¿Una Segunda Guerra Fría? Preservar la cooperación económica en un contexto de fragmentación geoeconómica
11 de diciembre de 2023
Introducción
Buenos días. Es un honor tomar la palabra en el 20.o Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Economía.
La gran pregunta a la que intenta responder este congreso es si nos encontramos en un momento crítico.
Yo creo que sí. De hecho, llevaré esta pregunta un paso más allá y plantearé si nos encontramos al borde de una Segunda Guerra Fría. El historiador Niall Ferguson sostiene que ya estamos en ella. De ser así, ¿qué implicaciones tendría para la economía mundial? ¿Y cómo podemos preservar los beneficios de la apertura económica en un mundo más fragmentado?
Para responder a estas preguntas, trazaré brevemente la historia de las relaciones comerciales transfronterizas en el siglo XX. Luego, analizaré los paralelismos y las diferencias entre la Guerra Fría y la actualidad. Describiré los indicios de fragmentación que se observan en los datos sobre comercio e inversión hasta el momento y hablaré de los costos económicos que podrían surgir si las fisuras se ahondan. Por último, propondré tres principios para proteger la cooperación económica en un mundo más fragmentado.
Sin lugar a dudas, la pandemia, la guerra y las crecientes tensiones entre las dos economías más grandes del mundo (Estados Unidos y China) han cambiado las reglas de las relaciones económicas internacionales. Estados Unidos llama al friend-shoring, o “deslocalización entre aliados”; la Unión Europea a la “reducción del riesgo”, y China a la “autonomía”. Las preocupaciones en torno a la seguridad nacional están determinando las políticas económicas en todo el mundo.
Sin embargo, el sistema internacional basado en reglas no fue concebido para resolver conflictos comerciales motivados por la seguridad nacional. Así pues, nos encontramos con países que compiten en términos estratégicos con reglas distorsionadas y sin un árbitro real.
Para los países que siguen esta estrategia, las ventajas provienen de su intento por reducir el riesgo en sus cadenas de suministro y fortalecer la seguridad nacional. Pero, si no se gestiona de forma adecuada, los costos podrían superar fácilmente estos beneficios y eso podría suponer desandar casi tres décadas de paz, integración y crecimiento que han permitido que miles de millones de personas abandonen la pobreza.
Con las perspectivas de crecimiento mundial más bajas en décadas —y con las desproporcionadas secuelas de la pandemia y la guerra que están desacelerando la convergencia del ingreso entre los países ricos y pobres—, no podemos permitirnos otra Guerra Fría.
Una breve perspectiva histórica
Primero repasemos la historia. Esta no es la primera vez que la globalización se ve amenazada y que las cuestiones geopolíticas han fragmentado el comercio internacional y los flujos de capital [1].
Durante el “largo” siglo XIX, el período de 125 años que comenzó con la Revolución Francesa de 1789, se produjo una explosión del comercio internacional. Pero la Primera Guerra Mundial truncó de forma súbita esa edad de oro de la globalización, al hacer colapsar la proporción del comercio mundial en el ingreso. Las prolongadas penurias económicas que siguieron a la guerra allanaron el camino para el ascenso de líderes nacionalistas y autoritarios que a la postre llevaron al mundo a la Segunda Guerra Mundial. Tras esta guerra, emergió un mundo bipolar fragmentado con dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, separadas por la ideología y las estructuras políticas y económicas. Posicionados de forma precaria entre ellos se encontraba un grupo de países no alineados.
Este período de “Guerra Fría”, entre finales de la década de 1940 y finales de la década de 1980, no fue un período de desglobalización, ya que estuvo marcado por el aumento de la relación entre el comercio mundial y el PIB, gracias a la recuperación en la posguerra y a las políticas de liberalización del comercio que adoptaron muchos países del bloque occidental. Fue más bien un período de fragmentación en el que consideraciones geopolíticas incidieron notablemente en los flujos comerciales y de inversión. Durante la Guerra Fría, el comercio entre bloques opuestos se desplomó desde aproximadamente el 10% al 15% hasta menos del 5% del comercio mundial.
