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La economía mundial continúa experimentando un ímpetu generalizado. La perspectiva discordante contra este telón de fondo positivo es la de un conflicto igualmente generalizado en torno al comercio internacional.
Hace tres meses, actualizamos los pronósticos de crecimiento mundial para este año y el próximo con cambios sustanciales, proyectándolo en 3,9% en ambos años. Esa previsión continúa sustentada por la solidez ininterrumpida del desempeño de la zona del euro, Japón, China y Estados Unidos, que sin excepción crecieron más de lo esperado el año pasado. También proyectamos mejoras a corto plazo en varias economías de mercados emergentes y en desarrollo, con cierta recuperación de los exportadores de materias primas. Los motores de esa fase económica ascendente mundial siguen siendo la aceleración de la inversión y, sobre todo, del comercio internacional.
Tomando las economías más grandes, nuestras proyecciones de crecimiento para 2018, comparadas con las de octubre de 2017, son 2,4% en la zona del euro (un alza de 0,5 puntos porcentuales), 1.2% en Japón (un alza de 0,5 puntos porcentuales), 6,6% en China (un alza de 0,1 puntos porcentuales) y 2,9% en Estados Unidos (un alza de 0,6 puntos porcentuales). En Estados Unidos, el crecimiento estará alimentado en parte por un estímulo fiscal mayormente pasajero, que explica más de una tercera parte de nuestra actualización del crecimiento mundial de 2018 respecto de los pronósticos de octubre.
A pesar de las buenas nuevas a corto plazo, las perspectivas a más largo plazo son más sobrias. Las economías avanzadas —enfrentadas al envejecimiento de la población, tasas decrecientes de participación en la fuerza laboral y un débil aumento de la productividad— probablemente no retomen las tasas de crecimiento per cápita que alcanzaron antes de la crisis financiera internacional. Las economías de mercados emergentes y en desarrollo presentan un panorama mixto; algunas que no exportan materias primas pueden esperar tasas de crecimiento a más largo plazo comparables a las que precedieron a la crisis. Sin embargo, muchos exportadores de materias primas no serán tan afortunados, pese a cierta mejora de las perspectivas de esos precios, y tendrán que diversificar sus economías para afianzar el crecimiento y la resiliencia.
Escalada de riesgos
Además, más allá de los próximos trimestres, se perfilan riesgos notables para las perspectivas. Como documenta la actual edición del informe Monitor Fiscal, los niveles mundiales de deuda —tanto pública como privada— son muy elevados y podrían adquirir tintes problemáticos a la hora del reembolso a medida que se normalicen las políticas monetarias en un entorno en el cual muchas economías tienen por delante tasas de crecimiento a mediano plazo más bajas. Como lo muestra la nueva edición del informe sobre la estabilidad financiera mundial, las condiciones financieras internacionales siguen estando distendidas a nivel general a pesar de la inminente alza de las tasas de política monetaria, como consecuencia de lo cual las vulnerabilidades de los mercados de activos podrían recrudecer. No se deben descontar los riesgos geopolíticos y, obviamente, la reciente escalada de las tensiones en torno al comercio internacional representa un riesgo creciente.
La apreciación subjetiva de estos riesgos ya podría estar provocando efectos negativos. Por ejemplo, aunque los índices mundiales de los gerentes de compras se mantienen en expansión, en los últimos tiempos se moderaron —tanto en las economías avanzadas como en las de mercados emergentes— en parte como consecuencia de la caída de los pedidos de exportación. Las condiciones financieras siguen estando distendidas, como acabamos de señalar, pero ya no tanto desde principios de año.
El FMI lleva tiempo diciendo que el repunte cíclico que estamos atravesando ofrece a las autoridades una oportunidad ideal para que el crecimiento a más largo plazo sea más fuerte, más resiliente y más incluyente. La bonanza actual no durará mucho, pero con políticas sólidas es posible prolongarla y, al mismo tiempo, conjurar el riesgo de que su fin sea traumático. Los países tienen que reconstituir los amortiguadores fiscales, llevar a cabo reformas estructurales y guiar con cuidado la política monetaria en un entorno que ya es complejo y difícil.
Tensiones comerciales
Pero lo que tenemos por delante es la posibilidad de que restricciones y contrarrestricciones al comercio internacional asesten un golpe a la confianza y descarrilen prematuramente el crecimiento mundial. Aunque algunos gobiernos han puesto en marcha reformas económicas sustanciales, las desavenencias comerciales amenazan con desviar a otros de los pasos constructivos que tendrían que dar en este momento para mejorar y afianzar las perspectivas de crecimiento.
