El FMI a los 70: Elegir bien, ayer, hoy y mañana, Por Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional

10 de octubre de 2014

Por Christine Lagarde
Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional
Reuniones Anuales del FMI y el Banco Mundial
Washington DC, 10 de octubre de 2014

Introducción

Señor Presidente, gobernadores, distinguidos invitados:

En nombre del FMI, desearía darles una calurosa bienvenida a estas Reuniones Anuales. Y en ocasión de nuestro septuagésimo cumpleaños, ¡les deseo a ustedes y a cada uno de nuestros 188 países miembros un muy feliz cumpleaños!

También querría expresar mi reconocimiento a mi buen amigo y excelente colega, Jim Kim, Presidente del Banco Mundial, y a sus colegas por la fantástica labor que están realizando. ¡Y feliz cumpleaños a ustedes también!

Este es un buen momento para reflexionar sobre estos 70 años que hemos transitado juntos. Y fundamentalmente es un buen momento para contemplar el camino que tenemos por delante. Lo que elijamos hoy decidirá cómo será el mañana.

Querría comenzar con un cuento:

En una escena de aquel clásico de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, la pequeña Alicia llega a un camino que se bifurca, donde se encuentra con el Gato de Cheshire. Alicia le pregunta qué camino debe seguir:

“Eso depende en gran parte del sitio al que quieras llegar”, dijo el Gato.

“No me importa mucho el sitio…”, dijo Alicia.

“Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”, dijo el Gato.

¿Por qué comienzo con este relato? Por una razón sencilla: el camino que elegimos en una encrucijada crítica tiene consecuencias cruciales.

importa adónde queramos ir para decidir qué camino elegir.

La senda se bifurca

Hace casi exactamente cien años, el mundo optó por un camino tremendamente equivocado. Esta era una época de grandes avances tecnológicos, optimismo y apertura. Pero en vez de usar esos milagros tecnológicos en beneficio de la humanidad, se los destinó a la destrucción masiva.

Se había echado el cerrojo a las puertas de la cooperación.

Por haber elegido este camino equivocado, el mundo atravesó tres décadas de carnicerías, caos y calamidades. Pero, luego, algo cambió.

Hace 70 años, en 1944, el mundo se vio enfrentado a otra disyuntiva. Esta vez, eligió el buen camino. Fue el primer “momento multilateral”, que dio origen a instituciones de cooperación como el FMI y el Banco Mundial.

John Maynard Keyes lo describió como “la enormidad de lo que estamos trayendo al mundo”.

Esa decisión ha dado sus frutos a lo largo de las décadas: ha crecido la prosperidad, se ha afianzado la estabilidad y se ha reducido la pobreza. El FMI ha desempeñado un papel fundamental: ha ayudado a luchar contra crisis tras crisis; ha contribuido a que los países de bajo ingreso y en transición lograran hacerse un espacio en la economía mundial; e hizo posible el fortalecimiento de las capacidades, la solidez y la resiliencia de todos nuestros países miembros.

Hoy, el FMI continúa respondiendo a las condiciones en el terreno, con fuerza y flexibilidad. Desde 2008, hemos comprometido casi US$700.000 millones en beneficio de los países necesitados, brindando capacitación a todos nuestros miembros y asistencia técnica a un 90%. No más que en los últimos meses, proporcionamos nueva asistencia financiera a Ucrania, los países árabes en transición, y las naciones africanas golpeadas por el ébola.

Setenta años después de Bretton Woods, la senda que tiene por delante la comunidad internacional vuelve a bifurcarse. Las modalidades de cooperación comprobadas parecen estar deshilachándose. La sostenibilidad del motor económico mundial es cada vez más dudosa.

¿Puede realmente producir los puestos de trabajo, los ingresos y los niveles de vida mejores a los que aspira la gente?

Hay tres decisiones colectivas fundamentales que tenemos que tomar:

  • Primero, ¿cómo logramos el crecimiento y el empleo necesarios para promover la prosperidad y asegurar la armonía social? Yo diría que esto representa una disyuntiva entre aceleración y estancamiento.
  • Segundo, ¿cómo hacer para que este mundo interconectado sea un lugar más inclusivo y seguro en el que todos podamos prosperar? Es la disyuntiva entre estabilidad y fragilidad.
  • Tercero, ¿qué hacer para afianzar la cooperación y el multilateralismo, en lugar del aislacionismo y la insularidad? Es la disyuntiva entre solidaridad y aislamiento.

El futuro depende de lo que elijamos.

