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Cuando los ministros de Hacienda y gobernadores de los bancos centrales del G-20 se reunieron en abril de este año, el mundo se encontraba en medio del Gran Confinamiento forzado por el brote de COVID-19. Esta semana se reúnen de manera virtual, en un momento en que muchos países están reabriendo gradualmente, aunque la pandemia todavía está entre nosotros. Sin duda, hemos entrado en una nueva fase de la crisis, una fase que exige nuevas medidas y más agilidad en las políticas para asegurar una recuperación duradera y compartida.
El mes pasado, el FMI anunció un deterioro de las perspectivas económicas y proyectó que el crecimiento mundial se contraería un 4,9% este año. Una noticia algo alentadora es que la actividad económica mundial, que registró un descenso sin precedentes a comienzos de este año, ha comenzado a fortalecerse de manera gradual. Se prevé que la recuperación parcial continúe en 2021. Las medidas excepcionales adoptadas por muchos países, incluidos los del G20 —con medidas fiscales de aproximadamente USD 11 billones e inyecciones masivas de liquidez por parte de los bancos centrales—, frenaron la caída de la economía mundial. No debe subestimarse este extraordinario esfuerzo .
Pero todavía no estamos fuera de peligro. Una segunda oleada mundial de la enfermedad podría perturbar nuevamente la actividad económica. Entre otros riesgos están las valoraciones sobredimensionadas de los activos, la volatilidad de los precios de las materias primas, el aumento del proteccionismo y la inestabilidad política.
Por el lado positivo, los avances médicos en vacunas y tratamientos podrían dar un impulso a la confianza y la actividad económica. Estos escenarios alternativos dejan ver claramente que persisten los niveles sumamente elevados de incertidumbre.
En muchos países la crisis dejará cicatrices económicas muy profundas. Los graves trastornos en el mercado laboral son una preocupación importante. En algunos países se han perdido más empleos en marzo y abril que los que se han creado desde el final de la crisis financiera mundial. Los cierres de los colegios también incidieron en la capacidad de la gente, en particular las mujeres, de participar en el mercado de trabajo. Afortunadamente algunos empleos se han recuperado desde entonces, pero la proporción de la población en edad laboral que está empleada es mucho menor que a comienzos de 2020. Además, es probable que el impacto en el mercado laboral tenga un alcance mucho mayor, ya que muchas de las personas que están empleadas están trabajando menos horas.
Las quiebras también son cada vez más habituales a medida que las empresas agotan sus reservas de liquidez.
Y el capital humano también está en riesgo: la educación de más de 1.000 millones de alumnos en 162 países se ha visto interrumpida.
La cuestión de fondo es que la pandemia probablemente incrementará la pobreza y la desigualdad, lo que una vez más dejaría dolorosamente al descubierto las deficiencias de los sistemas sanitarios, la precariedad del empleo y las difíciles perspectivas a las que se enfrentan los jóvenes para poder acceder a las oportunidades que tanto necesitan.
Para que la recuperación sea más inclusiva y resiliente, debemos actuar en dos esferas fundamentales: 1) políticas nacionales y 2) esfuerzos colectivos.
1. Políticas nacionales: Sostener fuentes vitales de actividad específicas
Los países se encuentran en diferentes etapas de la pandemia, por lo que sus respuestas también variarán. Como el FMI ha subrayado, los países de mercados emergentes y en desarrollo serán los más afectados por esta crisis debido a que se enfrentan a retos mayores y a disyuntivas más pronunciadas que las economías avanzadas, y necesitarán más apoyo durante un período más prolongado. Dicho esto, existen varios imperativos en materia de políticas nacionales que son de aplicación general.
Proteger a las personas y los trabajadores. En todo el mundo, los países han reforzado las fuentes vitales de actividad económica de las personas y los trabajadores. Estas redes de seguridad deben mantenerse según sea necesario y, en algunos casos, ampliarse: desde la licencia retribuida por enfermedad para familias de bajo ingreso, hasta el acceso a asistencia sanitaria y seguros de desempleo y la ampliación de las transferencias monetarias y en especie para los trabajadores del sector informal, siendo a menudo los mecanismos digitales la mejor opción para su prestación. Resulta alentador que los países con mayores niveles de desigualdad hayan dedicado porcentajes mayores de apoyo a los hogares, entre ellos los pertenecientes a grupos vulnerables.
Al mismo tiempo, muchos empleos nunca se recuperarán debido a que la crisis ha desencadenado cambios duraderos en los patrones de gasto. Se debe continuar apoyando a los trabajadores, entre otras formas mediante la reconversión laboral, para que puedan moverse desde sectores que se están contrayendo hacia otros que están en expansión.