El hecho de que grandes economías estén coqueteando con la posibilidad de una guerra comercial en un momento de expansión económica generalizada podría parecer paradójico, especialmente teniendo en cuenta que la expansión depende tanto de la inversión como del comercio internacional. Sin embargo, especialmente en las economías avanzadas, el optimismo público en torno a los beneficios de la integración económica ha ido cediendo con el tiempo frente a las prolongadas tendencias de polarización del empleo y los salarios, sumadas a un crecimiento insuficiente y persistente de los sueldos medianos. Para muchos hogares, el crecimiento ha generado beneficios insignificantes o inexistentes.
Estas tendencias se deben más al cambio tecnológico que al comercio internacional, y aun en los países en los cuales el comercio no ha suscitado una reacción negativa notable, el público en general no siente que las autoridades puedan generar un crecimiento fuerte e incluyente. La desilusión de los votantes plantea el riesgo de movimientos políticos capaces de desestabilizar una variedad de políticas económicas, trascendiendo el ámbito comercial.
Los gobiernos tienen que ponerse a la altura de la difícil tarea de afianzar el crecimiento, extender más ampliamente sus beneficios, extender las oportunidades económicas a través de la inversión en la población y reforzar la sensación de seguridad de los trabajadores frente a cambios tecnológicos inminentes que podrían transformar radicalmente la naturaleza del trabajo. En lugar de acercarnos a estos objetivos vitales, las desavenencias comerciales nos alejan.
La reciente intensificación de las tensiones comerciales comenzó a principios de mayo, cuando Estados Unidos anunció que impondría aranceles al acero y al aluminio por razones de seguridad nacional. El anuncio condujo a varias negociaciones bilaterales encaminadas a reducir el déficit comercial estadounidense con distintos socios comerciales. Sin embargo, esas iniciativas no contribuirán mucho a alterar el déficit multilateral o de la cuenta corriente externa global de Estados Unidos, que se debe más que nada al hecho de que el gasto agregado del país continúa superando su ingreso total. Las medidas fiscales que Estados Unidos adoptó hace poco de hecho ahondarán su déficit en cuenta corriente. En comparación con las proyecciones de octubre último, elaboradas antes de los últimos cambios a la tributación y el gasto estadounidenses, prevemos ahora que el déficit en cuenta corriente de Estados Unidos sea de aproximadamente USD 150.000 millones más en 2019.
Los desequilibrios en cuenta corriente pueden desempeñar un papel económico fundamental, pero cuando alcanzan niveles excesivos acarrean riesgos, incluso el de dar pie a controversias comerciales. En el entorno mundial actual, la carga de reducir los desequilibrios mundiales excesivos debería estar distribuida a través de la acción multilateral; en otras palabras, los países con déficits y superávits excesivos, sin excepción, deben adoptar políticas macroeconómicas que compaginen mejor sus niveles de gasto con sus ingresos.
Ahora bien, aun si no hubiera desequilibrios mundiales excesivos, para hacer frente a las prácticas comerciales desleales —en las que incluimos los problemas de propiedad intelectual— se necesitaría una resolución fiable y justa de las controversias, dentro de un marco multilateral sólido y basado en reglas. Existe margen para mejorar el sistema actual, en lugar de exponerse a la posibilidad de una fragmentación bilateral del comercio internacional. Los mecanismos plurilaterales que se ciñen a reglas multilaterales también pueden abrir las puertas a un comercio más abierto. En ese sentido, el Tratado Amplio y Progresista de Asociación Transpacífico con sus 11 signatarios y el Tratado de Libre Comercio Africano, que reuniría a 44 naciones del continente, son iniciativas prometedoras.
Todos los gobiernos nacionales pueden hacer mucho por cuenta propia para promover la fortaleza, la resiliencia y la inclusividad del crecimiento. Pero la cooperación multilateral sigue siendo esencial para superar una variedad de dificultades, más allá de la gobernanza del comercio internacional: el cambio climático, las enfermedades infecciosas, la ciberseguridad, la fiscalización de las empresas y el control de la corrupción, entre otros. La interdependencia internacional no hará más que profundizarse y a menos que los países la enfrenten con ánimo de colaboración, y no de conflicto, la economía mundial no podrá prosperar.