1. Aceleración o estancamiento

Comencemos por la primera disyuntiva, la más básica de todas: aceleración o estancamiento. Las perspectivas del crecimiento y el empleo. Cuando miramos el camino que tenemos por recorrer, todos vemos los enormes obstáculos que hay por delante.

Vivimos un cambio demográfico sin precedentes, ya que la fuerza laboral de muchas de las economías más dinámicas del mundo —tanto avanzadas como emergentes— está llegando al ocaso de la vida. En menos de una década, por primera vez en la historia habrá más personas de más de 65 años que de menos de 5.

Ha habido un pasmoso aumento de la desigualdad: 7 de cada 10 personas en el mundo entero hoy viven en países donde la desigualdad se ha profundizado en las tres últimas décadas. Y aun así, sabemos que la desigualdad excesiva le resta vigor al crecimiento, inhibe la inclusión y socava la confianza y el capital social.

Y, nuevamente, vivimos en un mundo de innovación drástica, con todas las posibilidades que eso encierra. Pero la revolución digital no ofrece una abundancia de empleo, y podría contribuir a ahondar la desigualdad.

Si no tenemos cuidado, los fantasmas del siglo XIX rondarán el siglo XXI.

Pensemos también en la carnicería ecológica que acarrea el rápido calentamiento del planeta. Todos conocemos los hechos descarnados: los 12 años más calurosos de los que tengamos registro han ocurrido en los 17 últimos años. La incidencia de catástrofes relacionadas con fenómenos meteorológicos se ha triplicado desde la década de 1960. Para 2030, casi la mitad de la población mundial vivirá en regiones donde hay una elevada tensión hídrica o escasez.

Pero no es solo el futuro el que amenaza el crecimiento, sino también el pasado.

¿A qué me refiero? A que la economía mundial está tardando mucho en salir del pozo en que la sumió la Gran Recesión. Para este año tenemos previsto un crecimiento de apenas 3,3% y para el próximo de menos de 4%.

Y lo que es más preocupante es que estamos atascados en una penosa crisis de empleo. En el mundo entero hay 200 millones personas que están buscando trabajo: si los desempleados formaran su propio país, sería el quinto país más grande del mundo. En ciertas regiones —el sur de Europa y Norte de África—, el desempleo juvenil se ha transformado en un problema social crónico, que produce un desencanto y una desilusión generalizados.

Como dijo una vez Dostoyevsky, “privados de un trabajo que tenga significado, el hombre y la mujer pierden la razón de existir”.

Teniendo en cuenta todo esto, corremos el peligro de quedarnos estancados en una “nueva mediocridad” de escaso crecimiento e insignificante creación de empleos. Para superarla, necesitamos una “nueva movilización” de las políticas.

Del lado de la demanda, la política monetaria indudablemente debería continuar brindando respaldo a la recuperación, poniendo especial atención en los posibles efectos de contagio y de rebote. La política fiscal debe adaptarse a las circunstancias de cada país, y no debemos sacrificar lo logrado en los últimos años. Al mismo tiempo, la política fiscal debe ser tan propicia para el crecimiento y el empleo como sea posible.

Del lado de la oferta, debemos trabajar en numerosas dimensiones. Abrir esos monopolios que son de lo más convenientes en las industrias de servicios. Estimular la inversión en infraestructura. Mejorar las oportunidades educativas, la inclusión financiera y el clima empresarial, especialmente en muchos mercados emergentes y países de bajo ingreso. Usar instrumentos fiscales —como la tarifación de las emisiones de carbono— tanto para lograr un uso energético más eficiente como para alentar a la gente a aprovechar las alternativas verdes.

Estas no son reflexiones novedosas, pero en el pasado a menudo han escaseado las medidas concretas. Esta vez, el reto es real. Debemos apuntar más alto, trabajar más duro y colaborar mejor para lograr un crecimiento mayor.

También necesitamos un mercado laboral más inclusivo. Eso implica políticas laborales y programas de capacitación activos para ayudar a los jóvenes. Significa políticas que ayuden más a las familias, como guarderías que estén al alcance de sus medios y condiciones de trabajo flexibles que atraigan a un mayor número de mujeres a la fuerza laboral.

No olvidemos que según las estimaciones hay 865 millones de mujeres en el mundo que no pueden avanzar. Pero sabemos que lograr que la mujer pueda participar en las mismas condiciones que el hombre es algo que transformará radicalmente la economía.

El FMI está preparado para ayudar a los países miembros en esta tarea, ofreciendo asesoramiento adaptado a cada país sobre las reformas necesarias para lograr un crecimiento más sostenible, con abundante empleo e inclusivo. Para eso estamos aquí.

