De pobre a parlamentaria, la brasileña Tabata Amaral quiere que el éxito de los futuros prodigios sea fruto de las políticas y no de la suerte
“Si estoy hoy aquí es gracias a las olimpiadas matemáticas de la escuela pública”, afirma Tabata Amaral. Con “aquí” se refiere a su despacho en la Cámara de los Diputados de Brasil, donde esta mujer de 31 años, ya en su segundo mandato, le concedió a F&D una videoentrevista el mismo día en que se sometía a votación el presupuesto federal del país para 2025.
Niña prodigio de las ciencias convertida en activista educativa y estrella rutilante de la política, la vida de Amaral es un ejemplo de las posibilidades del genio individual y de las dificultades para desarrollar talento en la vida real, en especial de los niños de origen humilde. Antes que invertir en laboratorios y becas, lo que hay que hacer es ampliar sus horizontes, o “darles derecho a soñar”, como dice Amaral. “Si ni sabes que algo existe, ¿cómo vas a soñar con eso?”.
Hija de una empleada doméstica y un vendedor de boletos de autobús, Amaral nació en un barrio pobre de las afueras de São Paulo, ciudad con grandes desigualdades y la más grande y rica de Brasil. Esta alumna brillante desde pequeña, ganó a los 11 años su primera medalla en la olimpiada matemática de la escuela pública brasileña. Su premio: asistir a un curso suplementario los fines de semana, sumado a un pequeño estipendio. “Aprendí a los 11 años que el mundo era grande”, lo que por ese entonces significaba poder ir por primera vez a los barrios más acaudalados de la ciudad. “La oportunidad me dio derecho a soñar con un futuro diferente”.
En los años que siguieron, ganó 40 medallas en olimpiadas de matemáticas, química, robótica, astronomía y astrofísica, tanto en Brasil como en el extranjero (siendo siempre la única niña del equipo nacional), así como una beca completa para estudiar en un instituto de secundaria de élite. Fue la primera de su familia en terminar la secundaria. Poco después de empezar a estudiar física en la universidad más prestigiosa de Brasil, obtuvo becas completas para el Instituto Tecnológico de California, así como para las universidades de Columbia, Harvard, Princeton, Pensilvania y Yale.
Eligió astrofísica en Harvard. Cuatro días después de saber que había sido admitida en la carrera, su padre, que venía arrastrando problemas de salud mental y consumo de drogas, se suicidó. El sentimiento de culpa por tener que irse lejos de su familia en medio del sufrimiento hizo que se planteara dejar los estudios. Fue como si la vida le dijese “basta ya de tonterías, es hora de volver al lugar al que de verdad perteneces”. Confiesa que si volvió a encontrar el camino fue gracias a sus antiguos maestros. “Me dijeron que, si abandonaba, una niña pobre de Brasil como yo no volvería a tener esa oportunidad”.
Punto de inflexión
Durante su tercer semestre en Harvard, para cumplir con requisitos de formación general, se inscribió en un curso de política comparada de América Latina. Fue un punto de inflexión. “Era como si estuviesen hablando de mi vida, de la desigualdad en América Latina. ¿Por qué estoy yo aquí y otros no?”. El profesor del curso aseguró bromeando que Amaral, que antes de entrar en Harvard solo había estudiado inglés durante año y medio, “tenía el peor inglés, pero las mejores preguntas”. Pese al sinfín de medallas científicas, Amaral cambió de área de especialización, de la astrofísica a las ciencias políticas, y se graduó con honores (magna cum laude) con una tesis sobre la eficacia de las reformas educativas en Brasil. Todo ello mientras tenía varios trabajos para mantener a su familia.
A su regreso a casa en 2014, fundó una organización para promover la educación, que poco después obtuvo premios y financiamiento internacional. En 2018, a los 25 años, se presentó a las elecciones al Congreso y obtuvo el sexto número más alto de votos entre los 70 legisladores elegidos en São Paulo, el estado más poblado del país. En 2022, consiguió la reelección con un tercio más de votos que la primera vez. El año pasado, se presentó como candidata a la alcaldía de São Paulo. A pesar de terminar cuarta tras una dura batalla, casi duplicó el número de votos con respecto a las elecciones anteriores.
