Esta semana, Oslo fue escena de un evento destacado que reunió a dirigentes de todo el mundo procedentes del ámbito gubernamental, sindical, empresarial y académico, para debatir lo que muchos consideran el problema más grande que enfrenta el mundo hoy: la crisis laboral.
Hablaron de los 210 millones de personas que están sin trabajo en el mundo entero, un nivel de desempleo oficial sin precedentes históricos. Hablaron del impacto humano en términos de la pérdida persistente de ingresos, la reducción de la esperanza de vida y la disminución de los logros educativos para los hijos de los desempleados. Y hablaron de la “generación perdida” que podría surgir entre los jóvenes cuyas tasas de desempleo son mucho más elevadas que las de grupos de más edad.
Afortunadamente, hablaron también de lo que se puede hacer para salvar a esa generación perdida.
La Conferencia de Oslo —a la que sirvió de anfitrión Jens Stoltenberg, Primer Ministro de Noruega, y que fue copatrocinada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y por el Fondo Monetario Internacional (FMI)— representa el primer empeño conjunto de esta índole en 66 años y atrajo una participación extraordinaria. Asistieron jefes de gobierno como George Papandreou, Primer Ministro de Grecia; José Luis Rodríguez Zapatero, Primer Ministro de España, y Ellen Johnson Sirleaf, Presidenta de Liberia; destacados ministros como Christine Lagarde, de Francia, e Ian Duncan Smith, del Reino Unido; dirigentes sindicales —Sharan Burrow, de la Confederación Sindical Internacional (CSI), por ejemplo—, y algunos de los más grandes pensadores que están reflexionando sobre el crecimiento, el empleo y la cohesión social.
Esta Conferencia de Oslo fue indudablemente un paso histórico hacia el fortalecimiento de la colaboración entre la OIT y el FMI, que, como es bien sabido, no siempre han coincidido en sus puntos de vista. Pero fue también muy inspiradora porque se palpaban la cooperación y la necesidad urgente de centrar más la atención y los esfuerzos en el desempleo, y de darle a ese problema un lugar mucho más destacado al articular las políticas. La OIT estima que en los próximos diez años se necesitarán más de 440 millones de empleos nuevos para absorber a las personas que se incorporen al mercado de trabajo. De modo que, tanto en la actualidad como en el futuro, el reto es enorme.
¿Qué hacer? Lógicamente, en Oslo se expresaron muchas opiniones distintas. No pretendo dejar constancia de todas, pero para mí estas fueron las principales:
Primero, no podemos decir que la crisis financiera terminó hasta que no disminuya el desempleo. Necesitamos crecimiento, pero necesitamos un crecimiento que incremente el empleo. Una “recuperación” económica que no se traduzca en puestos de trabajo no significará mucho para la mayoría de la gente. Francamente, la mayoría de la gente no notará si el crecimiento es uno o dos puntos porcentuales mayor. Pero un desempleo de 10% o de 5% importa muchísimo. Y no solo por las penurias que les causa a los desempleados sino también por la ansiedad que les crea a muchas de las personas que están empleadas. Y cuando uno piensa que la crisis ha dejado sin empleo a 30 millones de personas más desde 2007, comienza a hacerse una idea de su inmenso costo humano.
Segundo, partiendo del punto anterior, la creación de empleos debe ser una prioridad en sí misma, y necesitamos usar todos los instrumentos de política a nuestra disposición para lograrla. Esto incluye el uso de políticas fiscales y monetarias para respaldar la reactivación más vigorosa posible del producto, porque el crecimiento del producto es por sí solo el determinante más importante del crecimiento del empleo. Incluso en un momento en que muchas economías avanzadas enfrentan la necesidad de estabilizar o reducir los elevados niveles de endeudamiento público, es vital que lo hagan de una manera que no perjudique ni al crecimiento ni al empleo. Del mismo modo, la reforma del sector financiero debe estar encaminada a transformarlo en un soporte más eficaz de la economía real. Por ejemplo, el sector financiero puede ayudar a estimular el empleo contribuyendo al financiamiento de las pequeñas empresas que vieron limitado su acceso al crédito durante la crisis, pero que son las que pueden crear la mayor cantidad de puestos de trabajo.
Tercero, hay muchas lecciones y prácticas óptimas que podemos aplicar para aliviar las penurias en los mercados laborales y acelerar su recuperación. La reunión de Oslo generó muchas buenas ideas en ese sentido. Algunos gobiernos ampliaron los servicios de colocación laboral y los programas de perfeccionamiento profesional y búsqueda de empleo. Otros implementaron políticas que les permiten a las empresas retener personal y recortar al mismo tiempo los salarios y las horas de trabajo, distribuyendo así con más uniformidad la carga que representa la desaceleración. Otro paso es prorrogar las prestaciones por desempleo. Los subsidios focalizados en determinados grupos —los jóvenes y las personas que llevan mucho tiempo desempleadas, por ejemplo— también pueden estimular la creación de empleos.
Por último, la cooperación es clave. Las medidas concertadas que muchos países adoptaron durante la crisis —a través de las deliberaciones del Grupo de los Veinte (G-20)— contribuyeron a impedir que la recesión se transformara en una depresión y que se perdieran aún más empleos. Este tipo de cooperación adquirirá más importancia a medida que los países vayan dejando atrás la crisis e intenten restablecer el crecimiento y el empleo. De acuerdo con análisis realizados por el FMI para el G-20, una adecuada acción coordinada durante los próximos cinco años podría incrementar el PIB mundial en 2,5%, creando decenas de millones de puestos de trabajo. Deberíamos aprovechar la cooperación más estrecha entre la OIT y el FMI para fomentar la coordinación internacional global.
Concretamente, en Oslo, convinimos en que la OIT y el FMI podrían colaborar en dos ámbitos de formulación de políticas:
- Centrarse en políticas que promuevan un crecimiento generador de empleos.
- Evaluar el concepto de un piso de protección social para quienes viven en la pobreza y para los grupos vulnerables, dentro de un marco macroeconómico sostenible.
Este quizá no sea un avance trascendental. Pero si conseguimos efectivamente que nuestras dos organizaciones progresen en esa dirección, puede representar un paso importante para ayudar al mundo a enfrentar la crisis laboral.
Todos tenemos que pensar de manera diferente y más creativa: sobre las nuevas fuerzas económicas que obran en el mundo después de la crisis; sobre la mejor integración de las políticas laborales con las políticas macroeconómicas, a escala nacional e internacional, y sobre cómo formular un abanico más amplio de políticas y programas que puedan proporcionar trabajo a todos aquellos que lo deseen.
Ese tipo de reflexión comenzó en Oslo.