Transcurrido un año de la pandemia de COVID-19, la comunidad mundial aún se enfrenta a tensiones socioeconómicas extremas mientras crecen las pérdidas humanas y millones siguen desempleados. Aun así, incluso a pesar de la gran incertidumbre en torno al curso de la pandemia, la salida de esta crisis sanitaria y económica se ve cada vez más cerca. Gracias al ingenio de la comunidad científica se están administrando vacunas a millones de personas, lo cual se prevé que estimulará la recuperación en muchos países más adelante en el año. Las economías también siguen adaptándose a nuevas modalidades de trabajo a pesar de la movilidad restringida, y ello ha permitido en todas las regiones una reactivación más vigorosa de lo previsto. El respaldo fiscal adicional proporcionado en las grandes economías, en especial Estados Unidos, contribuyó a mejorar aún más las perspectivas.
En este momento, prevemos una recuperación más fuerte de la economía mundial en comparación con nuestro pronóstico de enero: el crecimiento está proyectado en 6% en 2021 (un aumento de 0,5 punto porcentual) y 4,4% en 2022 (un aumento de 0,2 punto porcentual), que sigue a una contracción histórica estimada en –3,3% en 2020. Sin embargo, la recuperación será despareja y requerirá esfuerzos multilaterales para salvaguardar los avances logrados antes de la pandemia en la reducción de la desigualdad y el alivio de la pobreza.
Los pronósticos indican un mayor crecimiento mundial en 2021 y 2022 principalmente debido a revisiones al alza para las economías avanzadas, especialmente una revisión significativa en el caso de Estados Unidos (1,3 puntos porcentuales), donde se prevé que el crecimiento sea de 6,4% este año. Esto significa que Estados Unidos sería la única de las grandes economías donde se proyecta que el PIB supere el nivel pronosticado para 2022 de no haber ocurrido la pandemia. Otras economías avanzadas, incluida la zona del euro, también registrarán un repunte este año pero a ritmo más lento. Dentro del grupo de economías de mercados emergentes y en desarrollo, se proyecta que China crecerá 8,4% este año. Aunque la economía de China ya había retomado en 2020 el nivel de PIB previo a la COVID, se prevé que muchos otros países no lo harán hasta 2023.
Enormes desafíos por delante
Sin embargo, el futuro plantea enormes desafíos. La pandemia aún no ha sido derrotada y los casos de infección se están acelerando en muchos países. Se observa también una peligrosa divergencia en la recuperación entre los distintos países y dentro de cada país, dado que la situación es menos favorable en las economías donde la distribución de las vacunas es más lenta, el respaldo de política económica es más limitado y la dependencia del turismo es mayor.
Es probable que esa divergencia en las trayectorias de recuperación ahonde las disparidades en los niveles de vida de los distintos países en comparación con las expectativas previas a la pandemia. Según las proyecciones, en comparación con los pronósticos previos a la pandemia la pérdida anual de PIB per cápita en 2020–24 será, en promedio, de 5,7% en los países de bajo ingreso y 4,7% en los mercados emergentes, en tanto que para las economías avanzadas se prevén pérdidas menores, de 2,3%. Estas pérdidas han borrado los avances en la reducción de la pobreza: se prevé que 95 millones de personas más caigan en la pobreza extrema en 2020 en comparación con las proyecciones anteriores a la pandemia.
También la recuperación es dispar dentro de cada país, ya que los trabajadores jóvenes y los menos calificados siguen viéndose mucho más afectados. Como la crisis ha acelerado las fuerzas transformadoras de la digitalización y la automatización, muchos de los empleos perdidos tienen pocas probabilidades de reaparecer; eso exigirá una reasignación de los trabajadores entre sectores, lo cual a menudo castiga con dureza los ingresos.
En todo el mundo se adoptaron con celeridad políticas que evitaron que el desenlace fuera mucho peor, entre ellas un respaldo fiscal de USD 16.000 billones. Nuestras estimaciones indican que el grave colapso del año pasado podría haber sido tres veces peor sin dichas políticas de respaldo.
Debido a que se evitó una crisis financiera, se prevé que las pérdidas a mediano plazo, de alrededor de 3%, serán menores que después de la crisis financiera internacional de 2008. No obstante, a diferencia de lo que ocurrió después de la crisis de 2008, se prevé que las mayores cicatrices queden en los países de mercados emergentes y de bajo ingreso, dado el limitado margen de que disponen para la aplicación de políticas.
Las perspectivas mundiales están rodeadas de un alto grado de incertidumbre. Un avance más rápido de la vacunación podría mejorar los pronósticos, en tanto que una mayor prolongación de la pandemia con variantes del virus que no puedan prevenirse mediante las vacunas podría provocar una drástica corrección a la baja de los pronósticos. Las recuperaciones a distintas velocidades podrían plantear riesgos financieros si las tasas de interés siguen subiendo en Estados Unidos de formas imprevistas, lo cual podría provocar una corrección desordenada de los activos sobrevalorados, un abrupto endurecimiento de las condiciones financieras y un deterioro de las perspectivas de recuperación, especialmente para algunas economías de mercados emergentes y en desarrollo muy apalancadas.
