Hacia una mejor globalización, Discurso de Horst Köhler en la ceremonia de aceptación del título de Profesor Honoris Causa de la Universidad Eberhard Karls

16 de octubre de 2003


Horst Köhler
Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
Discurso de aceptación del título de
Profesor Honoris Causa de la Universidad Eberhard Karls
Tubinga, 16 de octubre de 2003

Es un gran honor y un placer para mí volver a mi Alma Mater como profesor Honoris Causa, prácticamente en la misma fecha de mi graduación luego de 34 años. Les estoy muy agradecido por esta distinción y, sobre todo, por haber tenido la oportunidad de estudiar en la Universidad Eberhard Karls. Lo que entonces aprendí y asimilé, incluidas mis actividades como investigador principal en el Instituto de Investigación Económica Aplicada, que en esa época dirigía el Profesor Alfred E. Ott, me ha ayudado muchísimo en mi carrera profesional. Por ese motivo me produce también una gran alegría poder saludar hoy aquí a algunos de mis antiguos profesores. Es principalmente a ellos a quienes debo mi gratitud. No obstante, desearía añadir que no tienen ellos culpa alguna de las imperfecciones de política económica que puedan haber acompañado mi carrera.

Una definición práctica de la globalización

Si uno busca en Google la palabra clave "globalización" se obtienen más de cinco millones de respuestas, lo que demuestra sin duda que abundan tanto el interés como las definiciones. Para la mayoría de los economistas, la globalización significa, en primer lugar un proceso de creciente división internacional del trabajo y la consiguiente integración de las economías nacionales a través del comercio de bienes y servicios, la inversión externa de empresas y los flujos financieros. El progreso técnico, sobre todo, en el ámbito de los transportes y las comunicaciones favorece este proceso. En su forma ideal, la globalización es un juego de suma positiva, en el que todas las economías se benefician, en última instancia, a través de los efectos combinados de la mejora de la productividad y el crecimiento. No obstante, significa también que esas economías enfrentan una mayor competencia internacional, lo que exige un cambio y adaptación constantes. Y no se trata simplemente de algo que se nos imponga, sino que es también consecuencia de las fuerzas del cambio que tan arraigadas se encuentran en la naturaleza humana: la búsqueda de la libertad y de una vida mejor, de nuevos descubrimientos y de horizontes más amplios.

Así pues, la globalización no solo tiene una dimensión económica, sino que abarca problemas que trascienden al ámbito de la economía: los problemas del medio ambiente, las enfermedades contagiosas y el crimen organizado ya no respetan las fronteras nacionales. Y la pregunta que ya se planteaba Samuel Huntington al principio de los años noventa -si la globalización no daría lugar a un "Choque de civilizaciones"- se ha tornado aún más relevante en los albores del siglo XXI1. Sin embargo, en el día de hoy me concentraré sobre todo en las consecuencias económicas y los retos que plantea la globalización.

Una perspectiva histórica

La globalización no es un fenómeno reciente. Ya en el siglo XI, la República de Venecia basaba su prosperidad en el comercio con otras ciudades y regiones. En el siglo XVI, cuando los portugueses, los españoles y los holandeses llevaron a cabo sus grandes expediciones, la integración cobró nuevo impulso a través de los enormes progresos realizados en las técnicas de navegación. Sin embargo, la globalización tuvo un impulso universal en la segunda mitad del siglo XIX con la utilización de la electricidad, la invención de la máquina de vapor, la ampliación de la red de ferrocarriles y la creación del patrón oro.

Es importante recordar, no obstante, que esta primera gran oleada de integración comercial y financiera a escala mundial se vio interrumpida por una fase de proteccionismo y nacionalismo agresivo, fase que culminó con la Gran Depresión de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial.

La voluntad de restablecer la cooperación internacional tras la Segunda Guerra Mundial--en gran medida apoyada en la revitalización de las Naciones Unidas y la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial--desencadenó una segunda oleada de integración económica a escala internacional, de la que se beneficiaron, sobre todo, los países industriales. En éstos, en la segunda mitad del siglo XX, el ingreso real per cápita se triplicó con creces e incluso, como en el caso de Alemania, llegó a quintuplicarse.

