Los guardianes de la economía mundial pueden ser hoy actores con una asentada trayectoria, pero sus raíces en la gestión del abastecimiento de los Aliados durante la Primera Guerra Mundial fueron alguna vez controversiales.
Ese es el punto de partida de la exhaustiva historia de Jamie Martin sobre la creación de las instituciones financieras internacionales, que se inicia al final de la Gran Guerra, un cuarto de siglo antes de Bretton Woods. Su libro es una contextualización profundamente investigada de lo que llevó al cónclave realizado en Nuevo Hampshire en 1944 que dio origen al FMI y el Banco Mundial.
La postura de Martin, profesor asistente de historia y de ciencias sociales en Harvard, es crítica, pero el rastreo que hace de organismos predecesores como la Liga de las Naciones y el Banco de Pagos Internacionales (BPI), creados en un contexto de guerra y depresión, puede dejar enseñanzas para defensores y detractores de la gobernanza económica mundial.
Comienza con los consejos de suministro en tiempos de guerra, y los interrogantes que ellos plantearon acerca de la autonomía de los gobiernos. El Nitrate of Soda Executive con sede en Londres, por ejemplo, fue un ente dirigido por un comerciante británico e integrado por delegados gubernamentales de los Aliados europeos y Estados Unidos. Fue creado para dominar la compra de un ingrediente clave de los explosivos y fertilizante proveniente de Chile, un país neutral que era el proveedor más importante del mundo.
La Organización Económica y Financiera de la Liga de las Naciones, que tenía prohibido interferir en los asuntos internos de los países miembros, adquirió la capacidad de hacerlo en la década de 1920 con nuevos tipos de préstamos condicionales, escribe Martin, detallando la consiguiente resistencia desde Albania hasta Austria. Al avecinarse la Depresión mundial, la creación del BPI generó una disputa acerca de la soberanía, y en cuanto a si los gobiernos o los organismos financieros presuntamente apolíticos deberían controlar la política monetaria.
Un relato exhaustivo de lo que en definitiva son burocracias podría ser aburrido, pero Martin no lo es. Al contrario, da vida a personajes olvidados que moldearon nuestro mundo, y vincula al futuro jefe del FMI Per Jacobsson (1956–63) y al reconocido economista Jacques Polak con sus labores previas en la Liga.
Un capítulo fascinante gira en torno al estaño, extraído principalmente en colonias británicas como Malasia y para todo uso, desde armas hasta automóviles. Martin ilustra los controles a la producción y el comercio como “la innovación definitiva en gobernanza económica del período de entreguerras”, que reguló los mercados de estaño en colonias y países. El mecanismo, precursor de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, perduró hasta 1985.
El capítulo final encuadra los orígenes del FMI como parte del giro en la cúspide del poder mundial. La Ley de Préstamo y Arriendo (Lend-Lease Act) sancionada en Washington provee buques de guerra a Londres a cambio de relajar la “preferencia imperial” en el comercio en distintos territorios —e incluso controles a la producción de trigo— mientras que el organismo monetario internacional propuesto por John Maynard Keynes termina reflejando más la visión de su eclipsado homólogo estadounidense Harry Dexter White.
Martin hace hincapié en la soberanía desigual, lo cual indica que los retoques a organismos existentes como el FMI y el Banco Mundial “pueden ser insuficientes para lograr una reconciliación más estable de la gobernanza mundial y la política democrática” y que un “pensamiento ambicioso” puede desplazar a las instituciones del siglo XX y los legados imperiales. Su respuesta puede que esté en un futuro libro, ya que no la revela.
“Es preciso repensar de forma radical cómo gobernar la economía mundial para que sea algo plenamente compatible, por primera vez, con una verdadera autodeterminación económica y un autogobierno democrático”, concluye Martin, “y para que sea para todos los Estados, independientemente de sus historias de soberanía y sus posiciones ficticias en un orden jerárquico mundial”.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.