Resulta apropiado que los ministros de Hacienda y las autoridades de los bancos centrales del G20 se reúnan esta semana en el Pabellón de la Bienal de São Paulo, diseñado por el famoso arquitecto Oscar Niemeyer. Con sus líneas onduladas y su imponente fachada, es un monumento al arrojo del Brasil moderno.
Espero que el G20 se inspire en esta obra para también actuar con arrojo. Gracias a la reciente mejora de las perspectivas mundiales a corto plazo, las autoridades de los países del G20 tienen la oportunidad de dar un nuevo impulso a las políticas, con miras a labrar un futuro más equitativo, próspero, sostenible y cooperativo.
Tras varios años de shocks, prevemos que el crecimiento mundial se sitúe en 3,1% este año, con la inflación a la baja y mercados laborales estables. Esta resiliencia sienta una base para dirigir la atención hacia las tendencias a mediano plazo que están definiendo la economía mundial. Como deja en claro nuestro nuevo informe [link] al G20, algunas de estas tendencias —como la inteligencia artificial— encierran la promesa de elevar la productividad y mejorar las perspectivas de crecimiento. Esta es una necesidad acuciante; nuestras proyecciones para el crecimiento a mediano plazo han descendido al nivel más bajo observado en décadas.
Un crecimiento mundial escaso afecta a todos, pero sus implicaciones son especialmente problemáticas para las economías de mercados emergentes y en desarrollo. Estos países han sabido capear muy bien los sucesivos shocks mundiales, apoyándose en marcos institucionales y de políticas más firmes. Pero el deterioro de las perspectivas de crecimiento ha hecho que la convergencia con las economías avanzadas sea cada vez más lejana.
Otros factores contribuyen a este complejo panorama mundial. La fragmentación económica está profundizándose a medida que los países reordenan los flujos comerciales y de capital. Los riesgos climáticos están aumentando y ya están incidiendo en el desempeño económico, desde la productividad agrícola hasta la fiabilidad del transporte y la disponibilidad y el costo de los seguros. Estos riesgos pueden imponer lastres a las regiones con mayor potencial demográfico, como África subsahariana.
En este sentido, la agenda de Brasil para el G20 destaca aspectos fundamentales como inclusión, sostenibilidad y gobernanza mundial, con el debido hincapié en la erradicación de la pobreza y el hambre. Esta agenda de amplio alcance, que cuenta con el apoyo del FMI, puede servir de guía para las autoridades en este momento crítico de la recuperación mundial.
Derrotar definitivamente la inflación
Las autoridades de los bancos centrales están debidamente enfocadas en concluir la tarea de volver a situar la inflación en el nivel fijado como meta. Esto es especialmente importante para las familias pobres y los países de ingreso bajo que se han visto golpeados de forma desproporcionada por la carestía de los precios. Pero el loable progreso en la reducción de la inflación significa que este año los bancos centrales tendrán que analizar la decisión de cuándo y cuánto moderar las tasas de interés.
Como la inflación subyacente permanece elevada en muchos países, y como aún hay riesgos de que la inflación supere las proyecciones, las autoridades tienen que vigilar con atención la evolución de la inflación subyacente y evitar una moderación prematura o demasiado rápida de las tasas.
Pero en los casos en que la inflación esté avanzando claramente hacia el nivel fijado como meta, los países deben cerciorarse de que las tasas de interés no permanezcan demasiado altas por demasiado tiempo. La respuesta inmediata y firme de Brasil ante la escalada de la inflación durante la pandemia es un buen ejemplo de las ventajas de actuar con agilidad a la hora de formular políticas. El Banco Central de Brasil fue uno de los primeros bancos centrales en elevar su tasa de política monetaria, y luego relajar la política conforme la inflación retornaba a su meta.
Abordar la deuda y los déficits
Con la inflación a la baja y las economías mejor preparadas para absorber una orientación fiscal más restrictiva, ha llegado el momento de centrar una vez más la atención en reponer las reservas para afrontar futuros shocks, frenar el aumento de la deuda pública y crear espacio para nuevas prioridades de gasto. Esperar podría forzar un ajuste más penoso más adelante. Pero para que los beneficios sean duraderos, el endurecimiento debe proceder a un ritmo cuidadosamente calibrado.
Encontrar el punto justo de equilibrio es complicado, dado que el nivel más alto de las tasas de interés y los costos de servicio de la deuda están generando presión sobre los presupuestos, y dejando menos margen para que los países proporcionen servicios esenciales e inviertan en la gente y en infraestructura. Toda iniciativa para reducir la deuda y los déficits ha de fundamentarse en planes fiscales a mediano plazo creíbles. Asimismo, debe incluir medidas para reducir a un mínimo el impacto en los hogares pobres y vulnerables, pero sin dejar de proteger las inversiones prioritarias.
También es vital que los países continúen dando pasos en firme para captar ingresos y eliminar ineficiencias. Con su histórica reforma del IVA, Brasil ha demostrado liderazgo en este sentido. Pero muchos países están rezagados, y tienen margen para ampliar su base imponible, cerrar lagunas y mejorar la administración tributaria. Es por esta razón que el G20 nos ha pedido poner en marcha una iniciativa conjunta con el Banco Mundial para ayudar a los países a promover la movilización de recursos internos.
