Por Kristalina Georgieva y Abebe Aemro Selassie
Quizás la primera de las muchas enseñanzas de este año 2020 es que la idea de los denominados sucesos “cisne negro” no es una preocupación lejana. Empieza con el bloque que cimienta toda la narrativa. Estos sucesos, que supuestamente ocurren una sola vez en una generación, tienen lugar con cada vez más frecuencia.
Pensemos en los shocks climáticos, sobre todo en África subsahariana. Esta región, más que ninguna otra, es vulnerable a estos sucesos debido a su fuerte dependencia de la agricultura de secano y su limitada capacidad para adaptarse a los shocks. Cada año, los medios de vida de millones de personas se ven amenazados por desastres provocados por el clima.
En un momento en que todos estamos luchando contra la crisis de la COVID-19, las autoridades económicas deben mirar hacia el futuro. Los países deben procurar que el amplio apoyo fiscal que se ha desplegado a escala mundial para luchar contra la pandemia sirva también para construir un futuro más inteligente, verde y equitativo.
En ningún lugar es esto más importante que en África subsahariana. Es allí donde las necesidades son mayores y donde vive la población más joven del mundo, lo que hace que sea aún más urgente actuar ahora para construir un futuro mejor. Debemos trazar juntos la trayectoria hacia una recuperación más resiliente.
Por qué es importante la resiliencia
Nuestras Perspectivas económicas regionales de África subsahariana, publicadas a principios de este año, destacan los daños permanentes en la región provocados por fenómenos climáticos. En el mediano plazo, el crecimiento económico anual per cápita puede disminuir 1 punto porcentual adicional con cada sequía. Este impacto es ocho veces peor que en economías de mercados emergentes o en desarrollo de otras partes del mundo.
Nelson Mandela dijo una vez: “no me juzgues por mi éxito, júzgame por cuántas veces he caído y me he vuelto a levantar”.
Dada la mayor frecuencia de los shocks, es fundamental fortalecer la capacidad de resistirlos a fin de proteger los avances logrados en materia de desarrollo.
Pensemos en la inversión en una economía digital más inteligente. En otro capítulo de las Perspectivas económicas regionales concluimos que ampliar el acceso a Internet en un 10% de la población en África subsahariana podría aumentar el crecimiento del PIB real per cápita en hasta 4 puntos porcentuales.
En otras palabras, una recuperación que mejore la resiliencia no solo salvará vidas, sino que se traducirá en un aumento de los niveles de vida, empleos de mejor calidad y más oportunidades para todos.
Para conseguirlo, las políticas fiscales y financieras deben priorizar la inversión en la gente, la infraestructuras y los mecanismos de adaptación.
Empoderar a la gente
Invertir en atención sanitaria y educación puede traer grandes beneficios en términos de crecimiento, productividad, equidad de género y niveles de vida. Pero invertir en la gente también es fundamental para el desarrollo de la resiliencia.
La gente que es físicamente resistente gasta menos recursos en atención médica suplementaria y, si cae enferma, vuelve antes al trabajo o a la escuela.
Por supuesto, una buena salud depende de una buena nutrición. Cuando se produce un shock climático, disponer de acceso a suficientes alimentos nutritivos y seguros es esencial para la supervivencia. Y aquí es donde una mejor educación sobre el impacto del cambio climático puede contribuir a que los países protejan la producción agraria. En Chad, por ejemplo, los agricultores están mejorando la retención de agua con nuevas técnicas de recolección de aguas pluviales.
El acceso a nuevas tecnologías puede ayudar a los agricultores y a los médicos. En noviembre de 2019, Sierra Leona puso en marcha un nuevo corredor operado por drones, el primero en África occidental, para monitorear las condiciones agrícolas y posibilitar un reparto rápido de medicamentos. Mejores redes de telefonía móvil implican un mejor acceso a sistemas de alerta temprana y a información meteorológica —aunque sea en forma de simples mensajes de voz— que permiten una agricultura más productiva y con un enfoque climático inteligente.
Pero invertir en la gente no supone solo encontrar formas de realizar mejor los trabajos que ya existen. También tiene que ver con crear nuevos trabajos. Mejores trabajos. Por tanto, es vital invertir en el desarrollo de habilidades digitales.
Nuestro análisis muestra que, en promedio, las empresas conectadas por medios digitales en la región emplean ocho veces más trabajadores y crean empleos a tiempo completo y de mayor calificación. A su vez, el aumento de la penetración de Internet se asocia con un porcentaje mayor de puestos de trabajo ocupados por mujeres en el sector de los servicios: el aumento de empleo en los servicios es dos veces y media superior en el caso de las mujeres que en el de los hombres.
Mejorar las infraestructuras
Una buena infraestructura es la columna vertebral de toda economía resiliente y próspera. Sin embargo, en una región donde las inversiones en infraestructuras a gran escala son tan necesarias, las inversiones en infraestructuras inteligentes, verdes e inclusivas tienen un beneficio añadido.