Con el final de la Guerra Fría, el comercio entre bloques que habían sido rivales aumentó con rapidez, y para la década siguiente llegó a representar casi una cuarta parte del comercio mundial. El final de la Guerra Fría también coincidió con el período de hiperglobalización de las décadas de 1990 y 2000: innovaciones tecnológicas, liberalización unilateral y multilateral del comercio y cambios geopolíticas e institucionales, que confluyeron para elevar la integración económica hasta niveles nunca vistos.
Sin embargo, desde 2008, el ritmo de globalización se ha estancado —la llamada globalentificación, o slowbalization— y la relación entre comercio y PIB se ha estabilizado debido a que las fuerzas que contribuyeron a estimular la hiperglobalización se desvanecieron de forma natural [2].
Con esto llegamos al momento actual. En los últimos cinco años, las amenazas al libre flujo de capitales y mercancías se han intensificado debido al aumento de los riesgos geopolíticos. Algunas medidas, como los aranceles o las restricciones a la exportación, están dirigidas directamente al comercio y la inversión. Otras medidas dentro de las fronteras afectan indirectamente a los flujos comerciales, como por ejemplo el apoyo fiscal y financiero a sectores internos concretos y los requisitos sobre contenido local.
El pasado año, se impusieron unas 3.000 medidas comerciales restrictivas, casi el triple que en 2019.
Las empresas multinacionales, en sus informes sobre utilidades, hablan cada vez más de temas como la relocalización interna, la deslocalización cercana, la deslocalización entre aliados y la desglobalización.
¿Una Segunda Guerra Fría?
¿Cabe pensar entonces que estamos en los albores de una Segunda Guerra Fría? La principal fuerza impulsora es similar: la rivalidad ideológica y económica entre dos superpotencias. En la Guerra Fría, fueron Estados Unidos y la Unión Soviética; ahora, son Estados Unidos y China [3]. Pero el escenario en que se han desencadenado estas fuerzas es radicalmente distinto en varias dimensiones.
Para empezar, el actual grado de interdependencia económica entre los países es mayor, porque las economías están mucho más integradas en el mercado mundial y mediante complejas cadenas de valor mundiales. La relación entre el comercio mundial y el PIB es actualmente del 60%, en comparación con el 24% durante la Guerra Fría. Es probable que esto aumente los costos de la fragmentación.
También es mayor la incertidumbre acerca del bloque con el que optarán por asociarse los países. Los vaivenes en la ideología de los dirigentes políticos de los países han aumentado en comparación con la época de la Guerra Fría, y esto hace que sea difícil determinar con certeza las lealtades. Esta incertidumbre también puede aumentar los costos.
Por otro lado, los países que podrían no alinearse tienen ahora más peso económico en términos de PIB, comercio y población [4]. Para el período actual, el análisis considera dos bloques hipotéticos basados en los patrones de votación de los países en las Naciones Unidas e incluye fundamentalmente a Estados Unidos y Europa en el bloque occidental y a China y Rusia en el bloque oriental, mientras que considera como “no alineados” a los demás países. En 1959, los bloques occidental y oriental sumaban aproximadamente el 85% del PIB mundial. Los dos bloques que hipotéticamente existen hoy suman aproximadamente el 70% del PIB y solo un tercio de la población mundial. Y tienen que competir con actores emergentes no alineados.
Dada su gran integración económica —en 2022 los países no alineados participaron en más de la mitad del comercio mundial— pueden servir como “conectores” entre rivales. Estos países pueden beneficiarse directamente de la desviación del comercio y las inversiones en una economía mundial fracturada y amortiguar el efecto negativo de la fragmentación en el comercio, reduciendo así sus costos.
Las fisuras se ahondan: La fragmentación en cifras
Examinemos ahora los datos sobre la fragmentación. Como verán, existen indicios de que las fisuras se están ahondando.