Sin embargo, en un estudio de amplio alcance realizado recientemente por el Banco Mundial, se establece que la apertura de los mercados y la integración en la economía mundial, sobre todo en los últimos 20 años, también ha entrañado grandes progresos económicos para muchos países en desarrollo2. En esta tercera oleada de globalización, algunos países de este grupo, como Brasil, China, India y México han duplicado el porcentaje que representa el comercio en su ingreso nacional, y muchos de ellos ya no exportan solo materias primas, sino también productos terminados y servicios. Por ejemplo, en India, la tecnología de la información representa hoy día casi el 40% de los ingresos de exportación.

Estos nuevos países globalizadores, con una población de más de 3.000 millones de personas, han incrementado su crecimiento económico anual per cápita del 1% registrado en los años sesenta al 3% en los setenta y al 5% en los noventa. En China, por ejemplo, el ingreso real per cápita se ha quintuplicado con creces desde 1978 y el número de personas que viven en la pobreza absoluta se ha reducido en unos 200 millones. Esto significa que gracias sobre todo al sólido crecimiento económico registrado en Asia, ha mejorado también la distribución del ingreso a escala mundial3. Y no solo eso, también podemos observar progreso en otros ámbitos: mientras que entre 1950 y 1999 la esperanza de vida en los países industriales aumentó en unos 10 años, en los países en desarrollo el aumento fue de casi 20 años y en India y China de casi 30 años4.

Los riesgos de la globalización

Sin embargo, la globalización no está beneficiando a todas las personas en el mundo. El Banco Mundial indica en su clasificación que casi 1.200 millones de personas--una quinta parte de la humanidad--siguen viviendo en la pobreza absoluta, con ingresos de menos de US$1 al día5. En muchos países, el progreso económico y social duradero es un objetivo que elude a los mejores esfuerzos. En la mayoría de estos países, el comercio se ha reducido en los últimos 20 años y, en promedio, el crecimiento económico no se ha mantenido al ritmo del crecimiento demográfico. En África, la situación es especialmente dramática porque se ha visto agravada por la pandemia del SIDA. Creo que la lucha contra la pobreza a escala mundial es el principal desafío para la estabilidad y la paz en el siglo XXI.

La globalización también se asocia a la rápida expansión de los mercados financieros internacionales. En los últimos 20 años, los flujos de capital privado a los mercados emergentes han sobrepasado en volumen y variedad a los flujos de capital público. No cabe duda de que estas corrientes de capital han estimulado significativamente el crecimiento y el desarrollo en países como Brasil y China. Sin embargo, su volumen y complejidad -por ejemplo en relación con el tipo de financiamiento (inversión directa, inversión de cartera, préstamos bancarios), estructura de vencimientos o regímenes de tipo de cambio fijo- plantea nuevos y numerosos interrogantes con respecto a la vulnerabilidad ante las crisis. De hecho, en los años noventa, América Latina, Asia y Rusia sufrieron una serie de crisis financieras que tuvieron consecuencias económicas y sociales devastadoras. El FMI, entre otros organismos, ha analizado exhaustivamente las repercusiones económicas y políticas de estas crisis, incluyendo hasta qué punto las crisis financieras internacionales son atribuibles a la evolución de los acontecimientos en los centros financieros de los países industriales. También tenemos que preguntarnos si la desregulación de los mercados financieros iniciada en los años ochenta no habrá intensificado la tendencia hacia una "exuberancia irracional" (Alan Greenspan, 1996). Creo que todavía no sabemos lo suficiente sobre las causas y las repercusiones de las burbujas financieras, pero cuando estallan, como ocurrió a finales de los años noventa, pueden tener serias consecuencias para la economía real. Por lo tanto, me parece muy positivo el debate respecto a la forma de encontrar el equilibrio adecuado entre el libre juego de las fuerzas del mercado en los mercados de capitales y el marco reglamentario necesario para garantizar su eficiente funcionamiento.

