug, zu wollen, man muß auch tun). Este es nuestro desafío para este año.
Muchas gracias.
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