Al igual que en el período de la Guerra Fría, no se observa una desglobalización importante, ya que la proporción del comercio internacional en el PIB mundial permanece relativamente estable. Pero empezamos a ver signos de fragmentación con cambios importantes en las relaciones comerciales bilaterales que subyacen.
Si bien el crecimiento del comercio se ha desacelerado en todas partes tras la guerra en Ucrania, la ralentización del crecimiento entre bloques no alineados políticamente es mayor. En concreto, el crecimiento del comercio dentro de los bloques ha disminuido hasta el 1,7%, desde el 2,2% anterior a la guerra, mientras que el comercio entre bloques ha disminuido desde el 3% anterior a la guerra hasta el -1,9%. Así pues, en términos netos, el crecimiento del comercio dentro de los bloques es 3,8 puntos porcentuales superior al crecimiento entre bloques.
Cabe destacar que este patrón no se limita solo al comercio en sectores estratégicos, que son posiblemente el objetivo principal de las autoridades económicas como parte de su estrategia de reducción del riesgo. También se observa en el comercio de productos no estratégicos.
También se ven signos claros de segmentación de la inversión extranjera directa (IED) a escala mundial, siguiendo las líneas geopolíticas [5]. Tras el comienzo de la guerra en Ucrania, el anuncio de proyectos de IED entre bloques ha disminuido más que el anuncio de proyectos dentro de los bloques, mientras que la IED hacia países no alineados ha aumentado con fuerza. De hecho, casi el 40% de los proyectos de IED anunciados se dirigieron a estas economías en el tercer trimestre de 2023.
Esto sucedió en paralelo al recrudecimiento de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, cuyos vínculos directos están desapareciendo.
China ya no es el principal socio comercial de Estados Unidos, y su proporción en las importaciones de Estados Unidos ha caído en casi 10 puntos porcentuales en cinco años: del 22% en 2018 al 13% en el primer semestre de 2023. Las restricciones comerciales impuestas desde el inicio de la guerra comercial entre Estados Unidos y China en 2018 han tenido el efecto de frenar las importaciones chinas de productos con aranceles [6].
China también ha dejado de ser uno de los destinos primordiales de la IED de Estados Unidos, y ha cedido posiciones a mercados emergentes como Emiratos Árabes Unidos, India y México en el número de proyectos de IED anunciados (diapositiva 10, escala derecha).
Aunque los datos apuntan a que, sencillamente, los vínculos directos entre Estados Unidos y China están siendo reemplazados por vínculos indirectos. Los países que más han aumentado sus proporciones en las importaciones de Estados Unidos —como México y Vietnam— también han aumentado más sus proporciones en las exportaciones de China [7]. Esos mismos países son también los mayores receptores de la IED china.
Existen crecientes pruebas incidentales de un grupo de países “conectores” que están en una posición única para beneficiarse de la estrategia estadounidense de reducir el riesgo frente a China. Esto se debe a factores como su ubicación, sus recursos naturales y sus acuerdos de libre comercio con ambas partes.
Por ejemplo, los grandes fabricantes de productos electrónicos han acelerado la relocalización de la producción de China a Vietnam, dados los aranceles estadounidenses sobre las mercancías chinas. Sin embargo, Vietnam obtiene la mayoría de sus insumos de China, mientras que la mayor parte de sus exportaciones van a Estados Unidos.
Por su parte, México eclipsó a China como el principal exportador de bienes a Estados Unidos en 2023. Pero muchos de los fabricantes que están abriendo plantas en México son empresas chinas cuyo objetivo es el mercado estadounidense. De acuerdo con la Asociación Mexicana de Parques Industriales Privados, una de cada cinco nuevas empresas en los próximos dos años será china.
Estas pruebas incidentales —junto con las correlaciones en los datos— apuntan a que las cadenas de suministro se están alargando. Esta idea está corroborada por un reciente estudio del Banco de Pagos Internacionales (BPI), en el que se analizaron datos de más de 25.000 empresas y que ha revelado que las cadenas de suministro se han alargado en los últimos dos años, en especial en las que participan proveedores chinos y clientes estadounidenses.
