(Versión en English)
El crecimiento demográfico y la innovación tecnológica no tienen por qué empeorar la desigualdad en los países en desarrollo. Son dos fuerzas que también pueden ofrecer nuevas oportunidades para promover el crecimiento y generar empleo, pero con resultados a largo plazo que dependen de las decisiones sobre políticas que se tomen hoy en día. No obstante, esas decisiones no son fáciles, ya que las políticas en pro del crecimiento sostenido e inclusivo pueden estar en conflicto con las necesidades a corto plazo. Aquí analizamos las disyuntivas y la manera de conjugar las metas a corto y largo plazo relativas al crecimiento sostenible e inclusivo.
Crecimiento demográfico y automatización
En comparación con las economías avanzadas, que ya están enfrentándose a los desafíos del envejecimiento y la disminución de la población, los países en desarrollo aún se encuentran en una etapa de crecimiento demográfico, en la que los niños están convirtiéndose en adultos en edad de trabajar. Según estimaciones de las Naciones Unidas, en África el segmento menor de 25 años de edad representa un 60% de la población. Dado que el crecimiento demográfico supone un mayor número de trabajadores poco calificados, y que la automatización al mismo tiempo reduce la demanda de mano de obra, esta nueva generación de trabajadores prosperará solo si adquiere las aptitudes que exige el mercado.
La automatización ya está afectando la creación de empleo en las economías avanzadas, y está degradando la tradicional ventaja de mano de obra barata de los países en desarrollo, en donde, según estimaciones del Banco Mundial, dos tercios de los trabajos son susceptibles de mecanización. Por ejemplo, un reciente informe McKinsey indica que los robots con tecnología actual ya podrían realizar más del 50% de las actividades laborales en países como Kenya y Colombia. Además, el avance tecnológico podría agudizar la “polarización” del mercado laboral, con grandes cantidades de trabajadores muy poco calificados y trabajadores altamente calificados, lo cual agravaría la desigualdad e iría en menoscabo del crecimiento inclusivo.
La escasez de trabajadores calificados y de infraestructura, como electricidad y carreteras, restringe aún más el crecimiento inclusivo. En el discurso principal que pronunció en la reciente conferencia organizada por el FMI sobre las tendencias, las oportunidades y los desafíos del crecimiento inclusivo de los países de bajo ingreso de aquí hasta 2030 (“Towards 2030: Trends, Opportunities, Challenges, and Policies for Inclusive Growth”), el economista de Harvard Dani Rodrik sostuvo que la continua modernización de las aptitudes manufactureras ha tenido como consecuencia hasta ahora una reducción de los puestos de trabajo en manufactura para obreros poco calificados. Este proceso de ‘desindustrialización prematura’ está provocando un replanteamiento del modelo de crecimiento en los países en desarrollo, que están empezando a desindustrializarse más pronto y en niveles de ingreso más bajos que antes. En este sentido, los países de bajo ingreso quizá no podrán beneficiarse de las oportunidades que impulsaron el desarrollo de muchos países de Asia oriental, ya que la automatización podría reducir la competitividad de su oferta de mano de obra.
La tecnología puede ayudar
La tecnología, no obstante, también tiene el potencial de estimular el desarrollo y el crecimiento al proporcionar más información que permite mejorar la coincidencia entre los requisitos y las aptitudes laborales, reducir los precios al consumidor y ampliar el acceso a nuevos mercados y servicios, gracias a una reducción de los costos de conectividad. En Kenya, por ejemplo, el acceso al dinero móvil M-PESA elevó los niveles de consumo per cápita y sacó de la pobreza a un 2% de los hogares kenianos, en especial los hogares encabezados por mujeres. En Rwanda, un empresa emergente está usando drones para llevar medicamentos y sangre a zonas remotas.
Los cambios tecnológicos también pueden revolucionar el suministro de servicios públicos, al mejorar la transparencia y la eficiencia. Por ejemplo, en 2013 Tanzanía adoptó un nuevo sistema de pago de impuestos basado en teléfonos móviles, que redujo el riesgo del transporte de dinero a los bancos y abarató los costos comerciales al reducir los tiempos de espera en las filas en los bancos. Con el apoyo de USAID, la ciudad de Batangas en Filipinas inauguró un sistema similar en marzo de 2014 para ayudar a las empresas a pagar impuestos mediante dispositivos móviles.
Invertir en educación y mejorar la movilidad y la conectividad son tareas clave para no perder el tren de las rápidas transformaciones mundiales. Pero en muchos países en desarrollo no hay suficientes escuelas, la infraestructura es inadecuada y los profesores a menudo no están bien preparados. Un experimento en Afganistán demostró que el establecimiento de escuelas de alta calidad en las aldeas mejora considerablemente la matrícula y el rendimiento académico de los alumnos, en especial de las niñas. La inversión en educación debería apuntar sobre todo a la calidad de la educación, a alinear las aptitudes de los trabajadores con los requisitos del mercado y a la capacitación práctica en el empleo.
El economista de Harvard Ricardo Hausmann, otro de los ponentes destacados en la conferencia, subrayó que el potencial de crecimiento depende de la difusión de los conocimientos especializados y la tecnología, e hizo hincapié en la necesidad de mejorar la conectividad, adoptar políticas migratorias más abiertas y establecer zonas económicas especiales para atraer inversión extranjera. Las redes de transporte tecnológicamente sofisticadas pueden ampliar las ventajas de la urbanización, crear nuevas oportunidades e incrementar el empleo. Las políticas migratorias, dirigidas no solo a facilitar la participación de los trabajadores extranjeros en los mercados laborales internos sino también a proporcionar incentivos adecuados para que la diáspora invierta en su país de origen, pueden fomentar la diversificación y el crecimiento, mediante la difusión de la tecnología y la innovación. Según Hausmann, “es más fácil transportar cerebros que transportar la información adecuada a los cerebros”.
Al parecer, sabemos cómo evitar las desventajas de la tecnología, pero a la hora de tomar medidas de política concretas uno choca contra una dura realidad. Al tratar de implementar las medidas, las autoridades a menudo señalan situaciones en las que la eficiencia se contrapone a las consideraciones de equidad. Una de esas disyuntivas es que, al concentrar los recursos en una parte del país para promover la innovación y crear empleo, también se ensancha la brecha de ingreso entre las zonas ricas y pobres, lo cual puede generar malestar social y político. Además, algunas de las políticas que pueden propiciar un mayor crecimiento a largo plazo quizá no proporcionen amplios beneficios a corto plazo, lo cual debilita el incentivo político de participación.
Ahí radica el desafío clave: el crecimiento sostenible e inclusivo a largo plazo solo puede lograrse conjugando los imperativos a corto plazo con las metas a más largo plazo. Debatir cómo será el mundo de aquí a 20 años no es un ejercicio teórico sino práctico, y más vale abordarlo hoy en día para estar preparados en el futuro.