Las economistas de Türkiye, Kenya, Colombia y Bangladesh están marcando la diferencia

La investigación empírica en las economías en desarrollo tiene mucho que ofrecer a la hora de conformar las políticas en el país y en el extranjero, pero rara vez causa sensación. Más del 90% de los artículos en las 10 principales revistas económicas provienen de instituciones occidentales, y la mayoría de ellos están escritos por hombres. En general, las mujeres están infrarrepresentadas en la economía, pero todavía escasean más las mujeres economistas en los países en desarrollo.

La colaboración del podcast Driving Change del FMI con la iniciativa Mujeres Líderes en Economía de la Asociación Internacional de Economía (AIE-WE) pone de relieve a las mujeres economistas que están detrás de la valiosa investigación local que informa a los responsables de la formulación de políticas en lugares que a menudo se pasan por alto.

Ipek Ilkkaracan: El valor púrpura

Fue a última hora de la tarde, en algún momento de 2009. No lo recuerda con exactitud, pero fue en una sala de conferencias de su Estambul natal, repleta de economistas extranjeros cansados de viajar que ansiaban llegar al bar tras un largo día de ponencias sobre la economía verde; la suya era la última. Al acercarse al podio vio que el público empezaba a dispersarse tras haber oído todo lo que querían oír. En un intento desesperado por retener su atención, se le ocurrió una idea. Se acercó al micrófono y dijo: “Para lograr un orden económico verdaderamente sostenible, no basta con la economía verde. También necesitamos una economía púrpura”. Los asistentes aguzaron el oído, los pedidos de bebida se pusieron en pausa unos instantes y así fue como nació el término “economía púrpura”.

La idea de Ipek Ilkkaracan de emplear la palabra “púrpura” surgió de su asociación con el movimiento feminista en Türkiye, pero pronto descubrió que ese color también simbolizaba los movimientos feministas en otros países. Así, mientras que la economía verde pretende aumentar la sostenibilidad a través de las políticas ambientales, la economía púrpura de Ilkkaracan ha pasado a simbolizar la lucha en pos de economías más sostenibles mediante una mayor igualdad de género y la inversión en infraestructuras de atención social.

Ilkkaracan es profesora de Economía en la Facultad de Administración de la Universidad Técnica de Estambul, y sus investigaciones se centran en el trabajo, el desarrollo y la economía feminista. “Siempre me identifiqué como feminista en mis años de universidad. Pero mi compromiso con la economía feminista se hizo más fuerte cuando fui madre y empecé a asumir gran cantidad de tareas de cuidado no remuneradas, a la vez que intentaba avanzar en mi carrera profesional”.

Sintiéndose traicionada porque su propia disciplina no tomaba en cuenta un ámbito de la producción tan vital para el bienestar de las personas, Ilkkaracan comenzó a investigar sobre los beneficios económicos de los trabajos de cuidado. Su investigación no tardó en ser reconocida por ONU Mujeres, la Organización Internacional del Trabajo y gobiernos de todo el mundo que buscaban aumentar las oportunidades de empleo y el crecimiento económico. Y es que, según Ilkkaracan, los servicios de cuidado tienen mayor potencial de creación de empleo que cualquier otro sector.

“En el contexto de Türkiye, comparamos el potencial de generación de empleo a partir del gasto público en el sector de los servicios de cuidado —por ejemplo, la atención a la primera infancia— con el del sector de la construcción, y descubrimos que el número de empleos creados mediante el gasto en servicios de atención a la primera infancia y la educación preescolar puede triplicar el generado con la misma cantidad de fondos públicos destinados al sector de la construcción”.

Cuando se le pregunta sobre la posible pérdida de empleos a causa de la irrupción de las tecnologías, Ilkkaracan afirma que la respuesta a este problema laboral también se encuentra en la economía púrpura.

“Cada día, en todo el mundo, se realizan 16.500 millones de horas de trabajo no remunerado en el ámbito doméstico, en tareas de cuidado y producción doméstica. Si trasladáramos solo la mitad a la esfera remunerada, estaríamos hablando de cientos de millones de nuevos empleos. Así que, cuando un colega hombre me pregunta de dónde van a salir los nuevos empleos, me dan ganas de reír porque, para mí, la respuesta es evidente”.

