Discurso de apertura de las Reuniones Anuales de 2009 de las Juntas de Gobernadores del Grupo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
6 de octubre de 2009
Por Dominique Strauss-KahnDirector Gerente, Fondo Monetario Internacional
Estambul, 6 de octubre de 2009
Señor Presidente, señores gobernadores, distinguidos invitados, es un placer para mí darles la bienvenida a estas reuniones en nombre del Fondo Monetario Internacional. Constituye una satisfacción especial que se celebren en esta magnífica ciudad de Estambul, una ciudad repleta de historia y de cultura, puente entre Oriente y Occidente. Es una elección adecuada para un mundo globalizado en el que la cooperación internacional allana el camino hacia la paz y la prosperidad. Me gustaría dar las gracias a mi amigo Bob Zoellick por su excelente liderazgo al frente del Banco Mundial. Y también quisiera expresar mi agradecimiento a nuestros anfitriones turcos por su hospitalidad y su organización, que ha sido magistral; y al Presidente Nguyen y a todos ustedes, nuestros gobernadores, por el constante apoyo que nos han brindado a lo largo del último año.
Esta mañana los invito a reflexionar sobre cuánto camino hemos recorrido. Cuando nos reunimos hace un año se acababa de producir el colapso de Lehman Brothers. La actividad económica comenzaba a entrar en caída libre en todo el mundo, a medida que la incertidumbre se convertía en absoluto pánico. La gente temía lo peor, despertando el fantasma de otra Gran Depresión. Pero en el momento en que me dirijo hoy a ustedes, el mundo es un lugar diferente. Del miedo se ha pasado a la esperanza. Parece que nos hemos apartado del borde del precipicio y, aunque es aún demasiado pronto para declarar la victoria, al menos hemos tomado la senda de la recuperación.
El año pasado fue un año de profundos cambios. El más significativo fue que, ante la crisis, los países se unieron para hacer frente a desafíos comunes con soluciones comunes, centrándose en el bien común general.
Y ahora nos encontramos en un momento definitorio. La historia nos ha enseñado que cuando las naciones del mundo se unen para afrontar retos comunes en un espíritu de solidaridad, podemos conseguir un círculo virtuoso de paz y prosperidad, y evitar un círculo vicioso de conflicto y estancamiento.
Debemos aprovechar esta oportunidad para configurar el mundo de después de la crisis. Pero para afrontar los desafíos que se avecinan, debemos adaptarnos y cambiar a escala de cada país, en el plano internacional y también en el FMI.
Este tema del cambio es el que quiero debatir hoy con ustedes.
Cambio en la economía mundial
Permítanme comenzar por la economía mundial. Creo que hemos tocado fondo. Las condiciones financieras han mejorado considerablemente, y parece que el motor de crecimiento ha vuelto a ponerse en marcha. Nuestras proyecciones más recientes sugieren que la actividad económica mundial crecerá alrededor de un 3% en 2010, después de contraerse un 1% en 2009. El contraste con la situación de hace un año es marcado.
Pero, de cara al futuro, el mundo tras la crisis será, y debe ser, muy diferente. Tenemos que adaptarnos a esta realidad y adoptar políticas que propicien un crecimiento sostenible generalizado.
Para empezar, la crisis no ha terminado. La recuperación será lenta, y la demanda privada todavía no es autosustentable. El fantasma del desapalancamiento seguirá entre nosotros durante algún tiempo. Y por lo que respecta a la demanda, el consumo todavía es vacilante, especialmente en países en los que se mantiene la debilidad de los balances de los hogares.
El aumento del desempleo ensombrecerá la situación. Aun cuando el crecimiento se recupere, el empleo tardará en hacerlo. De hecho, el desempleo seguirá incrementándose en muchos países hasta el año 2010.
El riesgo es especialmente elevado para los países de bajo ingreso, en los que hasta 90 millones de personas pueden haberse visto abocadas a la pobreza extrema. Con unas redes de protección social frágiles, no solo estamos hablando de un desempleo mayor o de un poder adquisitivo menor, sino de vida y muerte propiamente dichas. Si no actuamos, podríamos ser testigos de conflictos sociales, inestabilidad política o guerras.
Por tanto, la economía mundial se mantiene en una situación muy precaria. La retirada prematura de las políticas de apoyo podría ahogar la recuperación. Sin duda, las autoridades deben diseñar estrategias de salida creíbles, pero es demasiado pronto para aplicarlas.