Trabajar mancomunadamente para dar a la gente una oportunidad justa
Las autoridades de política económica tendrán que seguir proporcionando respaldo a las economías y al mismo tiempo hacer frente a un margen de maniobra más limitado y niveles de deuda más altos que antes de la pandemia. Para ello se requerirán medidas mejor focalizadas que dejen margen para un respaldo prolongado en caso necesario. En un contexto en que la recuperación avance a distintas velocidades, será necesario un enfoque adaptado a cada situación, con políticas bien calibradas en función de la etapa de la pandemia, el vigor de la recuperación económica y las características estructurales de cada país.
En este momento, el énfasis debe estar puesto en salir de la crisis sanitaria priorizando el gasto en atención de la salud: vacunaciones, tratamiento e infraestructura sanitaria. La política fiscal debe estar correctamente focalizada para respaldar a las empresas y los hogares afectados. La política monetaria debe seguir apoyando un crecimiento más rápido (mientras la inflación esté contenida), gestionando al mismo tiempo los riesgos para la estabilidad financiera de manera proactiva utilizando medidas macroprudenciales.
A medida que se logre derrotar a la pandemia y normalizar las condiciones del mercado laboral, se deberían replegar poco a poco las medidas de respaldo, como las de mantenimiento del empleo. En ese momento se debería poner más énfasis en la reasignación de trabajadores, entre otras formas mediante subsidios a la contratación focalizados y de programas de reconversión profesional y formación para la adquisición de nuevas aptitudes laborales. Conforme se vayan replegando algunas medidas excepcionales como la moratoria de los pagos de la deuda, podrían aumentar los casos de insolvencia de empresas, con lo cual en muchos países uno de cada diez puestos de trabajo estaría en riesgo. A fin de limitar el daño a largo plazo, los países deberían considerar la conversión del respaldo de liquidez previo (préstamos) en respaldo con características de capital para las empresas viables, y elaborar al mismo tiempo marcos de reestructuración extrajudicial para acelerar las eventuales quiebras. También habrá que dedicar recursos para ayudar a los niños a recuperar el tiempo de instrucción que perdieron durante la pandemia.
Una vez superada la crisis sanitaria, las políticas podrán centrarse más en construir economías resilientes, inclusivas y más verdes, tanto para afianzar la recuperación como para incrementar el producto potencial. Como prioridades se deberían realizar inversiones en infraestructura verde para contribuir a mitigar el cambio climático y en infraestructura digital para estimular la capacidad productiva, y reforzar la asistencia social para evitar que siga aumentando la desigualdad.
Financiar estas iniciativas será más difícil para las economías con espacio fiscal limitado. En esos casos será esencial mejorar la capacidad tributaria, aumentar la progresividad de los impuestos (sobre la renta, los bienes inmuebles y las herencias), establecer un sistema de tarificación del carbono y eliminar los gastos innecesarios. Todos los países deben anclar sus políticas en marcos a mediano plazo creíbles y observar las normas más estrictas de transparencia de la deuda que ayuden a contener los costos de endeudamiento y en su momento a reducir la deuda para constituir reservas para el futuro.
En el ámbito internacional, primordialmente los países tienen que colaborar para lograr la vacunación universal. Mientras que en algunos países se logrará una vacunación generalizada para el tercer trimestre de este año, la mayoría, y especialmente los países de bajo ingreso, deberán esperar hasta finales de 2022 para lograrlo. Para acelerar las vacunaciones se requiere aumentar la producción y distribución de vacunas, evitar los controles a las exportaciones, financiar plenamente la iniciativa COVAX, de la que dependen muchos países de bajo ingreso para obtener dosis, y asegurar transferencias mundiales equitativas del excedente de dosis.
Las autoridades también deberían continuar garantizando un acceso adecuado a la liquidez internacional. Los grandes bancos centrales deberían brindar pautas claras sobre las medidas futuras, con la antelación suficiente para evitar turbulencias como las que causó el repliegue del estímulo monetario en 2013. Los países de bajo ingreso se beneficiarían si se prolongara más la pausa en el reembolso de la deuda en el marco de la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda y la implementación del Marco Común del G-20 para una reestructuración ordenada de la deuda. Una nueva asignación de derechos especiales de giro del FMI proporcionará la liquidez que se necesita como protección en tiempos de gran incertidumbre.
Aunque todas las miradas están centradas en la pandemia, es esencial avanzar en la resolución de las tensiones comerciales y tecnológicas. Los países también deberían cooperar en la mitigación del cambio climático, la modernización de la tributación internacional de las sociedades, y las medidas para limitar el traslado transfronterizo de utilidades y la elusión y evasión de impuestos.
Durante el último año hubo innovaciones significativas en materia de política económica y una gigantesca expansión del apoyo a nivel nacional, sobre todo en las economías avanzadas que han podido permitírselo. Ahora se necesita un esfuerzo igualmente ambicioso a nivel multilateral para dejar asegurada la recuperación y construir bases más sólidas para el futuro. Sin esfuerzos adicionales para que todo el mundo tenga una oportunidad justa, la disparidad entre los niveles de vida de los países podría agudizarse significativamente, y podrían revertirse los avances en la reducción mundial de la pobreza que llevó décadas lograr.