Rose Ngugi: Ir más allá gracias a los datos

La vida es una sucesión de hechos. A veces, las cosas más pequeñas, esos momentos aparentemente intrascendentes de nuestra vida, dejan una huella duradera. “En aquella época, no había ninguna asignatura sobre economía en las escuelas. Pero un día, alguien vino a nuestro colegio a hablarnos sobre nuevas materias. Yo no tenía la menor idea de qué se trataba, pero pensé: ‘Está bien, veamos qué es eso de la economía’”.

Rose Ngugi salió de aquel instituto keniano con ganas de saber mucho más, porque “viendo a la gente comprando y vendiendo en el mercado, se podría pensar que la economía se reduce a eso, pero luego te das cuenta de que es un ecosistema en el que todos operamos. Así que entender el qué y el por qué te ayuda a ver dónde hay que intervenir para mejorar la sociedad”.

La hoy Dra. Ngugi estudió Economía en la Universidad de Nairobi y en la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido. También trabajó seis años en el FMI antes de regresar a Kenya para ayudar al gobierno nacional con su programa de desarrollo en el marco del proceso de descentralización, que otorga mayor autonomía a los gobiernos de los condados. En su calidad de directora ejecutiva del Instituto de Investigación y Análisis de Políticas Públicas de Kenya (KIPPRA), Ngugi y su equipo proporcionan datos sectoriales a estos condados, en forma de índices que sirven para calibrar el impacto y la eficacia de las políticas que aplican.

“Los índices están logrando resultados extraordinarios”, afirma Ngugi. “Ayudan a los condados a centrar su atención en las áreas en que vemos que no se obtienen buenos resultados”. En muchas regiones de África, los datos de buena calidad son un recurso escaso, pero lo que hace que los índices de Ngugi sean aún más valiosos es que están centrados en Kenya y miden actividades de la vida real que son relevantes para las comunidades locales, como el sector informal, que emplea al 80% de la población.

“Para hablar de crecimiento en este país, es esencial saber cuáles son sus principales motores”, ­afirma. “Tenemos muchos jóvenes que trabajan en estas micro y pequeñas empresas informales. Y entonces surge la pregunta: ¿son suficientemente productivas? ¿Están generando empleos dignos? Por ello, hay que considerar a las micro y pequeñas empresas como la base del crecimiento y darles el apoyo necesario, algo que solo se logra visitando los condados, entendiendo el entorno en el que operan, para centrar las políticas directamente en los problemas, en el meollo de los problemas a nivel de condado”.

Ngugi asegura que estos índices están ayudando a los 47 condados del país a fortalecer sus economías locales, lo que a su vez respalda el enfoque de transformación económica del gobierno nacional, basado en un modelo de desarrollo de abajo hacia arriba.

Marcela Eslava: Repensar la protección social

“Creo que, indudablemente, el lugar donde has crecido te da una perspectiva que otras personas pueden no tener. En mi vida cotidiana se me plantean preguntas constantemente, porque veo los problemas a mi alrededor”.

Las matemáticas se le dieron bien desde muy pequeña, pero los problemas que más le interesaban estaban relacionados con cuestiones sociales, que abundaban en Bogotá cuando ella iba a la escuela. No podía creer la enorme diversidad de su país.

“No era una diversidad positiva, sino negativa, la que surge de la desigualdad, que no radica simplemente en que las personas sean diferentes, sino en que tengan oportunidades distintas. Y por eso creo que formar parte de ese entorno te lleva de manera natural a reflexionar sobre la interacción entre la sociedad, la economía, la política y las políticas públicas. Desde luego, ese fue mi caso”.

Así que, para Marcela Eslava, la economía cumplía todos los requisitos. Estudió en la Universidad de los Andes en Bogotá, donde hoy enseña, y luego obtuvo un doctorado de la Universidad de Maryland. Inicialmente, su motivación fueron las desigualdades sociales que presenció al crecer en Colombia, pero hoy preside la Asociación de Economía de América Latina y el Caribe (LACEA), que facilita el intercambio de ideas entre economistas y formuladores de políticas de toda la región.

Las investigaciones de Eslava la han llevado por muchos caminos, pero hay un par de temas recurrentes: los bajos ingresos y la elevada desigualdad constituyen la base de lo que ella denomina el problema del desarrollo latinoamericano. “He vivido en América Latina toda mi vida y esta es la realidad a la que nos enfrentamos cada día”, afirma. “Acarrea consecuencias importantes para la gente que te rodea. Se ve la pobreza, se percibe el malestar social y el descontento”.

