El clima parece cada vez más errático e inclemente. Desde los devastadores huracanes que azotaron Estados Unidos y el Caribe hasta los incendios forestales que ardieron sin control en California y las inundaciones calamitosas en India, el costo humano y económico de estos fenómenos meteorológicos extremos es gigantesco.
Cada vez que un fenómeno meteorológico extremo provoca pérdidas materiales y humanas significativas, se registra una catástrofe natural. Las catástrofes naturales representan un riesgo particularmente grave para los países pequeños, de ingreso más bajo porque pueden destruir rápidamente una proporción considerable del PIB. El FMI está comprometido desde hace décadas a ayudar a los países miembros a atender las necesidades que surgen después de estas catástrofes. ¿Las acentuará el cambio climático? Es decir, el cambio climático, ¿incrementará la frecuencia de las catástrofes naturales de índole meteorológica? Según el análisis que publicamos en el capítulo 3 de la edición del mes pasado de Perspectivas de la economía mundial (informe WEO, por sus siglas en inglés), la respuesta es afirmativa.
Las fuerzas de la naturaleza
Entre 1990 y 2014, se registraron más de 8.000 catástrofes de índole meteorológica, entre las cuales sobresalieron inundaciones, huracanes y epidemias. Tomando una muestra de 228 países y territorios, examinamos la relación histórica entre cada tipo de catástrofe natural de índole meteorológica que había ocurrido —huracanes, inundaciones, incendios forestales— y los patrones meteorológicos mensuales de los últimos 25 años.
La temperatura y las precipitaciones son predictores muy importantes en la mayoría de los casos. Como es de esperar, las temperaturas más elevadas tienen que ver con más catástrofes causadas por sequías, incendios forestales, olas de calor, ciclones tropicales y otras tormentas. Un nivel más elevado de precipitaciones está asociado a una menor cantidad de catástrofes ocasionadas por sequías, incendios forestales y olas de calor, pero con una mayor cantidad de catástrofes causadas por inundaciones, deslizamientos de tierras, ciclones tropicales y otras tormentas.
Mayor temperatura y mayor intensidad
Es natural preguntarse entonces en qué medida el calentamiento de la atmósfera incidirá en la probabilidad de que ocurran catástrofes naturales. Para saberlo, combinamos nuestras estimaciones empíricas basadas en datos históricos con el nivel de temperatura y precipitación proyectado para cada país según una de las hipótesis que elaboró el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático; a saber, la de un cambio climático no mitigado, en la cual las temperaturas mundiales medias aumentarán alrededor de 4 °C para 2100. Así podremos predecir la probabilidad de cada tipo de catástrofe de índole meteorológica en 2050 y 2100.
De acuerdo con nuestro estudio, la mayor parte de los tipos de catástrofe de índole meteorológica será más común para finales del siglo, independientemente del grupo de ingreso. La frecuencia de las catástrofes ocasionadas por olas de calor, ciclones tropicales e incendios forestales aumentará considerablemente. Los científicos prevén que los ciclones tropicales disminuirán en frecuencia cuando las temperaturas sean más altas, pero que a su vez cobrarán intensidad, lo que probablemente produzca más catástrofes.
Análogamente, las inundaciones y las epidemias, que afectan primordialmente a los países de bajo ingreso, serán más comunes. Los mosquitos y los agentes patógenos se reproducen con más rapidez en un entorno más cálido, lo cual incrementa la probabilidad de epidemias.
Cómo prepararse para el cambio
A medida que las catástrofes naturales aumenten en frecuencia e intensidad, el mundo tendrá que prepararse para el cambio. Además, nuestro análisis hace penar que el riesgo creciente de catástrofes naturales se sumará a los efectos negativos a más largo plazo del aumento de la temperatura en la actividad macroeconómica, lo cual podría redoblar los flujos migratorios originarios de las economías afectadas, con consecuencias internacionales potencialmente considerables.
Los países deberían invertir en infraestructura capaz de resistir la subida del nivel del mar y la aceleración de la velocidad de los vientos, por ejemplo. Los costos futuros podrían reducirse también actualizando las leyes de urbanización y los códigos de edificación para tener en cuenta el cambio climático. Pero, fundamentalmente, los países deberían ahorrar en las épocas de prosperidad para poder incrementar el gasto público y apuntalar la economía cuando golpee una catástrofe natural de índole meteorológica.
El cambio climático es una amenaza que se cierne sobre todos los países, avanzados y en desarrollo. Un esfuerzo internacional concertado por limitar las emisiones de gases de efecto invernadero es lo único que nos ayudará a evitar los peores efectos. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que tendrá lugar en Bonn esta semana (COP23) será crítica para avanzar hacia ese objetivo.