La globalización exige gestión política

La persistencia de la pobreza y la repetición de las crisis financieras dieron lugar, necesariamente, a un debate crítico sobre la globalización. Pero tampoco en este caso son nuevos todos los argumentos. Adam Smith dedicó gran parte de La riqueza de las naciones a analizar las repercusiones negativas de la especialización y de la división del trabajo que acompañaron a la revolución industrial6. Cabe señalar el hecho de que una de sus principales recomendaciones fuera, precisamente, la introducción de la enseñanza pública universal, objetivo que, en el caso de Alemania, por ejemplo, tardó más de un siglo en hacerse realidad. Justus Möser, historiador y estadista que vivió en el principado episcopal de Osnabrück durante la segunda mitad del siglo XVIII, probablemente pueda ser considerado uno de los primeros activistas antiglobalizadores, ya que se opuso tenazmente a la creciente integración económica y defendió a capa y espada el papel de las gremios en una sociedad corporativa. La desconfianza que sentía por la posibilidad de que una economía de libre mercado destruyera puestos de trabajo e hiciera desaparecer la identidad cultural de las naciones encuentra eco en el actual debate sobre la globalización7.

Personalmente, creo que la globalización no es ni buena ni mala. Todo depende de cómo se maneje, es decir, de la medida en que podamos aprovechar las oportunidades que ofrece y, al mismo tiempo, limitar sus riesgos. Lo que se necesita es una globalización mejor. Por eso coincido con la conclusión del presidente alemán Johannes Rau: es necesario modelar políticamente la globalización8.

Considero que, en la búsqueda de una mejor globalización, podemos apoyarnos en seis principios:

Primero, debemos reconocer que la globalización nos exige formular lo que podríamos llamar una "política nacional mundial". Somos todos habitantes del mismo planeta y esta creciente interdependencia requiere, como mínimo, que cada país tenga más en cuenta las consecuencias que sus acciones tendrán para los demás. Además, hemos de reconocer que muchos problemas ya no se pueden resolver sin cooperación multilateral. Sirva como ejemplo la alarmante evolución del déficit en cuenta corriente de Estados Unidos y los correspondientes superávit, principalmente en Asia, pero también en Europa. La corrección ordenada de estos desequilibrios, que ponen en riesgo el crecimiento sostenido de la economía mundial, exige una estrategia de cooperación entre todas las áreas económicas más importantes.

Segundo, las soluciones multilaterales solo pueden funcionar si no menoscaban la responsabilidad propia de cada país. En las últimas Reuniones Anuales que celebramos con el Banco Mundial en Dubai dejamos clara constancia al respecto: Estados Unidos debe volver a equilibrar su situación fiscal a mediano plazo; Europa y Japón no podrán retomar un crecimiento sostenido sin reformas estructurales vigorosas. Los países en desarrollo, por su parte, deben reconocer aún más abiertamente que la buena gestión de gobierno, el imperio de la ley y la lucha contra la corrupción son esenciales para crear un clima propicio a la inversión y reducir eficazmente la pobreza9.

Tercero, es indudable que el mercado ha demostrado ser un mecanismo coordinador óptimo entre agentes libres, pero también es innegable que las fuerzas del mercado no bastan por sí solas. Por eso es necesario un marco reglamentario internacional para la globalización, con reglas oficiales e instituciones eficaces. Ese marco también debe garantizar la definición y la prestación de bienes públicos globales como la estabilidad financiera internacional, la pureza del medio ambiente y el libre comercio, aun cuando ello suponga que las naciones-Estado cedan parte de su soberanía. El marco político para la prestación de bienes públicos globales lo brindan las Naciones Unidas, y en el campo económico, sobre todo el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización Internacional del Trabajo y el Fondo Monetario Internacional. Coincido también con Mario Monti, de la Comisión Europea, en que la globalización exige una política de competencia internacional claramente definida.