Apoyar a las empresas. También se apoya a las personas y a los trabajadores al ampliar las fuentes vitales de actividad para incluir negocios viables. En el G-20, se ha proporcionado apoyo a más empresas mediante el alivio en el pago de impuestos y contribuciones a la seguridad social, donaciones y bonificaciones de intereses. Una proporción significativa se ha dirigido a pequeñas y medianas empresas (PYME), algo especialmente importante dado que las PYME son un motor fundamental de empleo. Sin este apoyo, el análisis del personal técnico sugiere que las quiebras de PYME se podrían triplicar, desde un promedio del 4% antes de la pandemia hasta un 12% en 2020, amenazando con aumentar el desempleo y perjudicar los balances de los bancos.
Un aumento de las quiebras obligaría a los gobiernos a adoptar difíciles decisiones sobre si apoyar a las empresas y cómo hacerlo. Un análisis sólido de las perspectivas de liquidez y solvencia de las empresas puede orientar estas decisiones. La provisión de liquidez podría ser suficiente, por ejemplo, en sectores en que las pérdidas de ingresos son temporales, mientras que podrían ser necesarias aportaciones de capital a algunas empresas insolventes que son esenciales para luchar contra la pandemia o de las que dependen muchas vidas y medios de subsistencia.
Los costos fiscales de este apoyo son sustanciales y el aumento de los niveles de deuda es una preocupación seria. Sin embargo, en esta etapa de la crisis, los costos de un repliegue prematuro son mayores que la continuación del apoyo donde es necesario. Por supuesto, las medidas deben estar focalizadas y los presupuestos deben evaluarse con vistas a la eficacia en función de los costos y la sostenibilidad de la deuda a mediano plazo.
Mantener la estabilidad financiera. Las pérdidas de empleo, las quiebras y la reestructuración de sectores podrían presentar importantes retos para el sector financiero, como por ejemplo pérdidas crediticias para las instituciones financieras y los inversionistas. La regulación y la supervisión deben apoyar el uso flexible de las reservas de capital y liquidez existentes, en consonancia con las normas internacionales, lo que a su vez facilitaría la continuidad del suministro de crédito a empresas viables. La política monetaria debe seguir siendo laxa en los casos en que las brechas del producto sean importantes y la inflación esté por debajo del nivel fijado como meta, como es el caso de muchos países durante esta crisis.
Una prioridad nacional importante para las autoridades económicas es velar por el funcionamiento eficaz de los mercados monetarios, los mercados de divisas y los mercados de valores. La coordinación entre bancos centrales y el apoyo adecuado por parte de las instituciones financieras internacionales seguirán siendo esenciales en este sentido.
En efecto, la cooperación internacional es vital para minimizar la duración de la crisis y asegurar una recuperación resiliente. Los ámbitos en los que la acción colectiva es fundamental incluyen:
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Garantizar suministros sanitarios adecuados: a través de la cooperación en la producción, compra y distribución equitativa de vacunas y terapias eficaces, llevada a cabo inclusive en forma transfronteriza.
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Evitar nuevas fracturas en el sistema de comercio mundial: los países deben hacer todo lo posible por mantener abiertas las cadenas de suministro mundiales, acelerar la iniciativa de reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y buscar un acuerdo integral sobre tributación digital.
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Velar por que los países en desarrollo puedan financiar sus necesidades críticas de gasto y responder a los retos de sostenibilidad de la deuda: continuar los avances en la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del G-20 es especialmente importante.
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Fortalecer la red de seguridad financiera mundial: entre otras cosas, considerando nuevas ampliaciones de las líneas de crédito recíproco y el uso mejorado de los derechos especiales de giro (DEG) del FMI.
El FMI, por su parte, ha respondido a esta crisis de forma sin precedentes, entre otras cosas, con financiamiento de emergencia a 72 países en tres meses. Con el apoyo de nuestros 189 países miembros, aspiramos a hacer aún más en esta próxima fase crítica.
Podemos inspirarnos en el gran poeta libanés, Khalil Gibran, quien dijo una vez: «Para entender el corazón y la mente de una persona, no te fijes en lo que ha logrado sino en lo que aspira a hacer» .
Estoy convencida de que, pese al dolor y el sufrimiento que esta pandemia ha causado, podemos aspirar a transformar nuestro mundo. Tenemos una oportunidad única de hacer que el futuro sea mejor: un mundo que sea más justo y equitativo; más verde y sostenible; más inteligente y, sobre todo, más resiliente.
Para aprovechar esta oportunidad y lograr una mayor resiliencia es necesario tomar las siguientes medidas: 1) invertir en la gente, en educación, salud y protección social, y en evitar el fuerte aumento de la desigualdad que esta crisis podría desencadenar; 2) promover un crecimiento de baja intensidad de carbono y que fomente la resiliencia climática, por ejemplo mediante una asignación racional del gasto público; y 3) aprovechar la transformación digital, ya sea ampliando el uso de plataformas de gobierno electrónico para mejorar la eficiencia y la transparencia y a la vez reducir la burocracia, o recurriendo al aprendizaje a distancia o el teletrabajo.
Las autoridades económicas del G-20, y todos nosotros trabajando juntos, debemos aprovechar la oportunidad de hacer que este futuro se convierta en realidad.