(Versión en English)
Aún es invierno en el hemisferio norte, pero nunca es mal momento para una limpieza general. Propongo a los responsables de las políticas que despejen su lista de tareas pendientes y centren su atención en tres prioridades para contribuir al crecimiento de la economía y mejorar considerablemente la estabilidad monetaria y financiera en 2013 y en los próximos años.
Bancos sólidos
Necesitamos bancos sólidos que puedan apuntalar el crecimiento económico. Las instituciones financieras de las economías avanzadas hoy lucen más robustas. Pero las autoridades aún deben terminar de sanear el sector bancario. Esta cuestión es particularmente apremiante en Europa, donde la debilidad de los bancos se ha convertido en un lastre para el crecimiento.
Las tasas de préstamos en mora siguen aumentando en varios países de la periferia de la zona del euro y en las economías emergentes de Europa, en medio de un desempleo alto y un crecimiento anémico. Es posible que algunos bancos necesiten reservas adicionales de capital para compensar este deterioro de la calidad de sus préstamos. Asimismo, en algunos casos, la recapitalización directa de los bancos débiles de la zona del euro a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad debería ser una opción viable.
Sin embargo es posible que la situación de otros bancos ya no tenga arreglo y que deban reestructurarse o liquidarse para impedir el surgimiento de bancos “zombi”, es decir, instituciones financieras con una capacidad escasa o nula para ofrecer nuevos préstamos a empresas y hogares, y que además suelen evitar reducir el valor contable de los préstamos deteriorados. Esto oculta pérdidas inevitables y crea empresas “zombi” que no son viables a largo plazo.
Los bancos débiles en Europa deben terminar su limpieza general este año para que la economía real vuelva a encarrilarse. Pero no pueden hacerlo solos. Esta labor exige el compromiso mancomunado de todas las partes interesadas del sector financiero, incluidos los directivos, los inversores, los organismos de regulación y los líderes políticos.
Regulación estricta
Necesitamos regulación y supervisión rigurosas del sector financiero para promover una reorientación hacia modelos operativos de menor riesgo. Esto permitiría afianzar el crecimiento y la estabilidad financiera y restablecer la confianza en algunos de los principales bancos del mundo.
Es mucho lo que se ha avanzado, pero aún hay tareas pendientes. Hay que aplicar las nuevas normas internacionales que rigen el sistema bancario, denominadas Basilea III, y trabajar más en el problema de los bancos demasiado grandes para quebrar, la reforma de los derivados extrabursátiles y la regulación del sistema bancario paralelo.
En los próximos meses, las autoridades nacionales deben seguir avanzando en la aplicación de los requisitos de capital y liquidez de Basilea III. Es preocupante que los bancos sigan empleando métodos muy diferentes para calcular los indicadores básicos de Basilea III, como los activos ponderados en función del riesgo. Por lo tanto, las autoridades deben promover una constitución de nuevas reservas de capital y de liquidez que sea constante y coherente a escala internacional, para reducir a un mínimo el riesgo de que los bancos busquen instalarse en jurisdicciones con normas más indulgentes. Un estudio del FMI muestra que reservas de liquidez y capital más grandes y amortiguadoras de shocks contribuyen a disminuir las presiones financieras y a potenciar y estabilizar el crecimiento económico. Esto sucede particularmente cuando las reservas están constituidas por capital de buena calidad y activos más líquidos.
Asimismo, en mi opinión, la reforma del mercado de instrumentos derivados debe acelerarse. El uso más generalizado de cámaras de compensación de derivados, denominadas contrapartes centrales, mejorará la transparencia del mercado de derivados extrabursátiles y disminuirá el riesgo del sistema financiero en general. Pero las autoridades nacionales no han cumplido los plazos recientes para la ejecución de estas reformas debido a las complejidades jurídicas de este sector poco transparente. Los recientes escándalos relacionados con instrumentos derivados complejos hacen pensar que demasiado a menudo los controles internos de los bancos son insuficientes y dejan a ciegas a inversores, organismos de regulación y ejecutivos bancarios.