En resumen, la fragmentación es ya una realidad, como pone de manifiesto el hecho de que los alineamientos geopolíticos determinan los flujos comerciales y de inversión: un proceso que probablemente vaya a continuar. Pero, pese a los esfuerzos de las dos economías más importantes por romper sus vínculos, todavía no está claro cuán eficaces serán en una economía mundial tan integrada y conectada.
Los costos económicos de la fragmentación
Si la fragmentación se agrava, ¿cuáles serán los costos económicos? ¿Y cómo se transmitirán esos costos?
Al ser el comercio el principal canal mediante el cual la fragmentación podría transformar la economía mundial, imponer restricciones al comercio disminuiría las mejoras de eficiencia derivadas de la especialización, limitaría las economías de escala debido a la reducción del tamaño de los mercados y disminuiría las presiones competitivas.
Se contendría la capacidad del comercio de incentivar la reasignación dentro de los sectores y generar aumentos de productividad. Menos comercio también implicaría menos difusión de conocimientos, una ventaja fundamental de la integración, que también podría reducirse por la fragmentación de la inversión directa transfronteriza.
La fragmentación de los flujos de capital limitaría la acumulación de capital —debido a la menor IED— y afectaría a la asignación del capital, los precios de los activos y el sistema de pagos internacionales, lo que acarrearía riesgos para la estabilidad macrofinanciera y podría dar lugar a una economía más volátil.
Las estimaciones de los costos económicos de la fragmentación varían mucho y son sumamente inciertas. Pero estudios recientes y otras investigaciones que se están realizando en el FMI indican que estos costos podrían ser cuantiosos y afectar de forma desproporcionada a los países en desarrollo.
Si la economía mundial se fragmentara en dos bloques acordes con la votación en las Naciones Unidas de la resolución sobre Ucrania de 2022 y se suprimiera el comercio entre esos dos bloques, se estima que las pérdidas mundiales serían de aproximadamente el 2,5% del PIB. Aunque, según la capacidad de las economías para adaptarse, estas pérdidas podrían llegar al 7% del PIB. A nivel de país, las pérdidas son especialmente importantes en las economías de mercados emergentes y de menor ingreso [8].
La fragmentación de la IED en un mundo dividido en dos bloques que giren en torno a Estados Unidos y China —y algunos países no alineados— podría dar como resultado pérdidas mundiales a largo plazo de aproximadamente el 2% del PIB.
Al igual que en el caso del comercio, las pérdidas son mayores en las regiones menos avanzadas, que dependen más de los flujos entrantes provenientes del bloque opuesto [9].
Aunque mucho de todo esto dependerá de cómo se fracturen exactamente el comercio y la inversión. Si no se alinean y siguen interactuando con todos los socios, algunas economías podrían sacar provecho de la desviación del comercio y la inversión.
Nuestras simulaciones sugieren que si solo se interrumpe el comercio entre el bloque Estados Unidos-Europa y el bloque China-Rusia, las demás economías, en promedio, obtendrían algunas ventajas [10].
Los países de América Latina están bien situados para beneficiarse de tal escenario. Por ejemplo, la proximidad de México a Estados Unidos podría ser un aliciente para el sector manufacturero mexicano, mientras que los exportadores de materias primas de América del Sur podrían aumentar sus cuotas de mercado.
Pero si la fragmentación empeora, incluso quienes se benefician de la fragmentación en su forma moderada se quedarían simplemente con una rebanada más grande de un pastel más pequeño en un escenario extremo. En resumen, todos podrían perder.
La fragmentación también inhibiría nuestros esfuerzos para hacer frente a otros desafíos mundiales que requieren cooperación internacional. La magnitud de estos desafíos —desde el cambio climático a la inteligencia artificial— es inmensa.
