En un momento de gran incertidumbre en torno a la economía mundial, el sólido desempeño de India es un signo alentador. Así pues, es justo y oportuno que los ministros de finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del G20 se reúnan en Bengaluru esta semana.
Este año también será difícil. Aunque podría representar un punto de inflexión, en el que la inflación disminuya y el crecimiento toque mínimos. En efecto, si bien nuestras últimas proyecciones muestran que el crecimiento mundial se desacelerará hasta el 2,9% este año, anticipamos un repunte moderado, hasta el 3,1%, en 2024.
Si miramos más allá de las cifras globales, vemos que las economías de mercados emergentes y en desarrollo son las que están detrás de gran parte del impulso. Prevemos que estas economías representen aproximadamente cuatro quintas partes del crecimiento mundial este año, mientras que la contribución de India por sí sola será de más del 15%.
Pero, más allá de su papel como motor de crecimiento mundial, India se encuentra en una situación privilegiada para acercar a los países.
En un mundo que se enfrenta a múltiples retos y crecientes tensiones geopolíticas, este liderazgo es fundamental, y se plasma a la perfección en el tema de la presidencia de India en el G20: Un planeta, una familia, un futuro.
Permítanme compartir mi idea de lo que representa este “uno” para las autoridades y para todos nosotros como comunidad internacional.
En primer lugar, “una familia” significa solidaridad y protección de las personas vulnerables.
La realidad es que el crecimiento todavía es deficiente y las presiones de precios son todavía muy altas. Además, después de tres años de shocks, son demasiadas las economías y las personas que siguen muy afectadas.
En todo el mundo, son muchos los hogares que tienen dificultades para llegar a fin de mes debido al alto costo de vida. Son millones quienes no pueden permitirse combustible para calefacción o para cocinar. Los sucesivos shocks han incrementado la pobreza y puesto en peligro décadas de progreso. Y, a pesar de cierta relajación del precio de los alimentos, un máximo histórico de 349 millones de personas en 79 países afrontan una grave inseguridad alimentaria.
Apoyar a las personas vulnerables es fundamental en todos los países.
Las medidas fiscales deben ser temporales y centrarse completamente en proteger a quienes más lo necesitan, lo que siempre es una buena práctica, pero incluso más importante cuando los países se enfrentan a recursos cada vez más limitados y a niveles de deuda más altos. En la mayoría de los países, las medidas focalizadas deben acompañarse de un ajuste fiscal gradual para recomponer las reservas y garantizar la sostenibilidad de la deuda.
Por otra parte, sigue siendo imperativo que la inflación vuelva a su meta. Para ello, las autoridades tienen que mantener el rumbo de la contracción monetaria. Alinear las políticas fiscal y monetaria servirá de ayuda. La comunicación clara de estos dos objetivos de política es fundamental para evitar una revalorización repentina en los mercados financieros.
Si bien el ciclo de austeridad mundial es necesario para garantizar la estabilidad de precios, las autoridades deben ser conscientes de las repercusiones adversas para las economías emergentes y en desarrollo, entre otras cosas, debido al aumento de la fortaleza del dólar estadounidense y a las salidas de capital. Aunque las condiciones financieras han mejorado desde la última vez que se reunieron los países del G20, lo que ha supuesto cierto alivio, hemos visto que el aumento de los costos de endeudamiento agrava la vulnerabilidad de las economías con una pesada carga de la deuda externa.
Alrededor de un 15% de los países de bajo ingreso se encuentran en situación crítica por sobreendeudamiento y otro 45% corre un gran riesgo de caer en ella. Además, entre las economías emergentes, el porcentaje de los que enfrentan un gran riesgo y registran diferenciales de endeudamiento que apuntan a un incumplimiento crediticio ronda en el 25%.
Aquí, solidaridad se refiere a mejores mecanismos de reestructuración de la deuda. En el contexto del Marco Común del G20 para el tratamiento de la deuda, Chad llegó a un acuerdo con sus acreedores a finales del pasado año, y Zambia y Ghana están avanzando hacia la resolución de su deuda. Sin embargo, deben aclararse las normas básicas y mejorar la eficiencia y eficacia de los procesos.
Para acelerar los esfuerzos en materia de reestructuración de la deuda, el FMI, el Banco Mundial y la presidencia de India en el G20 están organizando una nueva mesa redonda global sobre deuda soberana. Esta semana, en Bengaluru, nos reuniremos por primera vez en persona, y prepararemos el camino para que acreedores, tanto públicos como privados, y países deudores trabajen juntos y analicen las deficiencias existentes, así como la mejor forma de solucionarlas.
En este mundo más propenso a los shocks, algunas economías emergentes y en desarrollo también necesitarán apoyo financiero adicional. Por lo tanto, una red mundial de seguridad financiera con recursos adecuados, en cuyo centro esté el FMI, es más importante que nunca.
Pensemos en cómo, desde el inicio de la pandemia, el FMI ha redoblado sus esfuerzos para ayudar a nuestra familia de naciones: con más de USD 272.000 millones para 94 países, de los cuales, unos USD 34.000 millones se desembolsaron rápidamente en forma de financiamiento de emergencia; con una histórica asignación de derechos especiales de giro (DEG) de USD 650.000 millones para aumentar las reservas de nuestros países miembros; y con una nueva Ventanilla para Shocks Alimentarios que facilita el acceso rápido a recursos para los países más afectados por la crisis de seguridad alimentaria.
