La actualización de las normas del comercio internacional, acompañada de políticas nacionales más robustas, propiciaría una globalización más inclusiva y sostenible

Durante al menos 150 años, las fuerzas económicas globales han ido acercando y alejando a los países sucesivamente. Desde la revolución industrial del siglo XIX y la aparición de la primera economía verdaderamente global, en ocasiones los países han buscado una mayor integración económica y en otras un mayor aislamiento, dependiendo de factores como la geopolítica, la ideología, la tecnología y otros. Puede que hoy nos encontremos en otro punto de inflexión en la historia de la globalización. Así que cabe preguntarse: ¿qué es esta poderosa fuerza que tanto influye en la economía mundial? ¿Cómo está cambiando? ¿Se puede mejorar?

La globalización es el proceso de integración creciente de la economía mundial a través del flujo de bienes, servicios, inversiones, tecnología, datos, ideas y trabajadores. Se inició en torno a 1870 y se aceleró en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los países empezaron a reducir las restricciones a los flujos comerciales y de capital en previsión de beneficios para el crecimiento y el bienestar.

Este proceso comenzó en el seno de bloques geopolíticos y regionales y se amplió posteriormente tras la caída del Muro de Berlín, la desregulación financiera y las rondas de liberalización comercial que condujeron a la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995. Recibió un nuevo impulso gracias a los avances tecnológicos que redujeron los costos de las transacciones comerciales y financieras. Además, el transporte marítimo y aéreo se abarató gracias a innovaciones como los contenedores, los puertos de aguas profundas y los motores a reacción.

La adopción generalizada de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) propició una nueva reducción de los costos organizativos y transaccionales, desde la introducción de los aparatos de fax, las computadoras personales y los dispositivos móviles, y el constante despliegue global de la conectividad a Internet. El mundo parecía más pequeño y hacer negocios transfronterizos resultaba más fácil.

Ventajas e inconvenientes

Estos acontecimientos liberaron un vasto potencial latente de creación de valor en la economía mundial. Las actividades de producción se distribuyeron en varias etapas, lo que permitió que cada una de ellas se llevara a cabo en el lugar donde podía realizarse con mayor eficacia. Esta reorganización permitió producir más usando los mismos recursos que antes. Al mismo tiempo, la competencia extranjera impulsó a las empresas a ser más productivas. Por su parte, los consumidores pudieron acceder a una mayor variedad de bienes a precios más asequibles.

La mayoría de los economistas consideran que la globalización, y en particular las reformas del comercio, han tenido un impacto global positivo en el crecimiento, especialmente en los países que antes estaban menos integrados. Las economías en desarrollo se han visto particularmente beneficiadas por su contribución a las cadenas de valor mundiales (extensas redes de producción que se extienden por todo el mundo) al no haber tenido que desarrollar por completo industrias nacionales enteras para poder exportar productos más sofisticados. Durante el período de expansión de la globalización, se ha observado una convergencia de los niveles de ingresos a escala mundial junto con una reducción de los índices de pobreza, que pasaron del 47% en 1980 al 16% en 2010.

Sin embargo, la globalización también ha tenido sus inconvenientes. Dentro de los países, la transición hacia una nueva estructura productiva en ocasiones ha sido compleja, debido a la necesidad de reasignar trabajadores y capital de un sector a otro. Las políticas nacionales destinadas a facilitar ese ajuste, como el apoyo al mercado laboral y los programas de seguridad social, presentan una gran disparidad. Algunos países han gestionado ese proceso mejor que otros. En varios lugares y sectores, los trabajadores —especialmente los menos cualificados— perdieron su empleo o vieron disminuir su salario. Estas consecuencias negativas se han dado de manera concentrada, a veces han sido duras y con frecuencia se han prolongado en el tiempo.

Algunos economistas sostienen que la globalización financiera incrementó la volatilidad de la economía mundial y la propensión a las crisis, y afirman que una gobernanza y unas instituciones macroeconómicas más sólidas podrían contribuir a prevenir estos riesgos. Si bien es posible que la globalización también haya contribuido al aumento de la desigualdad de ingresos en las últimas cuatro décadas, probablemente habrán influido en mayor medida las diferencias en los planteamientos de los países en materia de tributación y redistribución, así como los avances tecnológicos que favorecieron a los trabajadores altamente cualificados y a los inversionistas.

Cuantificar la globalización

Tradicionalmente, la globalización se ha medido mediante estadísticas tales como la apertura comercial, que es el valor total de las importaciones y exportaciones como porcentaje del PIB, o la apertura a la inversión extranjera directa, y mediante políticas tales como los aranceles y las restricciones sobre la cuenta de capital. Otras dimensiones de la globalización se captan analizando el valor de las transacciones financieras transfronterizas diarias o el número de visas otorgadas a estudiantes y trabajadores extranjeros. Un análisis agregado de estas estadísticas revela una rápida expansión de la globalización desde la década de 1980 hasta la crisis financiera mundial, tras la cual se estancó. Sin embargo, este relato resulta demasiado simplista a la luz de la evolución de la economía mundial.

Los más recientes indicadores que analizan la participación en las cadenas de valor mundiales y el comercio de servicios, en particular los servicios digitales, muestran que la globalización se ha acelerado en algunos ámbitos. Los productos comercializados contienen cada vez más valor agregado procedente de diversos países y sectores anteriores en la cadena de producción. Contabilizar ese valor agregado incorporado es esencial para evaluar la integración comercial e identificar correctamente los sectores de fortaleza y debilidad relativas de cada país. El aumento global del contenido de valor agregado extranjero de las exportaciones, que ha pasado de alrededor del 19% a mediados de la década de 1990 al 28% en 2022, apunta a una continua profundización de la integración comercial.