Si bien parece que la pandemia va a acelerar la transformación digital de África subsahariana, esta no tendrá lugar por sí sola. Requiere importantes inversiones en dos tipos de infraestructuras: la tradicional, que facilita la tecnología digital (como por ejemplo un suministro eléctrico más seguro) y la infraestructura de la tecnología de la información, ya preparada para utilizar tecnologías digitales.
Casi todos los países de la región, excepto unos pocos, están conectados a través de cables submarinos o mediante enlaces terrestres transfronterizos. Pero aún deben hacerse más esfuerzos para mejorar el acceso digital dentro de los países y para revertir la ampliación de la brecha de género.
Al mismo tiempo, los países que afrontan los estragos de fenómenos
climáticos necesitan una mayor inversión en infraestructuras resilientes a las perturbaciones meteorológicas.
Por ejemplo, el puerto de Beira en Mozambique —un importante centro de transporte y comercio en la región—volvió a estar en funcionamiento tan solo días después de cada uno de los dos ciclones consecutivos, gracias a amplios sistemas de drenaje y a la construcción adecuada de carreteras y edificios.
Las infraestructuras digitales y resilientes a los fenómenos climáticos pueden ir a la par. Una quinta parte de la electricidad en África subsahariana es de producción hidroeléctrica —que es susceptible a las sequías—, por lo que se necesitan mayores esfuerzos de diversificación de las fuentes de energía eléctrica a largo plazo.
Esto significa avanzar hacia otras fuentes de energías renovables, como son la energía solar y la eólica. Este cambio contribuirá a reducir las emisiones de carbono, extender la electrificación y crear empleos. En Kenya, el gobierno ha aumentado el acceso a electricidad del 40 al 70% de la población, en gran medida mediante el uso de pequeñas instalaciones de energía eléctrica fuera de red. El modelo de dinero móvil y pago por uso tiene el beneficio añadido de hacer que esta iniciativa sea accesible y fácil de ampliar y, además, ha creado 10 veces más empleos que las empresas tradicionales de servicios esenciales.
Fortalecer los mecanismos de adaptación
Tras un shock, la asistencia social y el acceso a financiamiento, entre otras cosas, actúan como colchones que ayudan a la gente y a las empresas a adaptarse al shock. Compensan la pérdida de ingresos —lo que permite a los hogares regular el consumo y comprar productos esenciales como alimentos— y hacen posible que las empresas continúen su funcionamiento.
Un buen ejemplo es el programa Productive Safety Net de Etiopía, que proporciona transferencias monetarias de emergencia a hogares en situación de inseguridad alimentaria. Al requerir que los beneficiarios utilicen cuentas bancarias, las transferencias se reciben con rapidez y la inclusión financiera ha mejorado.
Ampliar el acceso de los hogares de bajo ingreso y pequeñas empresas al financiamiento permite que se adapten mejor al shock. También ayuda a empoderar a los hogares al invertir en salud, educación, etc., y a que las empresas inviertan en proyectos productivos.
Cuando la digitalización respalda un mejor diseño de las políticas y mejores resultados económicos, la situación beneficia a todas las partes.
Los gobiernos también están aprovechando el liderazgo de la región en el ámbito del dinero móvil para proporcionar un apoyo inmediato a hogares y empresas y, al mismo tiempo, fomentar el distanciamiento social. Por ejemplo, el programa de protección “NOVISS” de Togo utiliza dinero móvil y transferencias monetarias electrónicas para dar apoyo a los trabajadores del sector informal afectados por la COVID-19.
Para empezar, será caro. Estimar con precisión los costos no es tarea fácil dadas las complementariedades entre las inversiones en la gente, las infraestructuras y las políticas. Pero sin duda serán cientos de miles de millones de dólares en los próximos años.
Mientras tanto, por supuesto, la crisis de la COVID-19 está pasando factura al ya limitado espacio fiscal de la región. Además, ya antes de la crisis, la deuda pública de la mayoría de los países estaba aumentando con rapidez.
En segundo lugar, serán necesarias reformas transformadoras. Por muy importante que sea el apoyo externo, este no será ni eficaz ni suficiente a menos que se eliminen las distorsiones inducidas por las políticas que obstaculizan las inversiones privadas o que se mejoren los sistemas de gestión de las finanzas públicas. También será esencial una mayor movilización de ingresos públicos internos, a lo que la digitalización puede contribuir con la mejora de la eficiencia en la recaudación.
En tercer lugar, será fundamental el apoyo de la comunidad internacional. Será necesario reforzar el alivio de la deuda, el financiamiento y el fortalecimiento de las capacidades. El FMI apoya la recuperación en África subsahariana a través de estos tres canales. Y sin duda haremos más en los próximos años.
Como señalábamos al principio al evocar a Nelson Mandela, levantarse tras caer es fundamental.
El hecho es que invertir en un futuro más resiliente será más rentable que reconstruir repetidamente tras crisis o desastres naturales.
Este debería ser el indicador del éxito de hoy: el fomento de un ciclo más virtuoso y una trayectoria de desarrollo más resiliente para la región.