Un reciente análisis del FMI muestra que la fragmentación del comercio de minerales críticos para la transición verde —como el cobre, el níquel, el cobalto y el litio— encarecería la transición energética. Como estos minerales están concentrados geográficamente y es difícil sustituirlos, la interrupción de su comercio daría lugar a fluctuaciones bruscas de sus precios, lo que reprimiría la inversión en energías renovables y la producción de vehículos eléctricos[11].
¿Qué pueden hacer las autoridades para evitar los peores escenarios económicos en una Segunda Guerra Fría en toda regla?
En este momento crítico, las autoridades afrontan difíciles disyuntivas entre minimizar los costos de la fragmentación y maximizar la seguridad y la resiliencia. Se necesitan enfoques pragmáticos que preserven las ventajas del libre comercio en la medida de lo posible y protejan la resolución de los desafíos mundiales, al tiempo que se minimicen las distorsiones.
La solución óptima es, por supuesto, evitar la fragmentación. Pero, por el momento, esto parece difícil de lograr.
A falta de un escenario óptimo, debemos trabajar para evitar el peor de los casos y proteger la cooperación económica en un mundo más fragmentado. A ello pueden contribuir tres principios:
Primero, procurar como mínimo la adopción de un enfoque multilateral en ámbitos de interés común. Por ejemplo, el acuerdo sobre un corredor verde podrá garantizar el flujo internacional de minerales críticos para la transición hacia energías limpias.
Acuerdos similares para productos alimentarios esenciales y suministros médicos podrían asegurar flujos transfronterizos mínimos en un mundo cada vez más propenso a los shocks. Estos acuerdos protegerían los objetivos internacionales de evitar la devastación del cambio climático, la inseguridad alimentaria y las catástrofes humanitarias provocadas por pandemias [12].
Segundo, si se considera necesaria cierta reconfiguración de los flujos comerciales y de IED para reducir el riesgo y diversificar, un enfoque plurilateral no discriminatorio podría ayudar a los países a profundizar en la integración, diversificar y mitigar los riesgos para la resiliencia.
Las autoridades deben definir ampliamente el grupo de países y aliados con quienes profundizar las asociaciones económicas. Los acuerdos plurilaterales compatibles con la Organización Mundial del Comercio (OMC) —como los acuerdos comerciales regionales y las iniciativas de declaración conjunta—, si bien son el segundo escenario óptimo, podrían aportar varias ventajas. Por ejemplo, economías de escala, mayor acceso a los mercados y diversificación de los proveedores, entre otros. Estos acuerdos, al actualizar sus reglas y mantener una política de puertas abiertas, permiten el ingreso de nuevos socios si están dispuestos y son capaces de comprometerse con sus normas y reglas.
Entre los ejemplos recientes de acuerdos comerciales regionales figuran el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (TIPAT) y el Acuerdo de la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA). Actualmente, están en marcha varias iniciativas de declaración conjunta, entre ellas, sobre comercio electrónico, facilitación de las inversiones y reglamentación nacional en el ámbito de los servicios. En diciembre de 2021, 70 países miembros de la Organización Mundial del Comercio concluyeron las negociaciones de un acuerdo plurilateral en el marco de la OMC sobre la reglamentación nacional en el ámbito de los servicios.
Las autoridades deben centrarse solo en un conjunto limitado de productos y tecnologías que justifiquen la intervención por motivos de seguridad económica. Antes de decidir traer la producción a casa, debe considerarse detenidamente si realmente no hay proveedores en regiones de menos riesgo y hacerse una evaluación objetiva de los costos sociales y económicos de las interrupciones del suministro. Este es especialmente el caso de tecnologías ampliamente utilizadas, como los semiconductores.
En tercer lugar, las medidas de políticas unilaterales, como las políticas industriales, deben limitarse a hacer frente a las externalidades y las distorsiones del mercado y tener una duración limitada. Su objetivo debe limitarse a corregir fallas de mercado, preservando al mismo tiempo las fuerzas del mercado en los casos en que estas puedan asignar recursos con más eficiencia.
