(Versión en English)
El crecimiento económico es la base para superar la pobreza y mejorar los niveles de vida. Pero para que sea sostenido e inclusivo, sus beneficios tienen que llegar a todos.
Aunque un crecimiento económico sólido es necesario para el desarrollo económico, no siempre es suficiente.
Durante las últimas décadas, el crecimiento ha mejorado los niveles de vida y creado oportunidades laborales, arrancando a millones de personas de las garras de la indigencia. Pero hay otra cara de esa moneda. La desigualdad ha aumentado en varias economías avanzadas y sigue siendo persistentemente elevada en muchas que aún se están desarrollando.
Esto preocupa a las autoridades en el mundo entero, y con buena razón. Los estudios del FMI y de otras instituciones dejan en claro que una falta persistente de inclusión —definida como la distribución generalizada de los beneficios y las oportunidades del crecimiento económico— puede atentar contra la cohesión social y la sostenibilidad del crecimiento mismo.
Sintetizamos las lecciones extraídas de nuestro trabajo con los países y nuestros análisis de las políticas que podrían aliviar la tensión entre el crecimiento y la igualdad y fomentar un crecimiento inclusivo en una nota para la reunión del G-20 en Hamburgo, Alemania, en julio pasado.
Algunos hechos
La falta de inclusión produce desigualdad en términos tanto de los resultados como de las oportunidades. La desigualdad del ingreso —el indicador más citado de la desigualdad de oportunidades— está retrocediendo a escala mundial, en gran medida gracias al vigoroso crecimiento registrado en muchas economías de mercados emergentes y en desarrollo, si bien dos tercios de la desigualdad mundial aún es atribuible a diferencias del ingreso promedio entre los países.
Sin embargo, si analizamos los países en forma individual constatamos que la desigualdad del ingreso dio un fuerte salto en muchos lugares. En las economías más avanzadas, esa disparidad se produjo mayormente entre la década de 1990 y mediados de la de 2000. En las economías de mercados emergentes y en desarrollo, la desigualdad sigue siendo pronunciada, pero en muchos casos se moderó durante las últimas décadas.
La falta de inclusión se manifiesta también en un acceso desigual al empleo y a servicios básicos como la salud y la educación. Para citar apenas algunos ejemplos, más de 200 millones de personas están desempleadas a escala mundial y el desempleo juvenil se encuentra a niveles alarmantes en numerosos países. Las tasas de mortalidad de algunos segmentos de la población están en alza, incluso en Estados Unidos.
Un 20% de los adultos de las economías avanzadas aún están privados de acceso formal al sector financiero; por ejemplo, no tienen una cuenta en una institución financiera. Por último, la discriminación generalizada por razones de género ha creado persistentes diferencias en términos de salud, educación e ingreso en gran parte del mundo.
La tecnología y la integración financiera han aportado cuantiosos beneficios en muchas economías, pero estos no siempre están ampliamente distribuidos. Tanto la tecnología como el comercio internacional son motores del crecimiento y de la productividad y han reducido los precios, beneficiando mucho a los pobres que dedican gran parte de su ingreso a alimentos, indumentaria y otros bienes básicos.
Con todo, la tecnología ha estimulado la demanda de mano de obra casi exclusivamente calificada, en tanto que el comercio internacional en ocasiones ha desplazado a los trabajadores menos calificados. Una mayor integración entre las economías también ha deslocalizado fábricas e intensificado el uso de equipos, desplazando a los trabajadores.
Hay opciones para fomentar un crecimiento para todos
Entonces, ¿qué se puede hacer para promover un crecimiento inclusivo?
La respuesta no radica en postergar las reformas que estimulan la productividad y el crecimiento, sino más bien en centrarse en políticas que ofrezcan oportunidades a todos. Las autoridades deben concebir medidas capaces de mitigar la tensión que podría plantearse entre los objetivos de incrementar el crecimiento y reducir la desigualdad.
Para eso existen varias opciones.
Por ejemplo, un gasto mayor —y más eficiente— en carreteras, aeropuertos, redes de electricidad y educación puede generar puestos de trabajo y estimular el crecimiento económico. Ampliando el acceso a los servicios financieros —junto con medidas que aseguren la estabilidad financiera—, un mayor número de personas y empresas tendrán oportunidad de consumir e invertir, como ocurrió últimamente en India, México y Rwanda.
La asistencia brindada a la búsqueda de empleo y a una mayor adecuación entre las calificaciones y la oferta de trabajo, así como los programas de capacitación, pueden ayudar a los desempleados a encontrar un trabajo a la medida de su capacidad; países como Finlandia y Alemania, que tienen los niveles más altos de participación en estos programas dentro de la Unión Europea, también registran las tasas más bajas de desempleo a largo plazo. La mejora de los derechos de propiedad que da más seguridad a los particulares fomenta la movilidad laboral, desalienta el empleo informal y respalda el crecimiento inclusivo.
La política fiscal es un arma contundente para reforzar el crecimiento inclusivo y ha contribuido decisivamente a reducir la desigualdad. Por ejemplo, eliminar las diferencias de los resultados en términos de educación y salud entre los grupos favorecidos y desfavorecidos puede moderar la desigualdad y promover el crecimiento; las prestaciones sociales como las transferencias de efectivo pueden contribuir a proteger a los segmentos más vulnerables; y la movilización del ingreso fiscal genera el financiamiento necesario para el gasto social, y también puede contribuir a una disminución de la desigualdad. La concepción de estas medidas reviste importancia, de modo que la política fiscal pueda equilibrar óptimamente la igualdad y la eficiencia.
En cuanto al comercio internacional y la tecnología, las políticas nacionales pueden contribuir mucho a traducir un crecimiento vigoroso en un crecimiento inclusivo. De hecho, el FMI ha mostrado lo importante que es la forma en que se diseñan las políticas públicas: por ejemplo, las medidas que alientan el comercio exterior promueven el crecimiento, pero pueden exacerbar la desigualdad si simultáneamente desplazan a los trabajadores menos calificados. Por el contrario, las reformas concomitantes, como una educación accesible, que buscan incrementar el ingreso y la productividad de esos trabajadores pueden impulsar el crecimiento y reducir la desigualdad.
Poner los frutos del crecimiento en manos de la mayor cantidad posible de personas no es tarea fácil y claramente exige un esfuerzo internacional, como bien lo reconoció el G20. Pero no es una tarea imposible. El FMI continuará colaborando con las autoridades del mundo entero —a través de análisis, asistencia técnica y supervisión— para ayudar a alcanzar esa meta.