Aunque el ánimo cambia hacia el optimismo, no deben aflojar los esfuerzos encaminados a resolver los problemas del sector financiero. Sigue siendo necesario reconocer la totalidad de las pérdidas, aumentar el capital de los bancos y sanear sus balances. A menos que esto ocurra, la recuperación permanecerá bajo amenaza.
También tenemos que mantener el empeño para que el sistema financiero sea más seguro y estable, ampliando el perímetro de la regulación, impulsando las reservas de capital y de liquidez, y prestando más atención a las instituciones sistémicamente importantes.
Si miramos más allá de la crisis, tenemos que reequilibrar el crecimiento mundial. Aunque los consumidores estadounidenses solían apuntalar la economía mundial, la tasa de ahorro de los hogares en Estados Unidos se ha incrementado de forma acusada y podría mantenerse en un nivel elevado durante algún tiempo. En este escenario, la responsabilidad de impulsar el motor de crecimiento mundial recaerá sobre otros países, especialmente sobre aquellos que basaron su crecimiento en las exportaciones. Esta transición no será sencilla.
Cambios en la estructura de gobierno mundial
El giro económico, evitando la catástrofe, no fue un accidente. Fue fruto de los profundos cambios introducidos en la estructura de gobierno mundial durante el pasado año. Hemos sido testigos de un nivel de colaboración en política económica sin precedentes, con la participación de más países que nunca. De hecho, creo que cuando nuestros hijos y nietos examinen retrospectivamente esta crisis, sobresaldrá esta cooperación. Ese será nuestro legado.
Esta colaboración estuvo presente en la política monetaria, en la que cooperaron los bancos centrales, a veces de manera informal y otras de forma más explícita, como en el caso de los recortes coordinados de las tasas de interés y las líneas de swaps. También la observamos en la política fiscal, donde los países con el espacio fiscal necesario ofrecieron un estímulo fiscal mundial del 2% del PIB, como había aconsejado el FMI (y pensamos que una tercera parte del aumento de crecimiento obtenido gracias a este estímulo tuvo su origen en esta coordinación). Más tarde, vimos indicios de una respuesta común para atajar los problemas del sector financiero.
En este mundo moderno globalizado ya no tiene sentido que la política económica mundial sea incumbencia de un reducido grupo de países. Como reflejo de esta nueva realidad, uno de los grandes cambios a lo largo de último año ha sido el ascenso del G-20, un grupo que incluye las economías emergentes dinámicas. Fueron los líderes del G-20 quienes aprovecharon la inmensa cooperación en materia de políticas en todo el mundo. Y recientemente, en Pittsburgh, subrayaron que el interés colectivo mundial debe inspirar siempre las decisiones de política nacionales.
Debemos aprovechar este impulso. El G-20 es más representativo que el G-7, pero todavía quedan fuera muchos países, especialmente africanos. El FMI cuenta con 186 miembros, entre los que se incluyen países de bajo ingreso, en los que habitan miles de millones de personas que aún viven en la pobreza y que permanecen en la marginación económica. También hay que oír sus voces. También ellos merecen tener intereses en la economía mundial. Necesitamos cooperación entre todos los países del mundo.
Cambio en el FMI
El singular cometido del FMI lo sitúa en una posición ideal para ayudar a canalizar la cooperación. Hemos aprovechado los éxitos del pasado y hemos aprendido de nuestros errores, esforzándonos siempre por cumplir el cometido que nos legaron nuestros fundadores: velar por la estabilidad económica mundial, lo que significa velar por la paz y la prosperidad.
Entonces, ¿de qué manera hemos cambiado durante el último año? Permítanme repasar algunos aspectos destacados.
• Ampliamos drásticamente el financiamiento de emergencia, comprometiendo más de US$160.000 millones, es decir, el doble de recursos que durante la crisis de Asia, y duplicamos los límites de acceso para todos los prestatarios.
• Inyectamos en la economía mundial una liquidez adicional en derechos especiales de giro por un equivalente de US$283.000 millones.
• Incrementamos el crédito concesionario en un máximo de US$17.000 millones hasta 2014. De ese total, US$8.000 millones —es decir, más de tres veces el nivel previo a la crisis— estarán disponibles durante el próximo bienio, y los préstamos a los países de bajo ingreso estarán exentos de intereses hasta finales de 2011.
• Creamos una Línea de Crédito Flexible, que brinda rápidamente un generoso financiamiento a los países con una trayectoria económica demostrada, sin condicionalidad extra.
• Racionalizamos la condicionalidad en general, centrándola exclusivamente en las medidas de política críticas para la estabilidad macroeconómica y el crecimiento.
• Dimos cabida al aumento de los déficits presupuestarios en los programas de crédito concesionario y no concesionario.