En estas condiciones, la gente suele trabajar en empleos informales y no aporta a la seguridad social, es decir, no tienen acceso a una pensión ni a servicios de salud. Además, sus salarios son muy bajos. Eslava los describe como “emprendedores de subsistencia” y señala que representan la mitad de la fuerza laboral de América Latina y que, de no ser por esa situación laboral, tendrían derecho a recibir prestaciones de la seguridad social según la ley.

“Nuestros sistemas de seguridad social son muy disfuncionales en el sentido de que, aunque en virtud de las leyes escritas ofrecen una protección razonable, una gran parte de la población no está cubierta por esas disposiciones”.

“Ha llegado el momento de rediseñar estos sistemas para que reflejen la realidad actual, para proteger a las personas en función de los riesgos que afrontan y no de cómo se ganan la vida”, sostiene Eslava. “La atención sanitaria debería activarse cuando una persona se enferma, no solo cuando se enferma y además tiene un empleo formal. Pero para ello se necesita financiamiento, así que tenemos que replantearnos la forma en que financiamos la protección social, lo que a su vez implica una visión totalmente nueva sobre los impuestos y las contribuciones que recaudan los gobiernos”.

Rumana Huque: Tos y tributos

En Occidente, la industria tabacalera podría parecer un anacronismo. Da la sensación de que esa batalla se libró y ganó hace años, al menos en gran medida. Pero la situación es muy distinta en las economías en desarrollo. “El consumo de tabaco es muy elevado en Bangladesh, y no solo allí sino en todo el sudeste asiático. La última edición de la Encuesta Mundial sobre Tabaquismo en Adultos, realizada en 2017, muestra que el 35,3% de las personas de 15 años o más consume productos de tabaco”.

A Rumana Huque nunca le gustó el olor a los cigarrillos de su padre que impregnaba su casa de Dhaka. En Bangladesh, fumar es una costumbre arraigada entre los hombres y la economía depende de ella. Según la Agencia Tributaria Nacional, entre el 9% y el 11% de toda la recaudación fiscal proviene de la industria tabacalera.

“Cuando comencé mi doctorado en la Universidad de Leeds, me adentré en el campo del control del tabaco”, explica Huque. “Descubrí los enormes impactos negativos del tabaco en la salud, pero también comprendí la carga económica que el consumo de tabaco impone a Bangladesh y cómo la industria tabacalera manipula todo el marco de formulación de políticas”. Huque se especializó en Economía de la Salud en la Universidad de Dhaka, donde actualmente es profesora.

Los efectos del consumo de tabaco para la salud no son un secreto: más de 160.000 bangladesíes mueren cada año por enfermedades relacionadas con el tabaco. Así que, aunque la recaudación fiscal es significativa, Huque analizó las cifras y concluyó que los impuestos recaudados por la venta de productos de tabaco no cubren ni de cerca los costos de tratamiento de las enfermedades relacionadas con el tabaquismo. La economista afirma que la dependencia del país de los ingresos tributarios procedentes del tabaco está enfrentando a organismos públicos entre sí.

“El Ministerio de Salud prioriza, por supuesto, la mejora de la salud pública, pero también es innegable que la Agencia Tributaria Nacional depende de los impuestos al tabaco como fuente de ingresos tributarios. Aun así, es necesario encontrar fuentes alternativas de recaudación y no depender exclusivamente de la tributación del tabaco. Se plantea por tanto una disyuntiva en la que debe prevalecer el interés superior de la población, que es sin duda el fomento de la salud pública”.

En un país donde fuma tanta gente, los no fumadores también enfrentan riesgos. Huque y su equipo realizaron un estudio con 1.300 niños en edad escolar y descubrieron que el 95% tenía nicotina en la saliva, lo que indica una exposición significativa al humo de segunda mano. Otros estudios apuntan a que muchos de esos niños acabarán consumiendo productos de tabaco en el futuro, perpetuando así el ciclo.

El padre de Huque acabó teniendo una tos muy fuerte que lo obligó a ir al médico de familia. “Se lo tomó muy en serio y se dio cuenta del impacto que el tabaco tenía en su salud y de que no quería que sus hijos siguieran su ejemplo y fueran fumadores en el futuro, así que dejó de fumar y, desde entonces, nadie más ha fumado en mi familia”.

Según Huque, ha llegado el momento de que Bangladesh reconsidere su estructura tributaria en cuanto al tabaco, ya que los impuestos son la forma de desincentivar su consumo que resulta más eficaz en función de los costos.

BRUCE EDWARDS integra el equipo de Finanzas y Desarrollo.

RHODA METCALFE es periodista independiente y productora de audio.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.