Cuarto, debe prestarse más atención a las dimensiones sociales de la globalización. La experiencia ha demostrado -sobre todo en América Latina en los últimos tiempos- que la equidad social es uno de los principales pilares para mantener la estabilidad política y un clima favorable a la inversión. Cada país tiene su propio contrato social. Sin embargo, debemos plantearnos de qué manera se puede aplicar a la política de desarrollo internacional el "principio de diferencia" de John Rawls (según el cual las desigualdades son tolerables únicamente cuando benefician a los más desfavorecidos) para concebir una sociedad justa y equitativa10.

Quinto, debemos evitar que se cree la falsa impresión de que la globalización impone una armonización de los modelos socioeconómicos a escala mundial. Para que la globalización tenga éxito hay que respetar la diversidad humana. De hecho, debemos considerar la diversidad de las experiencias y las culturas de la humanidad como parte de la riqueza de nuestro planeta. La economía de mercado tiene numerosas variaciones y, en mi opinión, cierto grado de competencia entre los sistemas es saludable para la economía mundial. Con este ánimo, por ejemplo, el FMI ha prestado asistencia técnica a varios países (Irán, Malasia, Pakistán, Sudán), a fin de apoyar el desarrollo de diferentes modalidades de banca islámica y su reglamentación.

Sexto, estoy de acuerdo con Hans Küng en que el mundo no puede sobrevivir sin una ética mundial. En este sentido, no está haciendo un llamado a una nueva ideología mundial, sino a favor de un consenso básico sobre los valores que ya nos unen, principios absolutos y convicciones personales11. Esta ética debe no solo respetar los derechos humanos, sino también transmitir la idea de que los derechos son inseparables de las obligaciones. Creo que los escándalos empresariales recientes han dado la razón a los directivos que se guían por la convicción de que los principios éticos y la dedicación a la creación de un valor sostenible no riñen con la rentabilidad y la competitividad.

En estos seis principios se sustenta también el aporte a una mejor globalización que, a mi juicio, le corresponde hacer al FMI.

La lucha contra la pobreza

Las escenas dramáticas y hasta perturbadoras de la pobreza en el mundo no deben hacernos perder de vista el hecho de que existe un grado notable de consenso internacional con respecto al enfoque conceptual que debe adoptarse en la lucha contra la pobreza. El concepto comprende tres elementos:

Primero, un objetivo específico. Los jefes de Estado y de gobierno fijaron a nivel de las Naciones Unidas los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que definen metas en ocho ámbitos principales, entre otros, reducir a la mitad la pobreza absoluta y en dos tercios la mortalidad infantil para el año 2015.

Segundo, una alianza para el desarrollo. En la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, que se celebró en 2002 en Monterrey, México, los países industrializados y los países en desarrollo convinieron en que el mayor esfuerzo que se exige a los países pobres, sobre todo para garantizar un buen gobierno y un clima propicio para las inversiones, debe verse acompañado de un respaldo más integral de los países industrializados.

Tercero, un plan de implementación concreto. Cada país en desarrollo establece su propio plan de lucha contra la pobreza a largo plazo por medio de los documentos de estrategia de lucha contra la pobreza. Estos planes prevén un proceso de consulta de base amplia con la participación de la sociedad civil, y fijan prioridades para el desarrollo (educación, salud, fomento rural, fortalecimiento del clima de inversiones, lucha contra el SIDA).

Es alentador observar que los propios mandatarios africanos hayan reflejado este concepto en la Nueva Asociación para el Desarrollo de África (NEPAD). De ahí que, en mi opinión, no sea muy productivo emprender cada seis meses nuevas estrategias de lucha contra la pobreza; lo importante es garantizar que todas las partes interesadas cumplan con sus responsabilidades en esta alianza. Me complació que los gobernadores del FMI nos instaran, en las Reuniones Anuales de Dubai, a seguir desempeñando un papel activo en la lucha contra la pobreza en nuestros ámbitos de competencia correspondientes12. Y bajo mi mandato así se hará.

