Dirigir Empresas en la Nueva Europa, Palabras pronunciadas por Rodrigo de Rato, Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
25 de noviembre de 2004
Dirigir Empresas en la Nueva Europa
Palabras pronunciadas por Rodrigo de Rato
Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
en el III Congreso de Directivos CEDE
Valencia, España
25 de noviembre de 2004
Texto preparado para la intervención
Agradezco enormemente esta invitación para participar en este Tercer Congreso de CEDE y quisiera aprovechar esta oportunidad para compartir con ustedes algunos de los retos a los que se enfrentan las economías de la Unión Europea. Comenzaré con unas breves palabras sobre las perspectivas de Europa a corto plazo y después centraré mis observaciones en las oportunidades que puede presentar la reciente ampliación de la UE para los ciudadanos, las empresas y los gobiernos europeos.
La recuperación mundial continúa de forma relativamente sólida y ahora abarca a todas las regiones del mundo. A pesar de la evidente ralentización de la velocidad de recuperación a partir del segundo trimestre de este año, lo cual refleja en parte el impacto de la subida de los precios del petróleo, se prevé que el crecimiento medio mundial del PIB en el año 2004 sea del 5% y supere el 4% en el 2005. También en la zona del euro el crecimiento cobró cierto impulso en el primer semestre del año, pero la actividad ha disminuido en los últimos meses. La subida de los precios del petróleo y una recuperación del empleo más lenta de lo previsto plantean un riesgo para estas perspectivas, al igual que la nueva revalorización del euro. Las presiones inflacionistas en la zona del euro permanecen contenidas. Aunque el BCE tendrá que vigilar con cuidado los efectos indirectos de las subidas de los precios del crudo, la política monetaria debe seguir siendo acomodaticia hasta que sea evidente la mejora autosostenida de la demanda interna. La política fiscal se ha relajado moderadamente en el período de desaceleración actual y debería endurecerse a medida que se consolida la recuperación.
Poniendo la vista más allá del corto plazo, los miembros más antiguos de la Unión Europea se enfrentan a problemas profundamente arraigados. Los puestos de trabajo escasean para muchos y el desempleo sigue siendo elevado. La carga fiscal que soportan los trabajadores y las empresas en muchos países es grande; sin embargo, la situación de las finanzas públicas no es sostenible en una serie de países. El envejecimiento de la población añadirá presión sobre los sistemas de previsión social, que ya están al límite.
En este contexto, no es sorprendente que los miembros más antiguos a veces vean la ampliación de la UE en términos de los desafíos que les plantea. Pero pienso que hitos históricos, como la ampliación del número de Estados miembros, pueden ofrecer oportunidades de renovación económica. Veo oportunidades en tres áreas: en primer lugar, en el mayor intercambio de bienes y servicios; en segundo lugar, en la integración de los mercados financieros y una mejor asignación del capital, y en tercer lugar, y quizás el más importante, en el efecto potencialmente disciplinario de la integración sobre las políticas económicas.
Más comercio
La incorporación de 10 nuevos miembros amplía en dos tercios el número de países de la Unión, su superficie en un cuarto, y su población, que ahora supera los 450 millones de personas, en un quinto.
La oportunidad inmediata es que la ampliación promete seguir abriendo los mercados, aumentar el comercio y la inversión en toda la Unión y, por tanto, fomentar el crecimiento y la creación de empleo. La evidencia demuestra que las ampliaciones de la UE en los últimos 20 años—con la incorporación de Grecia en 1981, de España y Portugal en 1986, y de Austria, Finlandia y Suecia en 1995—han generado un efecto de creación de comercio entre los miembros de la UE que supera en alrededor de un 40% el efecto de desviación de comercio.
Esta tendencia seguramente ha de continuar en una Unión ampliada de 25 países. Con la última ampliación, la inclusión de las economías de renta media de crecimiento más rápido ofrece un mercado interno más vasto y diverso. De hecho, los flujos comerciales y financieros ya han experimentado aumentos extraordinarios en la etapa previa a la incorporación. Con un mayor acceso a los mercados, el aumento de la diversidad debería abrir nuevas oportunidades comerciales entre los Estados miembros donde las diferencias de ventaja comparativa son patentes. Con una población considerable, un poder adquisitivo creciente y una población activa instruida, los nuevos Estados miembros también aportan una fuente de demanda próspera y ascendente y nuevas oportunidades de mercado y de inversión para las empresas de toda la Unión. En general, las evidencias señalan que el comercio entre los miembros antiguos y nuevos podría ser actualmente alrededor de un 30% más bajo de lo que acreditan las variables fundamentales a largo plazo, lo cual indica un gran potencial de crecimiento.