Es fundamental evaluar detenidamente las políticas industriales, tanto en términos de su eficacia para lograr los resultados deseados como de sus costos económicos asociados, entre ellos, los efectos indirectos transfronterizos.
A nivel nacional, puede ser difícil limitar o replegar las políticas industriales dada la concentración de sus beneficios y la dispersión de sus costos.
A nivel internacional, estas políticas pueden dar lugar a represalias, lo que profundizaría la fragmentación. Según estimaciones recientes del FMI, si China introduce un subsidio, la probabilidad de que la Unión Europea imponga una medida comercial restrictiva en un plazo de 12 meses en respuesta a ese subsidio es del 90%.
Un diálogo intergubernamental —o un marco de consulta— sobre políticas industriales ayudaría a mejorar el intercambio de datos e información y a identificar el impacto de las políticas, como por ejemplo sus consecuencias transfronterizas no deseadas. Con el tiempo, la estabilidad de las líneas de comunicación contribuiría a elaborar reglas y normas internacionales sobre el uso y el diseño adecuados de las políticas industriales, lo que facilitaría la adaptación de las empresas al nuevo entorno.
Para cada uno de estos tres principios, podemos buscar sus precursores en la última Guerra Fría. A lo largo de ese período, Estados Unidos y la Unión Soviética llegaron a varios acuerdos para evitar una catástrofe nuclear. Ambas superpotencias suscribieron la doctrina de destrucción mutua asegurada, conscientes de que un ataque por parte de uno de ellos daría lugar en última instancia a la aniquilación total.
Si nos sumimos en una Segunda Guerra Fría, conscientes de los costos, quizá no se produzca la destrucción económica mutua asegurada. Pero podríamos asistir a la aniquilación de los beneficios del libre comercio. En última instancia, las autoridades no deben perder de vista esos beneficios. Redunda en su propio interés —y en el de todos— abogar firmemente por un sistema multilateral de comercio basado en reglas y en instituciones que lo respalden.
Es cierto que la integración económica no ha beneficiado a todos por igual —reconocerlo es fundamental para entender los otros factores detrás de las tendencias mundiales de aislamiento—, y las políticas nacionales deben adaptarse para ampliar los beneficios. Pero ha ayudado a miles de millones de personas a mejorar su situación económica, su salud y su educación; desde el final de la Guerra Fría, la economía mundial casi ha triplicado su tamaño, y unos 1.500 millones de personas han logrado salir de la pobreza extrema.
Conclusión
Permítanme concluir. Si bien no hay indicios de un retroceso generalizado de la globalización, están surgiendo fisuras a causa de la fragmentación geoeconómica que es cada vez más una realidad. Si la fragmentación se profundiza, podríamos encontrarnos en una nueva Guerra Fría.
Los costos económicos de una Segunda Guerra Fría podrían ser grandes. El mundo está ahora mucho más integrado, y los desafíos comunes a los que nos enfrentamos tienen un alcance sin precedentes y no pueden abordarse en un mundo fragmentado.
No obstante, incluso en esta nueva realidad geopolítica, las autoridades pueden buscar soluciones que reduzcan a un mínimo los costos de la fragmentación. La atención ha de centrarse en enfoques pragmáticos que preserven las ventajas del libre comercio en la medida de lo posible, protejan la resolución de los desafíos globales y logren al mismo tiempo los objetivos nacionales de seguridad y resiliencia.
Mantener abiertas las líneas de comunicación, como están haciendo Estados Unidos, China y la Unión Europea, puede ayudar a evitar el peor resultado. Los países no alineados, que principalmente son países emergentes y en desarrollo, pueden hacer sentir su peso económico y diplomático para que el mundo siga integrado. Después de todo, muchos países emergentes y en desarrollo son los que más tienen que perder de un mundo fragmentado, y si bien algunos se benefician de las primeras etapas de la fragmentación, todos pierden en una Guerra Fría en toda regla.