La experiencia nos ha demostrado que el crecimiento económico es de importancia fundamental para reducir la pobreza. Como consecuencia, la NEPAD, atinadamente, fijó como meta alcanzar un crecimiento sostenido de por lo menos 7% por año en África. En mi opinión, dicha meta es ambiciosa pero factible. Sin embargo, para ello los países africanos deberán integrarse más en el sistema de comercio internacional. El comercio es la mejor manera de ayudarse a sí mismo. Para muchos fue decepcionante el revés sufrido en las negociaciones comerciales multilaterales celebradas en Cancún hace unas pocas semanas. Sin embargo, en Dubai casi todos coincidieron en que lo sucedido en Cancún debe verse como una señal de alarma para que las partes vuelvan a la mesa de negociaciones tan pronto como sea posible. Sencillamente no existe justificación económica ni moral para que se gasten más de US$300.000 millones por año para subvencionar los sectores agrícolas de los países industrializados cuando la asistencia oficial para el desarrollo apenas asciende a US$50.000 millones. Cualquier reforma del sistema de comercio multilateral debe servir de punto de partida para una mayor apertura de los mercados, tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur, y para reducir drásticamente las subvenciones que distorsionan el comercio, sobre todo en el sector agrícola.

Asimismo, para que la lucha contra la pobreza sea eficaz se requiere más apoyo financiero, por ejemplo mediante un mayor alivio de la deuda. No dejaré de recordar a los países industrializados su compromiso de invertir el 0,7% de su producto nacional bruto en asistencia oficial para el desarrollo, principalmente en forma de donaciones y no de préstamos. En Alemania, la relación entre la asistencia oficial para el desarrollo y el PNB es de 0,26%. Es aproximadamente la misma cantidad que el gobierno federal y la Región del Rin del Norte-Westfalia dedican a subvencionar la explotación del carbón. Cualquiera que busque las causas y los culpables de la injusticia en el mundo debe al menos reflexionar sobre estas cifras. Es una manifestación concreta de las actuales preferencias sociales de Alemania.

Fortalecimiento del sistema financiero internacional

Desde la crisis asiática el sistema financiero internacional fue objeto de una importante reforma, la cual, en mi opinión, ha contribuido a fortalecer la notable capacidad de recuperación de los mercados financieros ante la serie de perturbaciones que tuvieron lugar en los tres últimos años. Cabe destacar el avance logrado en tres frentes:

Primero, el diálogo internacional se ha ampliado y es mayor el número de interlocutores. Los países en desarrollo y los mercados emergentes participan cada vez más de las deliberaciones sobre el fortalecimiento del sistema financiero internacional; por ejemplo, en los comités del Banco de Pagos Internacionales (BPI) y con la creación del Grupo de los Veinte, en cuyo seno se reúnen con regularidad los ministros de hacienda de países industrializados y de países de mercados emergentes de importancia sistémica. Asimismo, en ocasión de la reunión cumbre del Grupo de los Ocho países industrializados celebrada en junio de este año en Evian, Francia, el Presidente francés invitó a los mandatarios de un gran número de mercados emergentes y países en desarrollo a tomar parte en un debate general sobre cuestiones económicas de alcance mundial. Participaron, entre otros, jefes de estado y de gobierno de Arabia Saudita, Argelia, Brasil, China, Egipto, India, Malasia, Marruecos, México, Nigeria, Senegal y Sudáfrica, además de Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas y las máximas autoridades del Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial del Comercio. Creo que este nuevo formato del diálogo internacional podría reforzar significativamente la gobernabilidad mundial.

Segundo, 1999 fue el año en que se estableció el Foro sobre Estabilidad Financiera, integrado por representantes de alto nivel de ministerios de Hacienda, bancos centrales y organismos de supervisión de los países del Grupo de los Siete y de los principales centros financieros internacionales. El mandato específico del Foro es identificar fallas y deficiencias en el sistema financiero internacional. Por ejemplo, todavía es muy poco lo que sabemos sobre quién asume, en última instancia, los riesgos de las transacciones en derivados financieros y de los fondos de inversiones de cobertura (hedge funds), y sobre quién recae la responsabilidad de su supervisión.