La adopción del euro debería promover con el tiempo una mayor integración comercial, eliminando la incertidumbre sobre los tipos de cambio, reduciendo los costes de transacción y fomentando una transparencia de precios y una competencia mayores. Los primeros resultados basados en la experiencia de los miembros actuales de la zona del euro hasta el momento indican que el comercio ha aumentado alrededor del 10% por la adopción de la moneda única.
Lamentablemente, un canal de mayor integración se ha cerrado: la libre circulación de mano de obra. La mayoría de los Estados miembros antiguos, temiendo posibles trastornos, han optado por proteger, aunque temporalmente, sus mercados laborales. Las restricciones transitorias (que durarán nada menos que siete años) a la migración de mano de obra procedente de los nuevos Estados miembros limitarán por ahora la libertad fundamental de trabajar en cualquier lugar de la Unión. Varios de los nuevos Estados miembros han aprobado restricciones recíprocas. Animaría a los Estados miembros a que reduzcan al mínimo estas barreras artificiales y adopten plenamente cada una de las "cuatro libertades" que definen al Mercado Interno; es decir, libre circulación de capitales, de bienes, de servicios y de mano de obra.
Mayor integración financiera
Permítanme que pase ahora a la segunda oportunidad que mencioné al principio. Europa tiene mucho que ganar de la integración financiera en curso. La ampliación ofrece la posibilidad de ganar todavía más y constituye un paso esencial hacia la formación final de un mercado financiero realmente paneuropeo. Un mayor acceso a los mercados, la reforma de estos y los esfuerzos por armonizar las regulaciones (incluidos los realizados al amparo del Plan de Acción de Servicios Financieros de la UE) ayudarían, sin duda, a fomentar una integración financiera mayor en Europa. La inversión extranjera directa (IED) es quizás el canal más directo. Las ampliaciones anteriores han aumentado la IED entre los Estados miembros. Según algunas fuentes, la IED entre los miembros antiguos y los nuevos podría ser hasta un 70% inferior a lo que justifican las variables fundamentales, lo cual indica que, al igual que en el caso del comercio, el potencial de crecimiento es enorme.
Dado que el crédito bancario al sector privado, en relación con la actividad económica, se sitúa muy por debajo de las medias occidentales, el margen para aumentar la actividad crediticia es también considerable en los nuevos Estados miembros. Por tanto, las perspectivas de integración financiera deparan la extraordinaria oportunidad de catapultar el desarrollo financiero de los nuevos miembros, incluso a través de la adopción de nuevos instrumentos y servicios financieros.
La adopción del euro en los nuevos Estados miembros promete favorecer una integración financiera mayor. Para los miembros de la zona del euro, la integración financiera, en muchos de sus aspectos, ya ha avanzado enormemente, sobre todo en los mercados monetarios y de renta fija de la zona. Pero muchos estudios indican que pueden seguir consiguiéndose mejoras considerables. La mayor competencia y las economías de escala que se derivan de la ampliación e integración de los mercados financieros permitirían estrechar los márgenes de crédito, reducir los costes de intermediación y asignar los fondos de manera más eficiente para estimular el crecimiento económico. Y una mayor diversificación de las carteras y unas relaciones transfronterizas más profundas ayudarían a compartir los riesgos, haciendo que la región tenga más capacidad de resistencia a las perturbaciones.
Políticas mejores
Esto me lleva a la tercera oportunidad que mencioné: el papel de las políticas y lo que estas pueden hacer para contribuir a aumentar las ventajas de la ampliación.
Permítanme que comience por las políticas a nivel de la UE. En relación con la política de competencia, en sectores en los que las empresas no son capaces de adaptarse para competir con eficacia, los esfuerzos deberían centrarse en facilitar la reasignación de los recursos en vez de proteger los intereses creados. Es mejor para la UE que todos jueguen con las mismas reglas y que no se limite el acceso a los mercados mediante barreras nacionales. De manera más general, la aplicación y control estrictos de las leyes del Mercado Interno, los esfuerzos por armonizar las regulaciones financieras y la mejora de la supervisión y coordinación de las políticas macroeconómicas fortalecerán la competencia, lo cual, a su vez, debería tener un efecto disciplinario sobre las políticas nacionales; y aquí yace la gran esperanza de una Unión más vibrante.