En nuestra reflexión sobre este “momento crítico” en los próximos días, los invito a pensar en cómo podemos contribuir para lograr que estas soluciones se cristalicen, a través de nuestras investigaciones y nuestra colaboración. Esto será fundamental para preservar lo que ya hemos logrado y hacer frente a los retos globales que tenemos por delante.
Gracias.
Referencias bibliográficas
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[1] La desglobalización hace alusión a la reducción de los flujos económicos entre países. La desglobalización, que suele medirse en términos de reducción de la relación entre el comercio (o la inversión) mundial y el PIB, podría ser el resultado de decisiones sobre políticas (como la imposición de aranceles), tendencias seculares (como la transición estructural hacia sectores de la economía en los que el comercio es menos intenso) y la mengua de las fuerzas que contribuyeron a estimular la rápida integración de las economías hasta mediados de la década de 2000 (como fueron la reducción de los costos de transporte, la división de los procesos de producción entre países, los avances tecnológicos y otros factores de ese tipo). La fragmentación, por otro lado, hace alusión a la reorientación de los flujos comerciales y de inversión causada por las políticas y que puede estar o no asociada con una disminución de la relación entre el comercio mundial y el PIB.
[2] Véase Antras (2021).
[3] Durante la Guerra Fría, el mundo estaba dividido en dos bloques, occidental y oriental, y un grupo de países no alineados. El análisis se basa en la definición de bloque basada en Gokmen (2017). El bloque occidental incluye Alemania, Andorra, Australia, Bélgica, Canadá, Corea del Sur, Dinamarca, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Grecia, Islandia, Israel, Italia, Japón, Luxemburgo, Malta, Mónaco, Noruega, Nueva Zelandia, los Países Bajos, Portugal, el Reino Unido, San Marino, Tailandia, Taiwan y Turquía. El bloque oriental incluye Albania, Armenia, Azerbaiyán, Belarús, Bulgaria, China, Corea del Norte, Cuba, Eslovaquia, Estonia, Georgia, Hungría, Kazajstán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldova, Mongolia, Polonia, la República Checa, la República Democrática Popular Lao, Rumania, Rusia (URSS), Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán y Vietnam. Al resto de los países se los consideraba “no alineados”.
[4] Para el período actual, el análisis considera un bloque occidental hipotético conformado por Australia, Canadá, Estados Unidos, Europa y Nueva Zelandia. El hipotético bloque oriental comprende Belarús, China, Malí, Nicaragua, Rusia y Siria. Al resto de los países se los considera “no alineados”.
[5] Véase Aiyar et al. (2023a).
[6] Véase en Fajgelbaum y Khandelwal (2022) un repaso de estudios sobre este tema, así como Alfaro y Chor (2023), Bown (2022) y Freund et al. (2023).
[7] Véanse también Alfaro y Chor (2023), Dang et al. (2023) y Freund et al. (2023).
[8] Véase Bolhuis, Chen y Kett (2023). Cada vez más estudios apuntan también a los grandes costos de la fragmentación del comercio y a la consiguiente transformación de las cadenas internacionales de valor (véanse, entre otros, Aiyar et al. 2023b; Attinasi et al. 2023; Campos et al. 2023; Goes y Bekkers 2023, y Javorcik et al. 2022).
[9] Véase el capítulo 4 de la edición de abril de 2023 de Perspectivas de la economía mundial (informe WEO).
[10] Las variaciones agregadas en el producto mundial también serían negativas en este escenario, debido a las ineficiencias asociadas con las restricciones comerciales, aun cuando solo se apliquen a un subgrupo de economías del mundo.
[11] Véase el capítulo 3 de la edición de octubre de 2023 de Perspectivas de la economía mundial (informe WEO).
[12] La comunidad internacional podría extraer enseñanzas de la exención de las restricciones a la exportación para la compra humanitaria de alimentos que se creó en la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio en 2022.
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