Este libro hace un valioso aporte al análisis de los problemas económicos que enfrentan los pequeños Estados en desarrollo, particularmente en el Caribe
El análisis se basa en las décadas de experiencia directa del autor en política económica, tanto en el FMI como en el Banco Central de Barbados, donde se desempeñó como gobernador entre 2009 y 2017.
Worrell expone por qué los Estados pequeños son diferentes y qué implica esto para la formulación de políticas económicas. Los Estados pequeños son más abiertos y por ende excepcionalmente vulnerables a los shocks externos. Al tener recursos limitados, se ven forzados a especializarse en unos pocos productos y servicios internacionalmente competitivos. Como resultado, las políticas orientadas a cambiar el gasto hacia productos locales, por lo general, no son efectivas.
Otro factor clave es que, en el Caribe, los precios que determinan la competitividad de las industrias locales (el turismo, principalmente) no se fijan en moneda local, sino en la de un vecino mucho más grande: Estados Unidos. Esto reduce la efectividad de la devaluación o depreciación del tipo de cambio como herramienta de ajuste económico. En opinión del autor, lo mejor para los Estados pequeños es entonces la paridad cambiaria. Un régimen de tipo de cambio fijo contribuye a contener la inflación y otorga credibilidad a la estrategia económica general. Otras herramientas de política macroeconómica —en particular, la política fiscal— pueden y deben ser usadas cuando surge la necesidad de hacer un ajuste.
En opinión de Worrell, si un país pequeño no puede establecer un marco y un historial para mantener un ancla cambiaria, la mejor alternativa no es un régimen de tipo de cambio flexible sino abolir las monedas locales por completo y simplemente adoptar la moneda dominante como moneda de curso legal: en el caso del Caribe, el dólar de EE.UU. Esto permite eliminar una fuente potencial de inestabilidad, y del financiamiento del gobierno por el banco central, que podría socavar la disciplina fiscal. Worrell piensa que los pequeños países caribeños deberían seguir los pasos de países del continente que han decidido renunciar a sus propias monedas.
Cuando hay una política monetaria limitada, o ninguna, la política fiscal pasa a ocupar el centro de la escena en la formulación de políticas económicas. Las economías pequeñas deben hacer lo correcto en materia de política y administración tributaria, política de gasto y salarios públicos, gestión de la deuda, y administración de las empresas estatales. Una prestación eficiente de servicios públicos es particularmente importante, y ha sido una lucha para los países del Caribe. Las asignaciones presupuestarias para salud y educación deberían ser suficientemente amplias para mejorar los indicadores de desarrollo humano, lo cual también elevaría la competitividad internacional. La mayor parte de las necesidades de consumo se importan, de modo que una política fiscal imprudente provocará, sin duda, una caída de las reservas internacionales y finalmente desatará una crisis de balanza de pagos, algo que ocurre con frecuencia en el Caribe.
En Barbados, las crisis de balanza de pagos de 1991 y 2018 se originaron en errores de política fiscal. Y ambas crisis se abordaron exitosamente con políticas centradas en la consolidación fiscal, manteniendo al mismo tiempo la paridad del tipo de cambio en el contexto de un programa respaldado por el FMI. El análisis que hace Worrell de lo que sí funcionó y no funcionó en los programas de ajuste macroeconómico en el Caribe ofrece muchos temas para reflexionar.
En opinión de Worrell, si un país pequeño no puede establecer un marco y un historial para mantener un ancla cambiaria, la mejor alternativa no es un régimen de tipo de cambio flexible sino abolir las monedas locales por completo y simplemente adoptar la moneda dominante como moneda de curso legal: en el caso del Caribe, el dólar de EE.UU. Esto permite eliminar una fuente potencial de inestabilidad, y del financiamiento del gobierno por el banco central, que podría socavar la disciplina fiscal. Worrell piensa que los pequeños países caribeños deberían seguir los pasos de países del continente que han decidido renunciar a sus propias monedas.
Cuando hay una política monetaria limitada, o ninguna, la política fiscal pasa a ocupar el centro de la escena en la formulación de políticas económicas. Las economías pequeñas deben hacer lo correcto en materia de política y administración tributaria, política de gasto y salarios públicos, gestión de la deuda, y administración de las empresas estatales. Una prestación eficiente de servicios públicos es particularmente importante, y ha sido una lucha para los países del Caribe. Las asignaciones presupuestarias para salud y educación deberían ser suficientemente amplias para mejorar los indicadores de desarrollo humano, lo cual también elevaría la competitividad internacional. La mayor parte de las necesidades de consumo se importan, de modo que una política fiscal imprudente provocará, sin duda, una caída de las reservas internacionales y finalmente desatará una crisis de balanza de pagos, algo que ocurre con frecuencia en el Caribe.
En Barbados, las crisis de balanza de pagos de 1991 y 2018 se originaron en errores de política fiscal. Y ambas crisis se abordaron exitosamente con políticas centradas en la consolidación fiscal, manteniendo al mismo tiempo la paridad del tipo de cambio en el contexto de un programa respaldado por el FMI. El análisis que hace Worrell de lo que sí funcionó y no funcionó en los programas de ajuste macroeconómico en el Caribe ofrece muchos temas para reflexionar.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.