Debido a su tamaño, su complejidad y sus interrelaciones, se considera que algunos bancos son “demasiado grandes para quebrar”. Las autoridades deben eliminar este riesgo moral inaceptable. Por ejemplo, el Consejo de Estabilidad Financiera fomenta el establecimiento de regímenes de resolución eficaces que faciliten una liquidación sin peligro de los bancos inviables. Asimismo, el FMI alienta, a los centros financieros en particular, a adoptar rápidamente regímenes de resolución. Estados Unidos y el Reino Unido se convirtieron recientemente en pioneros en la materia y han acordado coordinar sus planes de contingencia para liquidar bancos internacionales en quiebra.
Pero no basta con crear normas más rigurosas.
También necesitamos entidades supervisoras más firmes que puedan exigir el cumplimiento de nuevas normas de manera imparcial y eficaz. Uno de sus principales retos es la necesidad de hacer frente a los riesgos del sistema financiero en su conjunto. En gran medida, durante el período previo a la reciente crisis financiera mundial, las autoridades pasaron por alto estos riesgos sistémicos.
Este año, muchas autoridades nacionales deberán impulsar la aplicación de nuevas políticas macroprudenciales para identificar y atenuar los riesgos al sistema financiero en general. Para ello deben adoptarse decisiones a escala nacional sobre los aspectos institucionales y prácticos de estas políticas. El FMI ha tenido una importante participación en la creación de marcos y diseño de políticas macroprudenciales. Además, apoyaremos su aplicación incorporando nuevos conceptos a nuestras actividades de supervisión y asistencia técnica.
Bancos centrales sólidos
Necesitamos bancos centrales que sean sólidos e independientes y que sigan propiciando la estabilidad de precios. Más de cinco años después del comienzo de la crisis financiera, los bancos centrales siguen haciendo frente al enorme reto de cómo responder a las cambiantes exigencias, preservando a su vez la credibilidad y la confianza forjadas durante un largo tiempo.
La manera de encontrar este equilibrio es el meollo de un debate público cada vez más animado sobre la eficacia de la política monetaria en un entorno de tasas de interés bajísimas, crecimiento anémico y desempleo alto. Este debate es saludable porque obliga a los bancos centrales a reafirmar su compromiso con la estabilidad de precios y la independencia, elementos que nos han ayudado mucho.
Me parece que la estabilidad de precios —es decir, evitar la inflación y la deflación— sigue siendo la meta más adecuada de la política monetaria. Quizá sea tentador pensar que los países puedan recurrir a aumentos de la inflación para hacer frente a los elevados coeficientes de deuda pública, que siguen afectando el crecimiento y la estabilidad financiera en muchas economías avanzadas.
Sin embargo, los países no pueden utilizar la inflación para reducir sustancialmente el valor real de la deuda pública a menos que los shocks de inflación sean importantes e imprevistos, y la incertidumbre puede, de hecho, aumentar las tasas de interés. El costo de una medida de este tipo sería inaceptable: hay numerosos ejemplos históricos que ponen de relieve el devastador efecto de una inflación alta en el crecimiento económico y la estabilidad social.
Por lo tanto, pienso que debemos preservar la independencia de los bancos centrales cuya misión e instrumentos apunten a mantener la estabilidad de precios. Los datos empíricos señalan claramente que la independencia de los bancos centrales está vinculada a una menor inflación. Esos logros deben preservarse, incluso aunque tengamos que modificar el conjunto de instrumentos tradicionales de política monetaria.
Recientemente, algunos analistas han sostenido que es posible que las medidas extraordinarias de política monetaria, como la expansión cuantitativa, ya hayan socavado la independencia de los bancos centrales. Pero hay pocos indicios que corroboren esta afirmación.
Es cierto que muchos bancos centrales han adoptado medidas que resultarían inconcebibles en épocas normales, pero lo han hecho en el marco de sus cometidos y han evitado las presiones políticas. Los bancos centrales sólidos e independientes que sigan trabajando en pos de la estabilidad financiera estarán bien preparados para navegar en este nuevo mundo.
Es indispensable perfeccionar el plan
En mi opinión, estas prioridades, es decir, la solidez de los bancos, una estricta regulación y la solidez de los bancos centrales, deben encabezar la lista de tareas pendientes de la política económica. Son metas indispensables, no convenientes. Apuntalarán el crecimiento y mejorarán considerablemente la estabilidad financiera y monetaria a mediano plazo. Y también pienso que las autoridades pueden armarse de la determinación necesaria para no dejar de lado estas prioridades.