Tercero, el FMI, en su carácter de institución multilateral con 184 países miembros, se está concentrando más que nunca en la prevención de crisis. Esta tarea se apoya en nuestra labor de supervisión bilateral y multilateral, que es el examen periódico de la evolución y las políticas económicas a nivel nacional e internacional. Los pilares básicos de nuestra labor multilateral son el estudio Perspectivas de la economía mundial y el informe sobre la estabilidad financiera mundial (Global Financial Stability Report), que se publican dos veces por año. Por ejemplo, en el primero analizamos recientemente los riesgos que traería aparejada una deflación en todo el mundo y en el segundo comenzamos a examinar las causas de la volatilidad en los mercados financieros. También considero muy importantes los resultados de un trabajo especial realizado por nuestro Departamento de Estudios en el que se señala que parece existir una clara correlación positiva entre la solidez de las instituciones y el crecimiento económico. Se subraya además la importancia de la "Ordnungspolitik" -que es el marco institucional y normativo de una economía- para prevenir crisis y reducir la pobreza.

En nuestro diálogo bilateral con los países miembros, nuestra asesoría ha cambiado notablemente a partir de la crisis de Asia (1997-98). Ahora nos estamos concentrando cada vez más en identificar factores de vulnerabilidad, como el exceso de la deuda soberana o las discrepancias en los balances generales. Recomendamos que antes de iniciar la liberalización de la cuenta de capital se evalúe a cabalidad si es posible asegurar una supervisión financiera eficaz. Además, aconsejamos a los países miembros que incorporen mejores mecanismos de amortiguación en la política económica, por ejemplo, una mayor flexibilidad cambiaria, políticas fiscales que permitan margen de maniobra en épocas difíciles, sectores financieros eficientes y diversificados, y redes de protección social eficaces. Además, conjuntamente con el Banco Mundial, en el marco del Programa de evaluación del sector financiero, identificamos los puntos fuertes y débiles de los sectores financieros de nuestros países miembros. Hasta ahora hemos concluido más de 50 análisis de países, y hemos ampliado este programa a los centros financieros extraterritoriales.

Desde la crisis asiática la comunidad internacional también ha elaborado una serie de normas y códigos en materia económica y financiera, lo que ha fomentado la elaboración de estadísticas significativas comparables, normas de transparencia para las políticas fiscal y monetaria, y normas de supervisión para los sectores de la banca, los valores y los seguros. Estamos ayudando a los países a aplicar estas normas para facilitar su integración en la economía mundial. Además, junto con el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), preparamos una metodología para ayudar a los países en su esfuerzo por combatir el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo.

Y en todas nuestras actividades estamos trabajando intensamente para dar más transparencia a las políticas y datos económicos, lo que ha sido una verdadera revolución, incluso para el propio FMI. Hoy se publican casi todos los documentos de países y de política económica.

No obstante, la experiencia también señala que se justifica cierto grado de modestia y realismo. La fuerza y el dinamismo de una economía de mercado que funciona bien provienen de la competencia, del esfuerzo constante para obtener mejores resultados, mejores productos y mayor productividad. Cabe reconocer que, como parte de este proceso, siempre habrá correcciones que resultarán excesivas. Esto quiere decir que en una economía de mercado abierta y dinámica, nuestra capacidad de prever y evitar crisis es limitada. El único objetivo posible es que haya menos crisis y que las que ocurran sean menos graves. E incluso en caso de una crisis, es indispensable que cada uno asuma la responsabilidad para lograr, como mínimo, reducir drásticamente el riesgo moral. Es por eso que el FMI no puede ser un prestamista de última instancia en el sentido de disponer de una liquidez ilimitada.

