La pandemia de COVID-19 ha empujado al mundo hacia una recesión, que en 2020 será peor que la crisis financiera mundial. El daño económico va acumulándose en todos los países, en paralelo con el incremento de nuevas infecciones y de las medidas de contención adoptadas por los gobiernos.
China fue el primer país que sintió de lleno el impacto de la enfermedad, con más de 60.000 casos activos confirmados a mediados de febrero. Países europeos como Italia, España y Francia están ahora atravesando las fases agudas de la epidemia, y les sigue Estados Unidos, donde el número de casos activos está en rápido aumento. En muchas economías emergentes y en desarrollo, la epidemia apenas parece estar comenzando.
En Italia, el primer país europeo que se vio gravemente afectado, el gobierno impuso una orden de confinamiento el 9 de marzo para contener la propagación del virus. Como resultado, la presencia de personas en lugares públicos y el consumo de electricidad han disminuido drásticamente, sobre todo en las regiones septentrionales, donde la incidencia de la enfermedad ha sido considerablemente más alta.
Las consecuencias económicas de la pandemia ya están golpeando a Estados Unidos con una velocidad y gravedad sin precedentes. En las últimas dos semanas de marzo, casi 10 millones de personas solicitaron prestaciones por desempleo. Nunca antes se había registrado un aumento tan marcado y descomunal, ni siquiera en el peor momento de la crisis financiera mundial en 2009.
Las perturbaciones causadas por el virus están empezando a repercutir en los mercados emergentes. Tras haber mostrado escaso movimiento a comienzos del año, los índices más recientes derivados de las encuestas de gerentes de compras (PMI, por sus siglas en inglés) apuntan a bruscas desaceleraciones del producto manufacturero en muchos países, debidas a caídas de la demanda externa y a crecientes expectativas de contracción de la demanda interna. Un dato positivo es que el PMI de China ha repuntado moderadamente tras los notables descensos observados a comienzos del año, a pesar de la débil demanda externa.
La moderada reactivación económica en China también se ve reflejada en los datos satelitales diarios sobre concentraciones de dióxido de nitrógeno en la atmósfera local, un indicador indirecto de la actividad industrial y el transporte (pero también de la densidad de contaminación como subproducto del consumo de combustibles fósiles). Tras registrar marcados descensos en enero y febrero durante la fase aguda de la pandemia, las concentraciones han aumentado conforme han disminuido las nuevas infecciones, gracias a lo cual China ha podido relajar gradualmente las estrictas medidas de contención.
La recuperación en China es limitada, pero no deja de ser alentadora porque indica que las medidas de contención permiten controlar la epidemia y despejar el camino para la reanudación de la actividad económica. De todos modos, hay una enorme incertidumbre acerca de la trayectoria futura de la pandemia, y no se puede descartar un resurgimiento de la propagación en China y otros países.
Para derrotar esta pandemia, necesitamos un esfuerzo sanitario y económico coordinado a escala mundial. El FMI —en colaboración con otros socios— está haciendo todo lo posible para garantizar que los países afectados tengan a su disposición apoyo rápido a través de financiamiento de emergencia, asesoramiento sobre políticas y asistencia técnica.
Presentaremos más información sobre el impacto económico de la pandemia de COVID-19 cuando el FMI publique su informe Perspectivas de la economía mundial el 14 de abril.