Una vez en el Congreso, una de las prioridades de Amaral fue conseguir financiamiento para la olimpiada matemática, que a ella le había permitido asomarse al mundo. Con el paso de los años, el programa, creado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología en 2004 —año en el que Amaral ganó la primera de numerosas medallas— ha sufrido grandes recortes, pese a que los datos indican que cuando un alumno gana una medalla científica, en el conjunto de la escuela, la tasa de ausentismo disminuye y la de asistencia a la universidad aumenta. Asegura que estos programas son “una eficaz política de bajo costo”.
Es posible que, para Amaral, mantener con vida las competiciones de matemáticas tenga un significado más profundo y personal. Resulta que el ministro que las hizo posible es el padre de su novio, con quien lleva cinco años. Se trata de João Campos —otro joven político en ascenso—, al que conoció por ser también legislador y que el año pasado fue reelegido en primera vuelta alcalde de Recife, la capital del estado de Pernambuco, al noreste del país.
Tabata Amaral (right), with her mother, Maria. Credit: Courtesy Tabata Amaral.
“Estadísticamente, mi trayectoria es un milagro. Tantas cosas podrían haber salido mal… He tenido mucha suerte”, reconoce Amaral. Por esta razón, se centra en crear mecanismos que permitan a otros estudiantes talentosos confiar en las políticas y no en el destino. Lo primero es ampliar sus horizontes y ayudarles a desarrollar la capacidad de soñar. “Cuando eres pobre, creces sin ejemplos o modelos a seguir. No sabes ni cómo acceder a la universidad. Debemos enseñar a los niños que el mundo es grande y que la educación, el deporte y la cultura te abren las puertas a nuevas experiencias”.
En las elecciones a la alcaldía, su programa electoral incluía la escuela a tiempo completo, programas públicos para el aprendizaje de idiomas y programas de intercambio internacional para los jóvenes. “Resulta más barato mandar a un niño al extranjero seis meses que tener que mantenerlo en prisión ese mismo período de tiempo en un futuro”, afirma, puntualizando que no se trata de una comparación retórica sino basada en datos.
Conseguir que los niños vayan a la escuela ya es de por sí difícil, y que no la abandonen hasta graduarse presenta un conjunto de desafíos diferentes. Amaral elaboró un programa que proponía un financiamiento doble para estudiantes de secundaria de ingreso bajo: un estipendio mensual y un fondo de ahorro al que solo podrían acceder una vez obtenido el título de instrucción secundaria. Ella sabe de primera mano que incluso una pequeña cantidad de dinero puede cambiar la dura realidad de los niños que abandonan la escuela para buscar trabajo y ayudar en casa. “Recibir ese primer pequeño salario, con 11 años, demostró a mi familia que podía ganar dinero y estudiar a la vez. Fue algo muy simbólico”, asegura.
Soñar en grande
Amaral trabajó con un grupo de economistas en el diseño del proyecto, basándose en datos que apuntan a que el ausentismo escolar y un nivel educativo inferior terminan siendo más caros para los gobiernos. “Un alumno que abandona la educación secundaria tiene una esperanza de vida cuatro años más corta, es menos productivo y tiene mayor probabilidad de ir a la cárcel o tener una enfermedad grave”, asegura, citando un estudio del economista Ricardo Paes de Barros, según el cual el costo total del ausentismo escolar para la sociedad es del 3% del PIB. Este programa nacional, en vigor desde marzo de 2024, ya ha beneficiado a más de 3 millones de estudiantes.
Su idea es ampliarlo a estudiantes universitarios de ingreso bajo, pues sabe que muchos de estos problemas se agravan en ese nivel. Los estudiantes pobres deben superar barreras y estigmas sociales (ella misma admite que había oído muchas veces que probablemente terminaría siendo una drogadicta como su padre), así como obstáculos financieros que una persona de clase media desconoce. “Cuando un niño logra soñar en grande, puede que se esfuerce mucho y tenga objetivos claros”, prosigue. “Pero al final, si no tienes dinero para tomar el autobús, todo se diluye”.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.