El sistema monetario internacional como tema de análisis abarca una amplia variedad de cuestiones, entre ellas, las monedas de reserva, los tipos de cambio, los flujos de capital y la red de seguridad financiera mundial. Es uno de los temas clave del programa de trabajo del G-20 para 2011, y una cuestión que suscita animados debates —por ejemplo, el detallado informe del grupo presidido por Michel Camdessus, denominado la “Iniciativa del Palais-Royal”.
Algunos consideran que el actual sistema funciona de manera adecuada. Si bien no es perfecto, insisten en su capacidad de resistencia durante la crisis, haciendo referencia al papel que desempeñó el dólar de EE.UU. como activo de refugio. Y ahora que la recuperación está en marcha, no ven motivos para preocuparse por el sistema monetario internacional. En otras palabras, “si funciona, no hay que tocarlo”.
Mi opinión es menos optimista. Es cierto que no se acabó el mundo en 2008, principalmente porque la extraordinaria cooperación internacional en materia de políticas ayudó a evitar un desenlace mucho peor. Además, la recuperación que hoy está en marcha no es la que queríamos. Se trata, sin duda, de una recuperación, pero es desigual. Es una recuperación en que el desempleo no se está reduciendo realmente y existen amplias desigualdades dentro de los países.
Y los desequilibrios mundiales se han hecho presentes nuevamente, y los temas que nos preocupaban antes de la crisis ―la abundancia de flujos de capital volátiles, las presiones cambiarias, los excesos de reservas en rápida expansión― han pasado otra vez a primer plano. Si no se resuelven, estos problemas podrían sembrar las semillas de la próxima crisis.
Por lo tanto, cabe pensar que las reformas del sistema monetario internacional que nos ayudan a corregir de raíz estos desequilibrios podrían, a la vez, apuntalar la recuperación y fortalecer la capacidad del sistema para impedir crisis futuras.
Quisiera destacar en particular tres aspectos en los que se basa la labor del FMI en este ámbito.
En primer lugar, ¿cómo podemos reforzar la cooperación en materia de políticas y reducir la volatilidad?
Esta crisis marcó un momento decisivo para la cooperación internacional en materia de políticas: los líderes adoptaron las medidas necesarias para afrontar los desafíos económicos nacionales y mundiales. Ahora que lo peor de la crisis ya ha pasado, ¿cómo podemos afianzar esta cooperación a fin de que los países adopten políticas que sean coherentes con un crecimiento mundial menos volátil?
El Proceso de Evaluación Mutua (PEM) del G-20 ha sido un primer paso importante hacia la creación de marcos más permanentes de cooperación internacional en materia de políticas. La función de supervisión que lleva a cabo el FMI es un complemento esencial del PEM y es un elemento básico de nuestro mandato. A través de esta función, el FMI trata de identificar las políticas a nivel nacional que pueden sentar las bases de un crecimiento mundial más estable.
También hemos fortalecido la supervisión que lleva a cabo el FMI —por ejemplo, los mecanismos de alerta temprana y las evaluaciones de la vulnerabilidad. Estamos prestando mayor atención al impacto de las políticas de los países más allá de sus fronteras —especialmente las cinco principales economías sistémicas— sobre las cuales estamos preparando nuevos informes detallados sobre efectos de contagio.
Al mismo tiempo, estamos examinando con más detalle las vinculaciones macrofinancieras. Para los 25 sistemas financieros de mayor importancia sistémica del mundo, los Programas de Evaluación del Sector Financiero (PESF) serán obligatorios. Este instrumento facilitará nuestros esfuerzos por detectar acumulaciones peligrosas de riesgos sistémicos en el sector financiero, que es precisamente lo que ocurrió antes de la reciente crisis. Además, deberíamos considerar si es preciso introducir cambios aún más ambiciosos en nuestra supervisión y estamos llevando a cabo un importante examen a tal efecto.
Me referiré ahora a una segunda cuestión: ¿cuál es la mejor manera de hacer frente a la volatilidad de los flujos de capital y los tipos de cambio?
En los últimos diez años, hemos presenciado un drástico aumento de la magnitud y la volatilidad de los flujos de capital. En términos generales, estos flujos son beneficiosos para las economías receptoras. Pero también pueden complicar la gestión macroeconómica y poner en peligro la estabilidad financiera.
Por lo tanto, ¿cuáles son los instrumentos? Son muchos, incluidos el ajuste macroeconómico, la acumulación de reservas, las medidas prudenciales y —cuando se han establecido todos estos instrumentos y un país sigue experimentando algunos flujos perjudiciales— los controles de capital. Naturalmente, las medidas de respuesta de los países están impulsadas principalmente por consideraciones internas. Pero sus acciones pueden tener consecuencias para el resto del mundo.
Teniendo en cuenta estos efectos de contagio, ¿deberíamos establecer “normas de tránsito” acordadas a nivel internacional para administrar los flujos de capital? Los países miembros nos han solicitado que examinemos esta cuestión, y esperamos presentar algunas ideas concretas próximamente.
Una cuestión conexa es la volatilidad de los tipos de cambio. Las principales monedas han fluctuado ampliamente entre sí y no han avanzado de manera coherente en una dirección que fomente el ajuste ordenado de los desequilibrios. Las grandes y persistentes desviaciones de los tipos de cambio con respecto a los fundamentos económicos pueden dar lugar a importantes distorsiones sistémicas, que pueden ser especialmente problemáticas para las pequeñas economías abiertas. Para abordar esta cuestión se requieren políticas económicas y financieras que promuevan el equilibrio mundial y reduzcan la volatilidad de los flujos de capital, como acabo de mencionar.
Mi tercera y última pregunta es la siguiente: ¿cómo podemos mejorar el suministro de liquidez en tiempos de volatilidad extrema?
La red mundial de seguridad financiera se ha fortalecido mucho después de la crisis. La base de recursos del FMI se ha incrementado considerablemente, y hemos flexibilizado nuestros instrumentos de crédito, en particular mediante la creación de la Línea de Crédito Flexible y la Línea de Crédito Precautorio.
No obstante, muchos países siguen creyendo que la red mundial de seguridad financiera no es lo suficientemente sólida para afrontar la próxima crisis y, por lo tanto, la costosa acumulación de reservas sigue sobrepasando ampliamente las necesidades precautorias. ¿Qué más puede hacerse?
Una opción importante sería fortalecer las asociaciones con mecanismos regionales de financiamiento. Otra sería considerar cómo mejorar la previsibilidad del suministro de liquidez sistémica a nivel más general, en lugar de dejar esta función a los bancos centrales nacionales. Una cuestión complementaria es cómo medir la suficiencia de las reservas precautorias, y qué parámetros utilizar.
Con el tiempo, el DEG también podría contribuir a reforzar la estabilidad del sistema monetario internacional. El FMI publica hoy un estudio en el que se presenta una variedad de ideas sobre este tema. No obstante, potenciar el papel del DEG requeriría claramente un gran paso adelante en la coordinación internacional en materia de políticas. Por esta razón, el sistema mundial de activos de reserva solo puede evolucionar gradualmente, a tono con los cambios en la economía mundial, y a un ritmo que no sea perjudicial.
Para terminar, quisiera señalar lo siguiente: La reforma del sistema monetario internacional es una cuestión amplia y compleja. El debate mundial acaba de comenzar. Pero debemos reconocer que no es un tema académico o abstracto. Necesitamos ideas concretas. Esta reforma está vinculada al logro del tipo de recuperación sostenible y equilibrada que el mundo necesita, y está vinculada a la prevención de la próxima crisis.