En este momento, es necesaria más solidaridad que nos mantenga unidos con los países miembros vulnerables y de ingreso bajo de nuestra familia, para que sigan teniendo acceso a financiamiento concesionario del FMI en momentos de dificultad y se protejan frente a crisis en el futuro. Otros con la fortaleza y la capacidad para hacerlo deben dar un paso al frente y contribuir a solventar las deficiencias de recursos —en especial, de los recursos para subvenciones del Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza— y realizar contribuciones adicionales al nuevo Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad. Esto también implica determinación para avanzar en la Decimosexta Revisión General de Cuotas, de forma que podamos concluirla a finales de este año.
En segundo lugar, “un planeta” quiere decir proteger nuestro planeta, nuestra casa.
Somos testigos de los cada vez más graves y generalizados efectos del cambio climático, una amenaza existencial para la humanidad que solo podemos combatir como colectivo. Debemos unirnos como una gran familia en defensa de nuestro único planeta.
Nuestro objetivo colectivo de cumplir el Acuerdo de París y mejorar la resiliencia exigirá políticas que contribuyan a reencauzar billones de dólares hacia proyectos verdes. Pensemos en la regulación más inteligente, las señales emitidas por los precios y los subsidios bien focalizados que incentivan las inversiones de bajas emisiones de carbono o las innovaciones financieras que movilizan más capital privado.
En estos ámbitos, el asesoramiento y el apoyo financiero del FMI trabajan a la par para mitigar los grandes riesgos relacionados con el clima para la estabilidad económica y financiera. La primera ola de países que accedieron en la fase piloto al Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad demuestra que estamos ayudando a los países vulnerables a diseñar las políticas adecuadas y a crear un entorno propicio para las inversiones respetuosas con el clima. De forma paralela, estamos coordinando con otros actores —entre ellos, bancos multilaterales de desarrollo y el sector privado— que tienen una incidencia importante en la reducción de los riesgos de las inversiones.
Es cierto que existen signos de progreso, con el reajuste por parte de las principales economías de sus marcos fiscales para acelerar la transición verde. Pero las políticas deben seguir centradas en esa transición, en lugar de ofrecer una ventaja competitiva a las empresas nacionales. Los “subsidios verdes” para tecnologías incipientes pueden resultar útiles; fijémonos en cómo lograron disminuir el precio mundial de la energía solar. No obstante, deben diseñarse cuidadosamente para evitar gastos improductivos o tensiones comerciales, así como para asegurar que la tecnología se comparta con el mundo en desarrollo.
En otras palabras, no debemos caer en el proteccionismo. Esto solo dificultaría el acceso a nuevas tecnologías y el apoyo a la transición verde de los países pobres.
La salud de nuestro planeta es esencial para nuestro futuro. Pero no es el único ingrediente.
“Un futuro” se refiere a asegurar que todo el mundo puede prosperar.
En una era de transformación tecnológica, la manera en que las autoridades gestionan el potencial del progreso digital puede ser crucial para que el futuro sea justo e inclusivo. Pensemos en las mejoras del ingreso y del cumplimiento para las administraciones tributarias digitales; la mejora de la transparencia mediante la adjudicación de contratos en línea que contribuye a luchar contra la corrupción; y la rendición de cuentas de los sistemas digitales de gestión de finanzas públicas, que puede fortalecer el contrato social.
El sistema Interfaz Unificada de Pagos de India es un ejemplo excelente de cómo impulsar la inclusión financiera mediante la tecnología. Tan solo el pasado mes, este nivel de la infraestructura pública digital de India procesó más de 8.000 millones de transacciones. Además, ese sistema permite que participen 400 millones de personas de zonas rurales que tienen celulares tradicionales con teclas.
Esto apenas es el comienzo. En la actualidad, la mayoría de los países miembros del FMI están evaluando activamente la posibilidad de introducir monedas digitales de bancos centrales(MDBC) que podrían generar importantes beneficios, como pagos más resilientes en países propensos a las catástrofes y mayor inclusión financiera. India ha realizado un análisis detallado de las MDBC, que podría orientar estudios similares en otros lugares y acelerar el progreso digital en todo el mundo.
Sin embargo, todas las nuevas tecnologías financieras suponen riesgos.
La reciente caída de algunas importantes bolsas de criptoactivos ha intensificado la preocupación en torno a la integridad del mercado y la protección del usuario. Es por ello que necesitamos políticas adecuadas, por ejemplo, para fortalecer la regulación financiera y elaborar normas internacionales que puedan aplicarse uniformemente a escala mundial. El trabajo sobre criptoactivos del FMI se centra especialmente en las políticas macrofinancieras.
La idea de maximizar las ventajas y de evitar al mismo tiempo los pasos en falso se encuentra en el centro del trabajo de fortalecimiento de las capacidades del FMI. Nuestro objetivo es ser una línea de transmisión de mejores prácticas en todos nuestros países miembros.
Este espíritu de “unidad” debe guiarnos a medida que avanzamos.
Para lograr los objetivos de “Un planeta, una familia, un futuro”, debemos encontrar puntos en común, aun cuando las tensiones geopolíticas estén aumentando. Y debemos mantenernos alejados de las políticas de suma cero que solo dejarán un mundo más pobre y menos seguro.
Como dijo una vez Rabindranath Tagore, ganador indio del Premio Nobel, “El mar no se cruza parándose en la orilla y mirando el agua”.
Para las autoridades del G20, esto significa tener la valentía de adoptar las medidas adecuadas, que lleven el barco en que todos nos encontramos hasta buen puerto.