Trazar el rumbo correcto de las políticas nacionales depende en parte de las circunstancias de cada país. Los nuevos Estados miembros deberían continuar el camino hacia la estabilidad macroeconómica y la disciplina financiera, particularmente con respecto a las finanzas públicas. Junto con una fuerte supervisión prudencial, ello ayudaría a controlar las vulnerabilidades asociadas a la volatilidad de la cuenta de capital y al auge del crédito, y sentaría las bases necesarias para la incorporación al MTC II y para la sustitución final de las monedas nacionales por el euro.
A su vez, la adopción del euro impulsaría una "segunda ola" de integración comercial y financiera, tal como indican los resultados preliminares extraídos de las experiencias de los actuales miembros de la zona del euro. Pero antes de que se pueda considerar seriamente la unión monetaria, estos países tendrán que seguir progresando para cumplir los criterios de convergencia nominal de tipos de interés, inflación y finanzas públicas. Los déficit fiscales de varios de los nuevos Estados miembros tendrán que ser reducidos para cumplir con los niveles de la zona del euro (y los límites de Maastricht). Recortar las generosas transferencias y prestaciones sociales, y utilizar adecuadamente los fondos estructurales de la UE, ayudaría a conseguir este objetivo, satisfaciendo al mismo tiempo las necesidades de inversión pública y de mejora de la infraestructura. Junto con un ajuste fiscal decidido, también será necesaria una supervisión fuerte de los mercados financieros para contener los riesgos incipientes derivados del auge crediticio, las burbujas de activos y la volatilidad de los mercados financieros. En el ámbito estructural, las medidas para flexibilizar los salarios y precios mejorarían la capacidad de resistencia de estas economías ante perturbaciones asimétricas y ayudarían a que sus fluctuaciones cíclicas estuvieran en mejor sintonía con el resto de la Unión.
Para los Estados miembros más antiguos, la ampliación presenta una nueva oportunidad de contribuir a preparar las finanzas públicas para las presiones que surgirán como consecuencia del envejecimiento de la población. Las políticas fiscales, particularmente en los Estados miembros más grandes, no se han liberado de sus trayectorias procíclicas (comportándose en los buenos tiempos como si estos fueran a perdurar siempre). Después de un prolongado período de desaceleración económica, un número significativo de Estados miembros han pasado a incumplir, en distinto grado, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Pienso que restablecer la credibilidad del PEC debería ser de máxima prioridad, no solo para los actuales miembros de la zona del euro, sino también para ayudar a afianzar los esfuerzos de consolidación y de convergencia fiscal de los nuevos Estados miembros. Pero el mayor reto fiscal es colocar las finanzas públicas a más largo plazo en una situación más sólida. Los retos derivados del envejecimiento de la población ocupan un lugar preponderante en la UE, incluso en los nuevos Estados miembros. La esperanza de vida ha aumentado a un ritmo constante en las últimas décadas, pero la duración de la vida laboral ha disminuido. En muchos países, esta situación ha dejado a la generación actual de trabajadores y empresas con la pesada carga de financiar planes de jubilación generosos. Las cosas no harán más que empeorar a medida que el envejecimiento se acelere en muchos países después del 2010, y la creciente carga sobre los ingresos creará el riesgo de que el crecimiento de la producción prácticamente se estanque. Se necesita con urgencia un sistema que favorezca el crecimiento y permita hacer frente a estos retos, con medidas para aumentar la edad de jubilación y fomentar la formación a lo largo de toda la vida.
La ampliación también debería dar un impulso renovado a la implantación de las políticas necesarias para tratar de superar obstáculos estructurales profundamente arraigados e invertir las deslucidas perspectivas de renta de la antigua unión. El flojo crecimiento de los últimos años ha sido el desafío económico determinante al que se ha enfrentado Europa occidental. Desde mediados de los años setenta, tras más de dos décadas de convergencia significativa, el aumento de la renta per cápita prácticamente se ha estancado en relación con los niveles de Estados Unidos, debido en gran parte a la disminución de la dedicación laboral. Algunos consideran que el culpable fundamental es la baja productividad. De hecho, su aumento, que ha sido menor que el esperado, al menos desde mediados de los años noventa, refleja en parte la incapacidad para aprovechar plenamente las nuevas oportunidades de crecimiento, incluidas las nuevas tecnologías y la globalización, principalmente en el sector de los servicios. Un examen detenido de los datos revela, sin embargo, que la raíz del estancamiento de la renta per cápita ha sido el descenso secular, en términos relativos, de la participación de la mano de obra, medida tanto en tasas de empleo como en horas anuales trabajadas (por empleado).