• Por último, nuestros programas tienen ahora disposiciones especiales para proteger a los más pobres y vulnerables.
Hemos avanzado mucho, pero no hemos llegado al final del camino. Al término de la reunión del domingo, el CMFI nos solicitó que abordáramos cuatro áreas clave de reforma: el mandato, la función de financiamiento, la supervisión multilateral y la estructura de gobierno. Permítanme referirme brevemente a cada una. Denominemos a este proceso la decisión de Estambul.
Primero, debemos revisar el mandato del FMI, de modo que abarque todo el abanico de políticas macroeconómicas y del sector financiero que influyen en la estabilidad mundial. La crisis tuvo muy poco que ver con cuentas corrientes y fluctuaciones cambiarias, el centro de atención tradicional del FMI. En esta era de capitales voluminosos que circulan a gran velocidad y pueden alcanzar el último rincón del planeta, necesitamos un mandato más amplio.
Segundo, debemos potenciar el éxito de la Línea de Crédito Flexible y ofrecer un mecanismo de seguro a más países. La falta de ese mecanismo llevó a numerosos mercados emergentes a autoasegurarse, acumulando reservas de divisas en exceso. Eso contribuye a la inestabilidad, ya que promueve desequilibrios mundiales. Además, entorpece el reequilibrio del crecimiento, que debe dejar de basarse en la exportación para pasar a basarse en la demanda interna. El CMFI nos solicitó que evaluáramos si perfeccionando nuestros instrumentos de financiamiento podríamos ayudar a subsanar ese problema. Nuestros fundadores contemplaban esta función de prestamista de última instancia internacional para el FMI, pero actualmente nuestros recursos son limitados en relación con la demanda precautoria de reservas.
Tercero, el CMFI avaló la propuesta del G-20 de que el FMI ayude a su evaluación mutua de políticas. Eso representa un nuevo tipo de supervisión multilateral para nosotros, y encaja bien con nuestro programa de supervisión, que hace énfasis en las vinculaciones macrofinancieras y los desbordamientos transfronterizos. Nuestra nueva prueba de alerta anticipada, en colaboración con el Consejo de Estabilidad Financiera, nos permitirá comprender mejor los riesgos de cola y las vulnerabilidades, sin perder de vista el ángulo transfronterizo.
Cuarto, el CMFI avaló también el importante paso en el ámbito de la gestión de gobierno que dejó acordado el G-20, a saber, una modificación de las cuotas relativas de 5% como mínimo a favor de los países de mercados emergentes y en desarrollo dinámicos, de los sobrerrepresentados a los subrepresentados. Espero que podamos dar este paso para enero de 2011. Ese cambio realzará la legitimidad del FMI y contribuirá significativamente a su eficacia. Pero, mientras hablamos del futuro, se encuentra rezagada la implementación de reformas pasadas: apenas 36 de los 111 países necesarios han aprobado ya la legislación vinculada a la reforma de 2008 sobre las cuotas y la representación. Los insto a avanzar tan rápido como puedan hacia esa meta.
Conclusión
En resumidas cuentas, este último ha sido un año de inmensos cambios en la economía internacional, en la gobernabilidad mundial, en el FMI. Esos cambios son producto del espíritu de cooperación entre los países. Creo que las lecciones de la historia son claras: volver la mirada hacia dentro empeoró la Gran Depresión, colaborar nos ha salvado esta vez de una crisis peor.
No podemos perder ese ímpetu. Ustedes, que representan a nuestros 186 países miembros, saben que tendrán que cambiar y adaptarse a un mundo nuevo de después de la crisis. Nosotros, en el FMI, sabemos que debemos hacer lo mismo. Recuerden que esta institución es de ustedes. Estamos aquí para responder a sus necesidades, y queremos hacerlo lo mejor que podamos.
Señores gobernadores, es para mí un honor dirigir esta institución, que tanto ha logrado en el curso del último año. Siento una profunda gratitud hacia el personal y el Directorio Ejecutivo por su profesionalismo, su constante dedicación y su empeño incansable.
En su expresión más íntima, esta empresa a la que nos hemos lanzado juntos tiene que ver con la paz y la estabilidad, con el bienestar y la seguridad de los casi siete mil millones de personas que habitan en este planeta. Como observó John Maynard Keynes al fundarse el FMI, la esperanza era que “la hermandad entre los hombres deje de ser simplemente una expresión”. Tenemos una oportunidad histórica para transformar el mundo de después de la crisis y para lograr que esa expresión se haga realidad.
Gracias.
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