2. Estabilidad o fragilidad

Respecto de la segunda disyuntiva —estabilidad o fragilidad—, debo decir que los peligros actuales y futuros no se ciernen solo sobre el crecimiento, sino también sobre la estabilidad financiera.

Aunque la economía real podría sufrir de una insuficiencia de inversión, el sector financiero quizás esté volando demasiado cerca del sol. En otras palabras, la asunción de riesgos económicos es demasiado baja, y la asunción de riesgos financieros, demasiado alta.

Nuevamente, la política monetaria debe seguir siendo acomodaticia para que podamos tener el crecimiento que necesitamos. Pero un efecto colateral, también en este caso, es que haya un vuelco masivo a asumir riesgos insensatos.

Aunque hay varias señales de alerta, los riesgos son particularmente agudos en el sector no bancario. Para darles un ejemplo: los fondos comunes de inversión hoy manejan 27% de la deuda internacional de alta rentabilidad, el doble del volumen de 2007. Al mismo tiempo, los riesgos están más concentrados: las diez principales empresas internacionales de gestión de activos en este momento controlan la gigantesca cifra de US$19 billones. Una cifra mayor que la economía más grande del mundo, Estados Unidos.

La historia nos enseña una lección clara: cuanto más grande el auge, más grande el colapso. Un vuelco repentino en el sentimiento de los mercados podría repercutir fácilmente en el mundo entero.

Esto está relacionado con un aspecto a más largo plazo que afecta a la estabilidad financiera: la creciente interconexión en la economía mundial. No tengo que decirles que los flujos financieros pueden circular por todo el mundo a la velocidad de la luz.

El grado de integración financiera es diez veces mayor que cuando se fundó el FMI. En las dos décadas previas a la crisis, el crédito bancario internacional —como proporción del PIB mundial —aumentó 250%.

Esta interconexión brinda grandes beneficios y hace posible que más gente tenga acceso a las redes financieras internacionales. Pero también tiene un lado oscuro: incrementa la probabilidad de crisis financieras y agudiza su virulencia cuando ocurren. El año 2008 fue un brutal recordatorio de esto.

En última instancia, tenemos que aprovechar lo bueno y evitar lo malo. Necesitamos actuar, no quedarnos cruzados de brazos.

Como dijo una vez Tagore, “El mar no se cruza parándose en la orilla y mirando el agua”.

Eso significa que necesitamos las herramientas y las políticas adecuadas. Si los mercados financieros son más difíciles, las políticas deben ser más potentes, y los reguladores y supervisores deben estar mejor equipados. En resumen, debemos completar el programa de reformas del sector financiero, y debemos continuar actualizándolo porque las mentes financieras son creativas y siempre encuentran nuevas maneras de escapar a la regulación.

Hemos realizado importantes avances, especialmente en el ámbito de la regulación bancaria. Pero tenemos que seguir superando el problema de las instituciones demasiado importantes para quebrar. Necesitamos mejores reglas para las instituciones no bancarias, un mejor monitoreo de la banca paralela, y mayor seguridad y transparencia en el campo de los derivados. Debemos reforzar las salvaguardias macroprudenciales.

Y no nos engañemos: necesitamos cambiar la cultura y el comportamiento. Necesitamos salir de esa mentalidad miope que nos llevó a la crisis, la tendencia a priorizar las utilidades antes que la prudencia, el interés propio antes que el servicio, el exceso antes que la ética.

Al FMI le toca desempeñar un papel clave en este nuevo mundo de interconexiones.

Un mundo de voluminosos flujos de capital significa que necesitamos una extensa red de protección mundial. A los mecanismos regionales —como el nuevo acuerdo de reservas para contingencias del grupo BRIC— ciertamente les toca un papel importante. Pero por ser la única institución verdaderamente mundial centrada en la estabilidad financiera, el FMI debe disponer de instrumentos y recursos adecuados.

Es una lección aprendida muchas veces en los 70 últimos años: una economía mundial sólida necesita un FMI sólido.

3. Solidaridad o aislamiento

Permítanme pasar a la tercera disyuntiva que tenemos por delante: solidaridad o aislamiento. ¿Levantamos el estandarte de la cooperación o nos hundimos en el fango del provincialismo?

Todos ustedes conocen la respuesta. Saben que lo más fructífero es lo que tenemos en común; que la mejor manera de ayudarse a uno mismo es ayudar al otro; que el mejor conocimiento es el que se comparte. Por eso es que estamos todos reunidos hoy aquí.

¡Y por eso son miembros del FMI!

