[caption id="attachment_14615" align="alignleft" width="1024"] (foto: Ljubaphoto/iStock by Getty Images)[/caption]
Con las vacunas a la vuelta de la esquina, aumenta la esperanza de que pronto se pueda controlar mejor la pandemia. Dicho esto, nunca ha sido mayor la necesidad de esfuerzos de cooperación para trabajar por un futuro mejor. Los ámbitos prioritarios tienen que ver con la necesidad de producir y distribuir vacunas a nivel mundial, luchar contra el cambio climático y estimular la recuperación económica tras la crisis.
Un informe del FMI publicado antes de la reunión de líderes del G-20 argumenta que un impulso sincronizado a la inversión en infraestructuras podría estimular el crecimiento, limitar las secuelas a más largo plazo y abordar los objetivos relacionados con el clima. De hecho, si son muchos los países que actúan al mismo tiempo, la inversión pública en infraestructuras podría contribuir a elevar el crecimiento a nivel nacional y en el exterior a través de los vínculos comerciales. Estos «efectos secundarios» positivos podrían crear un estímulo adicional al producto mundial.
Los efectos secundarios generados por el aumento de la demanda tienen un impacto especialmente grande cuando las condiciones económicas son débiles y las tasas de interés bajas. Cuando las condiciones económicas son sólidas, el aumento del gasto público puede impulsar la inflación por encima de la meta del banco central y desencadenar un endurecimiento de la política monetaria, lo que contrarrestaría parte del estímulo inicial a la demanda. Pero cuando las condiciones son débiles y la inflación se sitúa por debajo de la meta, es menos probable que se produzca un endurecimiento de la política monetaria en respuesta al aumento del gasto público, dando como resultado una mayor respuesta en términos de producto. Así pues, en un contexto de amplia capacidad excedentaria se amplifica el impacto tanto del gasto público nacional en infraestructuras como de la demanda derivada de un aumento de la inversión pública en el exterior.
Nuestro Gráfico de la semana ilustra este punto. Si las economías con margen para gastar aumentaran el gasto de inversión en infraestructuras en ½% del PIB en 2021, lo aumentaran al 1% del PIB en 2022 y lo mantuvieran en ese nivel hasta 2025, y si las economías con menos espacio fiscal invirtieran aproximadamente una tercera parte de esos porcentajes en el mismo período, el producto mundial podría aumentar en cerca de un 2% de aquí a 2025 (línea negra discontinua). Aproximadamente una tercera parte de ese impacto procedería de efectos secundarios transfronterizos. Para ver esto, consideremos un conjunto de escenarios hipotéticos en el que cada país aumenta el gasto en infraestructuras por su cuenta, sin beneficiarse de un aumento del gasto en el exterior. El impacto mundial en ese caso sería, en promedio, de aproximadamente un 1,2% (línea negra continua).
La cuestión de fondo es que si los países del G-20 actúan de manera conjunta, pueden lograr dos tercios más con el mismo costo que si cada país actúa por su cuenta.
El gasto en tipos concretos de infraestructuras genera importantes beneficios adicionales. Por ejemplo, si este gasto prioriza las inversiones verdes, también fortalecerá la resiliencia y contribuirá a un mundo más limpio para la próxima generación. Se podrían priorizar los proyectos de transporte público eficiente, redes eléctricas inteligentes y acondicionamiento de edificios para mejorar su eficiencia energética. La inversión pública intensiva en empleo, como el mantenimiento de infraestructuras o las obras públicas, implementada con eficiencia también es fundamental.
Cuando las autoridades económicas de los distintos países colaboran y ponen en marcha un gasto inteligente y de calidad en infraestructuras, el impacto de sus acciones individuales puede amplificarse y ofrecer un nuevo respaldo a todas las economías.
Basado en las investigaciones de Jared Bebee, Oya Celasun, Lone Christiansen, Ashique Habib, Ben Hunt, Margaux MacDonald y Rafael Portillo.