Por otra parte, el auge de la tecnología digital ha facilitado el flujo transfronterizo de servicios. Los servicios prestados digitalmente, como los de contabilidad, diseño y medios de comunicación, ya representan el 54% del comercio de servicios, tras un crecimiento anual del 8% en las dos últimas décadas. Estos servicios digitales constituyen un potencial motor de desarrollo futuro.

Pese a la historia que cuentan estos indicadores sobre el estado de la globalización, están surgiendo grietas. El aumento de las preocupaciones por la seguridad nacional y la resiliencia de las cadenas de suministro, acentuadas por la pandemia de COVID-19, la guerra de Rusia en Ucrania y la intensificación de las rivalidades geopolíticas, ha empujado a los responsables políticos a replegarse sobre sí mismos.

Se observa un uso más generalizado de políticas situadas en la intersección entre el comercio y la seguridad nacional. Asimismo, desde 2018 se han triplicado las restricciones al comercio y la inversión extranjera directa. La política industrial está resurgiendo, con medidas que distorsionan el comercio y afectan al menos a una quinta parte del comercio mundial en 2023. Muchas de estas restricciones provocan reacciones de represalia, generando mayores tensiones entre socios comerciales. El sistema multilateral de comercio, mal equipado para responder a estos desafíos, está viendo debilitada su credibilidad.

Además, se observan otras tendencias preocupantes. Estudios recientes apuntan a un redireccionamiento del comercio hacia socios geopolíticamente más cercanos, en particular en sectores estratégicos. Sin embargo, esta tendencia, en lugar de reducir las vulnerabilidades, podría simplemente alargar las cadenas de suministro e incrementar los costos. Incluso los servicios digitales, potencial foco de dinamismo para la economía mundial, se enfrentan a un alto nivel de restricciones normativas, que se han intensificado en la última década.

Repartir los beneficios

Vale la pena preservar y ampliar los beneficios de la globalización. No obstante, el apoyo a la continuidad de las políticas económicas abiertas ha encontrado oposición por la preocupación que suscitan la desigualdad, la deslocalización de los trabajadores y la competencia desleal. Algunos críticos señalan la excesiva dependencia de rivales geopolíticos, especialmente en tiempos de crisis, como durante la pandemia. Revertir la globalización supondría casi con total seguridad un retroceso en sus logros, un aumento de la pobreza y una costosa transición. Estudios del FMI indican que las pérdidas globales derivadas de la fragmentación del comercio podrían oscilar entre un 0,2% y un 7% del PIB. Los costos pueden ser mayores si se tiene en cuenta el desacoplamiento tecnológico. Por lo tanto, es fundamental que los responsables políticos se unan para preservar y ampliar los beneficios de la globalización y, al mismo tiempo, hacerla más sostenible.

¿Cómo podrían las autoridades abordar este desafío? Un elemento fundamental es garantizar un sistema de normas comerciales mundiales que funcione adecuadamente, sustentado por la OMC, para mantener la apertura comercial y garantizar la estabilidad y previsibilidad, que son tan importantes para el comercio y el crecimiento. Esto implica necesariamente que los gobiernos cooperen para solucionar las causas subyacentes de las tensiones comerciales. En este sentido, resulta esencial acelerar las reformas de la OMC para fortalecer la transparencia y las normas, incluidas las relativas a las subvenciones, restablecer un sistema de solución de diferencias plenamente operativo, y actualizar el conjunto de normas para tener en cuenta el creciente peso de los servicios y el comercio digital en la economía mundial.

Los acuerdos plurilaterales, entre subconjuntos de miembros de la OMC interesados en profundizar la cooperación en áreas concretas, pueden ayudar a avanzar en las reformas del comercio electrónico y la facilitación de la inversión sin impedir que otros se adhieran.

Otra área crítica es la adopción de políticas nacionales más sólidas para repartir de manera más justa los beneficios del comercio, la globalización y los avances tecnológicos. Para que sean eficaces, estas políticas deben basarse en fundamentos sólidos de buen gobierno macroeconómico y regulación y supervisión financiera, a fin de evitar la acumulación de riesgos derivados de la globalización financiera. Asimismo, han de incluir un sistema tributario orientado a la movilización eficiente de ingresos. Las políticas fiscales y del mercado laboral son herramientas clave para abordar la deslocalización de los trabajadores y la desigualdad, y son cada vez más vitales para contrarrestar las perturbaciones causadas por las nuevas tecnologías, especialmente la inteligencia artificial. Estas políticas se complementan con la prestación de servicios públicos básicos de alta calidad, como educación, sanidad y redes de seguridad social.

Por último, las organizaciones internacionales pueden desempeñar un papel fundamental en tiempos de incertidumbre, sirviendo de amortiguador ante circunstancias imprevistas, promoviendo reglas de juego consensuadas y funcionando como canal en favor de un mayor diálogo y cooperación, incluso cuando los vientos dominantes soplen en otra dirección. 

 

ADAM JAKUBIK

Adam Jakubik es economista del Departamento de Estrategia, Políticas y Evaluación del FMI.

Elizabeth Van Heuvelen es economista del Departamento de Estrategia, Políticas y Evaluación del FMI.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.