[caption id="attachment_14424" align="alignleft" width="1024"] (foto: metamorworks/iStock by Getty Images)[/caption]
(English)
Para pagar por un café pasamos la tarjeta, pulsamos o señalamos con el dedo, y pronto quizá guiñaremos el ojo: un intercambio rápido y sencillo de café por dinero. Pero para pagar por importaciones o enviar remesas por lo general tenemos que rellenar formularios, esperar varios días y pagar... demasiado.
Los avances para agilizar los pagos transfronterizos hasta ahora han sido lentos, pero están por dispararse. La historia siempre es así: pequeños pasos sucesivos, hasta que de repente se produce un gran salto. La confluencia de las nuevas tecnologías con una renovada determinación entre las autoridades está dando paso a importantes mejoras. Al mismo tiempo, los hogares y las empresas ahora esperan (y exigen) mejores servicios.
Es mucho lo que está en juego. El progreso en los pagos transfronterizos incide en la estabilidad del sistema monetario internacional, en la inclusión financiera y en la eficiencia del comercio y los mercados financieros. Y las reformas pueden desencadenar la innovación y el crecimiento que tanta falta hace, sobre todo tras la crisis de la COVID‑19. Pero el gran salto solo será posible si el mundo se pone de acuerdo.
Y ya lo ha hecho, de una manera excepcional. El G-20 acaba de dar su aval a una hoja de ruta, propuesta por el Consejo de Estabilidad Financiera y diversas instituciones, entre ellas el FMI, para dar un impulso decisivo a los pagos transfronterizos. No se trata de un informe más, sino de un conjunto de reformas concretas, pasos prácticos y parámetros específicos cuyo cumplimiento las instituciones habrán de observar. Mientras tanto, el FMI acaba de publicar un informe del personal sobre las implicaciones macrofinancieras de las nuevas formas de dinero digital disponibles a escala transfronteriza. Juntos, estos documentos trazan una clara ruta a seguir, que no pierde de vista los obstáculos en el camino. Si se ejecutan, las reformas pueden facilitar transformaciones al permitir que los pagos transfronterizos sean más baratos, rápidos, transparentes y generalizados.
El siguiente paso
Hemos llegado a este punto gracias a la cooperación internacional, que ahora será aún más importante para cumplir con la hoja de ruta del G-20, e incluso quizás ir más allá. Concretamente, necesitamos cooperación en cuatro grandes aspectos para garantizar que las mejoras en los pagos transfronterizos sean eficaces, sostenibles, seguras y equitativas.
En primer lugar, a la hora de formular y poner en marcha soluciones hay que tener en cuenta a todos los países. Los países difieren considerablemente en cuanto a capacidad de implementación, infraestructura existente y grado de desarrollo del sector financiero. Además, en cada país los usuarios son diferentes. Van desde empresas grandes que operan en mercados menos líquidos hasta pequeñas y medianas empresas que procuran ahorrar costos y los 1.000 millones de personas que envían y reciben remesas (cuyo costo medio de 7% aún es el doble de la meta fijada por los Objetivos de Desarrollo del Milenio).
La hoja de ruta del G-20 es adecuadamente flexible ante esta diversidad de necesidades. Algunas soluciones consisten en mejorar los sistemas actuales, como por ejemplo mediante el diseño de identidades digitales fiables que son esenciales para la inclusión financiera. Otras son de carácter más exploratorio y consideran un mundo en el que es posible intercambiar monedas digitales a través de fronteras, más o menos como intercambiamos correos electrónicos hoy en día. Es crucial que todas estas soluciones sigan siendo implantadas, debatidas, probadas y, en algunos casos, descartadas, con una mente abierta.
En segundo lugar, la cooperación es esencial para superar el «sesgo a la inacción» de los países, y para cerciorarse de que las soluciones sean ampliamente aplicables. Un ejemplo sencillo es el de las horas de funcionamiento de los sistemas de pago de los países: las transacciones transfronterizas en tiempo real son posibles solo cuando los países amplían sus horarios de operación para que coincidan con los de otros países. Ningún país querrá actuar en solitario. Y aun en tal caso, los dos sistemas deben comunicarse entre sí. Pero la interoperabilidad no es algo dado. Requiere normas básicas de tecnología, diseño y control jurídico y regulatorio. La cooperación garantizará que estas normas satisfagan las necesidades de una comunidad amplia, que el FMI puede ayudar a congregar.
En tercer lugar, la cooperación es fundamental para desarrollar soluciones que incorporen la experiencia y la perspectiva de todos los actores pertinentes, como bancos centrales, reguladores, ministerios de Hacienda, organismos antimonopolios, entidades de protección de los datos y organizaciones internacionales. El informe del Consejo de Estabilidad Financiera ha sido ejemplar en este sentido. Por otro lado, los sectores público y privado tienen que cooperar, reconociendo las ventajas que aporta cada uno: las empresas privadas en la innovación y la interacción con los usuarios, y el sector público en la regulación, supervisión y, en definitiva, la confianza en el sistema. Deben estudiarse soluciones público-privadas en la medida de lo posible.
Por último, la cooperación implica reconocer los efectos macrofinancieros que las políticas de un país pueden tener en otros. Por ejemplo, las nuevas formas de dinero digital emitido en las principales monedas de reserva quizá mejoren los pagos tanto internos como transfronterizos. Pero también podrían inducir a los ciudadanos en el extranjero a evitar las monedas de sus países de origen, sobre todo en países con altos niveles de inflación y tipos cambio volátiles. Y el dinero digital podría propiciar salidas masivas de fondos debidas a pánicos bancarios. Mientras tanto, en los países de origen podría aumentar la volatilidad de las entradas de capital y de los balances de los bancos. Además, no está claro si las restricciones sobre las cuentas de capital, adoptadas por muchos países, pueden rediseñarse para que no sean burladas con el dinero digital. Por último, el uso del dinero digital podría acarrear importantes riesgos para la integridad financiera. Estos y otros escenarios se analizan en detalle en nuestro nuevo estudio.
Vínculos a escala mundial
Las transformaciones de los pagos transfronterizos podrían repercutir en la política monetaria, la estabilidad financiera, los flujos de capital y las reservas internacionales, con implicaciones para todo el sistema monetario internacional. Los países fundadores del FMI comprendieron este vínculo, que en cierta medida es lo que está detrás de la visión de «coadyuvar a establecer un sistema multilateral de pagos», enunciada en el Convenio Constitutivo.
Hoy en día, el FMI continúa desempeñando un papel activo en este sentido, y trabaja hombro con hombro con otras organizaciones internacionales. Nuestros países miembros, que son casi todos los países del mundo, pueden ayudar a garantizar que la revolución digital beneficie a los habitantes de todos los países. Y nuestra perspectiva mundial puede ayudar a detectar los efectos de repercusión, y crear un foro común para abordar las disyuntivas subyacentes de las políticas. Recorramos juntos este prometedor camino.