Además, los países deben procurar adoptar sistemas tributarios más inclusivos y transparentes, garantizando que en la arquitectura fiscal internacional se incorporen los intereses de los países en desarrollo.
Nuestra labor continúa en el marco de la Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana, con el fin de proponer procedimientos para acelerar las reestructuraciones de deuda y hacerlas más predecibles. Aunque se han logrado avances en el Marco Común del G20, con acuerdos más ágiles sobre el tratamiento de la deuda por parte de acreedores oficiales, quizá sea necesario avanzar con más celeridad en la mejora de la arquitectura para la reestructuración de la deuda mundial.
Un pastel económico cada vez más grande
Además de adoptar medidas monetarias y fiscales que sienten bases sólidas, las autoridades tienen que abordar con urgencia los factores que impulsan el crecimiento a mediano plazo.
En muchos países, aún es posible subsanar algunos de los aspectos que más restringen la actividad económica. En el caso de las economías de mercados emergentes, las reformas en ámbitos como la gobernanza, la regulación de las empresas y las políticas del sector externo podrían propiciar aumentos de la productividad. Pero eso es solo una parte del proceso: las economías también tienen que prepararse para sacar provecho de las fuerzas estructurales que definirán las próximas décadas.
Consideremos la nueva economía climática. En ciertos países y ciertas regiones, generará empleo, innovación e inversión. Para los que dependen mucho de los combustibles fósiles, la situación podría ser más complicada. La cuestión es cómo aprovechar al máximo las oportunidades y reducir a un mínimo los riesgos.
Las políticas para hacer que los contaminadores paguen —como la tarificación del carbono— pueden propiciar la transición hacia la inversión y el consumo con bajas emisiones de carbono. Los estudios del FMI indican que los países que adoptan medidas climáticas tienden a promover la innovación verde y a atraer capitales para inversiones y tecnología de bajas emisiones de carbono. Además, aplicar impuestos a las formas de transporte más contaminantes podría generar ingresos que pueden destinarse a luchar contra el cambio climático y el hambre y a apoyar a los miembros más vulnerables de la población.
Sin embargo, para muchos países vulnerables un crecimiento más vigoroso no bastará para que su potencial se haga realidad; necesitarán apoyo financiero y técnico.
Esto destaca la importancia de una arquitectura internacional capaz de adaptarse a la cambiante dinámica de la economía mundial.
Un sistema internacional más sólido
Como han dejado en evidencia los recientes conflictos militares, estamos viviendo en un mundo cada vez más polarizado. Las tensiones están fragmentando la economía mundial en función de grietas geopolíticas: en 2023, se impusieron alrededor de 3.000 medidas de restricción del comercio, casi el triple que en 2019. A ningún país le conviene esta división de la economía mundial en bloques. Es fundamental restablecer la fe en la cooperación internacional.
En las ocho décadas desde su fundación, el FMI ha ido evolucionando continuamente para atender las necesidades de los países miembros. Desde la pandemia, hemos desembolsado USD 354.000 millones en financiamiento para 97 países, entre ellos 57 de ingreso bajo. Como probablemente deberán hacer frente a crisis más extendidas y complejas, los países tienen que trabajar juntos para reforzar la red mundial de seguridad financiera, cuyo eje es el FMI.
El año pasado, nuestros accionistas nos dieron un firme voto de confianza. Entre otras medidas, redoblaron esfuerzos para cumplir las metas de movilización de fondos para el Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza, a través del cual se otorgan préstamos sin intereses a países de ingreso bajo. También acordaron incrementar nuestros recursos permanentes procedentes de cuotas en 50%. Los países del G20 pueden marcar el rumbo ratificando sin demora el aumento de las cuotas, lo que nos permitirá mantener nuestra capacidad de préstamo y depender menos de los recursos obtenidos en préstamo.
Pero podemos —y debemos— hacer más. Los países miembros también reconocieron la importancia de realinear las cuotas relativas para reflejar mejor la posición relativa de cada país en la economía mundial, protegiendo las voces de los países miembros más pobres. Con esto en mente, estamos formulando posibles enfoques para la realineación, incluida una nueva fórmula de cálculo de las cuotas. Esto se suma al tercer grupo de países en representación de África subsahariana en el Directorio Ejecutivo que se elegirá en las Reuniones Anuales de este año, un paso importante que complementa la flamante condición de la Unión Africana como miembro permanente del G20.
En los años venideros, la cooperación mundial será esencial para abordar la fragmentación geoeconómica y revitalizar el comercio, aprovechar al máximo el potencial de la inteligencia artificial sin incrementar la desigualdad, evitar atascamientos por deuda y responder al cambio climático.
Como dijera Oscar Niemeyer, “la arquitectura es invención”.
La fundación de la arquitectura económica y financiera mundial fue una valerosa proeza de invención colectiva que mejoró la vida de millones de personas. El reto ahora consiste en apuntalarla, en hacerla más equitativa, equilibrada y sostenible, para que millones de personas puedan beneficiarse. Para alcanzar esta meta, debemos encauzar ese espíritu innovador una vez más.