La Estrategia de Lisboa aprobada en marzo de 2000 fijó un plan ambicioso para que la Unión Europea "se convierta en la economía más competitiva ... del mundo". Entre su larga lista de objetivos loables, se incluyen fomentar la investigación, el desarrollo y la innovación, completar el mercado interno, establecer objetivos de mejora de la educación y el empleo, y fomentar la actividad entre los mayores, todo esto respaldado por políticas macroeconómicas adecuadas. Pero a medida que nos acercamos al ecuador (2005) de esta estrategia a diez años, Europa está muy lejos de cumplir sus múltiples objetivos. Tal como se aclara en el reciente informe de alto nivel sobre la revisión de la Estrategia, dirigido por el Primer Ministro Kok, "los resultados decepcionantes se deben a una agenda sobrecargada, una coordinación mala y prioridades contradictorias." Comparto esta valoración.
El Foro Económico Mundial también intentó este año evaluar el progreso, utilizando como parámetro las ocho dimensiones de la competitividad aprobadas en la Estrategia de Lisboa. Una vez más, los resultados son aleccionadores. Estados Unidos destaca sobre la UE, de media, en siete de las ocho dimensiones. En promedio, los nuevos países adherentes tienen unos resultados casi iguales, y en algunos casos mejores, que los antiguos miembros de la UE con peores resultados. El informe del Foro concluye que alcanzar el objetivo de Lisboa "exigirá esfuerzos continuados para mejorar el entorno de competitividad de los países de adhesión" y de los antiguos Estados miembros que van a la zaga.
La clara insuficiencia de los resultados de la Estrategia de Lisboa deja en claro que su implantación y sus objetivos principales (particularmente, mejorar los incentivos al trabajo e invertir la tendencia decreciente de la dedicación laboral) exigen un enfoque nuevo. Para conseguirlo, sería útil reorientar la Estrategia alrededor de un consenso sobre la necesidad de aumentar la participación de la mano de obra, lo que requeriría políticas con el peso necesario para aumentar las tasas de empleo e invertir la tendencia a la reducción de las horas de trabajo semanales. Unos mercados laborales más flexibles y la reforma de los programas de prestaciones sociales permitirían a la vieja unión enfrentarse mejor a las demandas de una mayor competencia sin tener que recurrir a medidas proteccionistas, como las aplicadas sobre la migración de los trabajadores.
Conclusión
Durante más de medio siglo, los europeos han compartido las aspiraciones de estrechar los lazos políticos y de cooperación económica. El último capítulo de este empeño, la adhesión de 10 nuevos países el 1 de mayo de este año, supone un nuevo cambio del mapa y un aumento de la diversidad de la Unión Europea. Para los nuevos Estados miembros el acceso pleno a un Mercado Único, que por su tamaño es el segundo en el mundo, ofrece la oportunidad histórica de acelerar la recuperación de la productividad y la convergencia de las rentas.
Con los objetivos compartidos y el fin común que representa, el proceso de ampliación ha dado un nuevo impulso para forjar lazos más estrechos entre los miembros nuevos y antiguos de la UE. La mayor integración comercial y financiera promete aumentar el crecimiento y el empleo en toda la región, revitalizando las economías de la zona occidental y acelerando la convergencia entre las economías del este y del oeste.
Pero con la ampliación también llegan los retos inevitables que acompañan al cambio. La nueva configuración ha puesto en marcha a los agentes del cambio, algunos de los cuales podrían llegar a ser perjudiciales. El reto estará en gestionar los posibles desórdenes y trastornos que pueden acompañar el proceso de apertura a los mercados y aumento de la competencia y la integración sin cercenar las oportunidades y ventajas que esto proporciona. Y para ello serán necesarias políticas mejores, tanto a nivel macroeconómico como microeconómico, para hacer que las ventajas económicas de la ampliación sean una realidad y no una promesa cumplida solo en parte.
Muchas gracias.
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