Pero también saben que la economía mundial está viviendo una transformación fundamental. Hace 50 años, los mercados emergentes y las economías en desarrollo generaban alrededor de una cuarta parte del PIB mundial. Ese porcentaje es hoy el doble, y sigue creciendo rápidamente. Durante la crisis mundial, los mercados emergentes fueron el grupo que más contribuyó al crecimiento mundial.

La difusión del poder no se limita a los propios Estados. Gracias a la tecnología, estamos presenciando el veloz surgimiento de una red más diversa de agentes mundiales: ONG, ciudades e incluso ciudadanos activistas. Gracias a los medios sociales, estos agentes han demostrado tener capacidad para forzar el cambio.

Esta nueva realidad exige una nueva respuesta, pero no una nueva filosofía. Exige que modernicemos, adaptemos y profundicemos nuestras modalidades de cooperación internacional. Exige que aprovechemos las maravillas de la tecnología para el mejoramiento de la humanidad. Exigen lo que he llamado un “nuevo multilateralismo”.

En las palabras de Maya Angelou: “hacer renacer el sueño”.

¿Qué significa esto en términos prácticos? Para empezar, significa volver a comprometerse con los valores del libre comercio y la inversión. Significa resistir la tentación de recurrir a políticas económicas que empobrecen al vecino. Significa priorizar el bien mundial por encima del interés propio.

Hay tres ámbitos en los cuales el progreso es vital:

  • Primero, en el sector financiero: necesitamos cooperación para llegar a un acuerdo sobre la resolución transfronteriza de los megabancos.
  • Segundo, sabemos que la competencia tributaria daña especialmente a los países de bajo ingreso, que pujan por movilizar ingresos muy necesarios. La comunidad internacional tiene que actuar para que sea más difícil desplazar la tributación de un país a otro simplemente para engordar las utilidades.
  • Tercero, en cuanto a los desequilibrios externos: sabemos que detrás de cada déficit en cuenta corriente hay un superávit en cuenta corriente. Los países que están de uno y otro lado deben hacerse responsables del equilibrio y la estabilidad.

Una renovada solidaridad exige también una actuación internacional para revertir el cambio climático. 2015 se perfila como el año decisivo. Si nos perdemos esta oportunidad, les estamos fallando a los más pobres del mundo, a las generaciones venideras y al planeta.

Entonces, no podemos fracasar. El nuevo multilateralismo debe primar. Y al FMI le toca un papel central.

Todos los días —y también muchas noches— nuestro magnífico personal técnico y Directorio Ejecutivo se ponen enteramente al servicio de ustedes. Es un grupo con un talento excepcional, dedicado a los ideales del servicio público internacional, con un celo inquebrantable por lograr un mundo mejor. Me siento inmensamente orgullosa de ellos, y de todos los que han trabajado en el FMI estos 70 años. Sé que ustedes también están orgullosos.

Y aquí quiero rendir un especial homenaje a un querido miembro de nuestra familia, Wabel Abdallah. Wabel era nuestro representante residente en Afganistán y sucumbió en un atentado terrorista en Kabul a principios de este año. Representaba lo mejor del FMI. Wabel dedicó su vida a ayudar al pueblo de Afganistán y murió en el cumplimiento del deber. Sentimos su ausencia día tras día. Como se dice en árabe, “lel fakeed al rahma”: misericordia a quienes ya no están.

En el FMI, hemos hecho juntos nuestro duelo por Wabel. Pero lo honramos todos los días a través de nuestro continuo compromiso con la cooperación internacional. Esto incluye nuestra labor en los países de mayor riesgo, donde es más importante que nunca trabajar por la solidez institucional para que los pueblos un día contemplen un futuro mejor y más estable.

Continuaremos adaptándonos a la cambiante realidad práctica. Y debemos esforzarnos por ser aún más representativos de las dinámicas naciones que forman nuestra institución.

Por eso es tan crucial llevar a término las reformas de la estructura de gobierno de 2010. Nuestros miembros saben qué es lo que se necesita hacer.

Debemos tomar la decisión que corresponde.

Conclusión: Nuestras disyuntivas

Señor Presidente, gobernadores, para concluir:

Ante esta encrucijada, elijamos la aceleración antes que el estancamiento, la estabilidad antes que la fragilidad, la solidaridad antes que el aislamiento.

Optemos por la senda que se tomó en 1944, no la que se tomó en 1914.

Comencé con un cuento para niños, así que cerraré con otro. En el libro de J.K. Rowling, Harry Potter recibe este consejo importantísimo: “Es lo que elegimos, Harry, mucho más que lo que podemos, lo que muestra cómo somos realmente”.

Es lo que elegimos.

Gracias.

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