A pesar de la visión prospectiva de su título, El metaverso: Y cómo lo revolucionará todo (edición en español) tiene que ver tanto con el pasado como con el futuro
Basado en una serie de blogs del autor Matthew Ball, este libro intercala anécdotas de la era previa a Internet con exhaustiva evidencia actual para convencer al lector de que se aproxima un metaverso escalable e interoperable, con un efecto transformador.
La esencia del libro es la definición del metaverso, desglosada y explicada, concepto por concepto. Ball, un experto en la materia, utiliza analogías sencillas para condensar conceptos difíciles acerca del networking o creación de redes de contactos, computación, motores del mundo virtual (motores de juego), interoperabilidad, hardware, plataformas de pago y cadena de bloques. También lleva al lector a investigar el papel de la Web3 y los tókenes no fungibles (NFT) en la evolución del metaverso, la cual, según el autor, está enredada en barreras técnicas, jurídicas y culturales.
El autor refuerza continuamente la idea de que “incertidumbre y confusión son características de una disrupción”. Adentrándose en la historia de la computadora personal, Internet, el cable, los teléfonos móviles, el streaming o transmisión en directo, los videojuegos y la realidad virtual y aumentada, plantea que el metaverso es real e inminente.
La parte más interesante del libro es la economía de la industria de los videojuegos, que Ball categoriza inicialmente como una “industria del ocio de USD 180.000 millones”. Luego pasa a explicar que está “en condiciones de alterar la economía mundial de USD 95 billones”, mostrando cómo resulta económicamente oportuno que los mundos virtuales compartan datos e interoperen. Y con cerca del 75% de niños estadounidenses que juegan ahora en una única plataforma de videojuegos, y 140 millones de potenciales jugadores que nacen cada año, la sociedad misma está transformando el metaverso. Lo que es aquí destacable son las declaraciones de Ball acerca del duopolio en la industria de los teléfonos inteligentes, que restringe los márgenes de las plataformas del mundo virtual e impide su interoperabilidad e integración. Como esto entorpece el desarrollo de tecnologías centradas en el metaverso, el autor reclama medidas normativas que relajen el control de Google y Apple sobre los sistemas de pago y las tiendas de aplicaciones.
Ball desmitifica el relato sobre el metaverso explicando cómo estará basado en navegadores y será accesible (por ejemplo, mediante consolas de videojuegos, PC y teléfonos inteligentes) y brindará así “un sentido individual de presencia” (es decir, nuestro propio alias/avatar como gemelo digital) sin un auricular de realidad virtual. Sin embargo, muchos críticos sostendrían que una introducción a un metaverso en funcionamiento añadiría valor al libro.
Basándose en su labor en materia de inversionistas ángeles, asesoramiento sobre colaboración empresarial en nuevas iniciativas (corporate venturing), producción televisiva y cinematográfica, y videojuegos —y advirtiendo que “la tecnología frecuentemente produce sorpresas que nadie predice”— el autor pide medidas de gobernanza y normas para el metaverso, semejantes a la evolución de Internet, que funciona gracias a protocolos comunes acerca de presentación visual, carga de archivos, gráficos y datos.
Todos podemos ser comprensiblemente cautelosos en cuanto a la intrusión del metaverso en nuestras vidas, pero este libro refuerza mi opinión de que es necesario aprovechar la oportunidad intacta de trabajar en regulaciones y normas para esta economía virtual paralela cuanto antes.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.