Lamentablemente, la propuesta del FMI de establecer un procedimiento internacional para resolver casos de insolvencia tratándose de deudas soberanas insostenibles no consiguió el alto nivel de apoyo necesario para enmendar nuestro Convenio Constitutivo. Pero nuestra labor no ha sido en vano. Los debates que tuvieron lugar no solo concientizaron más la opinión pública en este respecto sino que también facilitaron la introducción de las cláusulas de acción colectiva (CAC) en los bonos soberanos. Por lo menos, con estas cláusulas será mucho más difícil que algunos acreedores individuales bloqueen una reestructuración esencial de deuda.

El FMI como institución que aprende

A mi juicio, el FMI debe seguir siendo una institución que aprende. En los últimos años, hemos realizado una serie de reformas porque reconocimos que era necesario modificar nuestras políticas. Y para ser eficaz en la economía mundial, el FMI debe seguir estando abierto al cambio. En este proceso, estoy convencido de que las recomendaciones de la Oficina de Evaluación Independiente creada hace dos años desempeñarán un papel vital.

En 1991 el filósofo Karl Popper dijo: El futuro abre posibilidades impredecibles y moralmente muy diferentes. Por lo tanto, nuestra actitud básica no ha de ser plantearnos ¿qué sucederá? sino ¿qué debemos hacer para que el mundo sea un poco mejor?13. Creo que esta es también la forma en que debemos abordar el tema que hoy nos ocupa. No sería ni sensato ni factible tratar de devolver el tiempo. Debemos mirar hacia adelante y trabajar para que los problemas mundiales tengan soluciones globales que sean prácticas y que cuenten con el consenso suficiente. Mi visión es que el FMI contribuya a mejorar la globalización. Quisiera alentar a los estudiantes de economía de esta alta casa de estudios en Tubinga a reflexionar detenidamente sobre los temas económicos mundiales. Sin duda, se trata de temas que no siempre son sencillos, pero que siempre son interesantísimos. Aún necesitamos muchas buenas soluciones para que el mundo sea realmente mejor. Los invito a que se unan a mí en este esfuerzo.


1 Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations?, Foreign Affairs, 1993.

2 Globalization, Growth, and Poverty, World Bank Policy Research Report; Banco Mundial y Oxford University Press, 2002.

3 Stanley Fischer, Globalization and its Challenges, Conferencia Richard T. Ely, enero de 2003, y Xavier Sala-i-Martin, The Disturbing "Rise" of Global Income Inequality, NBER Working Paper 8904, abril de 2002.

4 Angus Maddison, The World Economy: A Millennial Perspective, OCDE 2001.

5 El Banco Mundial define la pobreza absoluta como un ingreso per cápita de menos de US$1 al día (ajustado en función de la paridad del poder adquisitivo). En 1999, último año para el que se dispone de estimaciones, el número de personas que vivían en la pobreza absoluta era de 1.169 millones. Sin embargo, no hay unanimidad en cuanto a las cifras. Surjit Bhalla, por ejemplo, sostiene que la pobreza absoluta solo asciende a la mitad de ese nivel (Bhalla 2002).

6 Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, edición a cargo de Edwin Cannan, traducción de Gabriel Franco, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.

7 Véase, por ejemplo, el capítulo dedicado a Justus Möser en Jerry Z. Muller, The Mind and the Market - Capitalism in Modern European Thinking, Nueva York, 2002.

8 Modelar políticamente la globalización - Oportunidad en lugar de fatalidad, "discurso berlinés" del Presidente Federal, Johannes Rau, pronunciado el 13 de mayo de 2002 en el Museo de la Comunicación de Berlín.

9 El último informe de Transparencia Internacional (Índice de Percepción de la Corrupción 2003, octubre de 2003) demuestra que la corrupción es un problema no solo de los países pobres, sino cada vez más de los países industrializados.

10 John Rawls, Teoría de la justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1995.

11 Hans Küng (a cargo de la edición), Dokumentation zum Weltethos, Munich/Zurich 2002.

12 La labor en pro del desarrollo a largo plazo es, y continúa siendo, responsabilidad del Banco Mundial.

13 Karl R. Popper, All Life is Problem Solving, R. Piper, Munich, 1996.