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Los países cooperan si consideran que ello redunda en su propio interés, tanto desde el punto de vista económico como político. La cooperación mundial después de la Segunda Guerra Mundial —en el contexto de un sistema de normas, principios compartidos e instituciones— ha permitido lograr importantes avances económicos y sociales y ha sacado a millones de personas de una situación desesperada de pobreza. Y cuando los países se unieron hace 10 años para coordinar sus políticas macroeconómicas, lograron que la Gran Recesión no se convirtiera en otra Gran Depresión. La primera cumbre de líderes del Grupo de los 20, celebrada en noviembre de 2008, que congregó a las principales economías avanzadas y grandes economías emergentes, como Brasil, China e India, simbolizó un espíritu de cooperación que revestía urgencia. Sin duda es mucho lo que los países pueden lograr cuando trabajan mancomunadamente.
Y aun así, en un momento en que la economía mundial es más compleja que nunca y enfrenta muchos desafíos comunes, las naciones del mundo se muestran menos dispuestas a actuar de manera colectiva. El sistema de cooperación mundial está sometido a tensiones.
Hay razones comprensibles para que la gente cuestione si hoy la cooperación internacional sigue siendo beneficiosa. La desigualdad económica dentro de cada país se está ampliando, especialmente en las economías avanzadas. Algunos hogares se han visto poco beneficiados por el crecimiento económico, y muchas comunidades han perdido empleos e industrias enteras. Por eso, los votantes están más dispuestos a escuchar cuando los políticos afirman que las interacciones mundiales impiden resolver los problemas internos.
Pero dejar de participar en la cooperación internacional sería un error, y volvería a crear algunas de las condiciones que dieron origen a crisis anteriores. Sin embargo, las políticas basadas en la cooperación solo pueden materializarse si cuentan con apoyo político interno. En consecuencia, los países se retraerán y saldrán perdiendo a menos que los gobiernos puedan demostrar ante los votantes los beneficios concretos que reporta la cooperación internacional.
La cooperación internacional bajo tensión
Dos son los factores principales que han menoscabado la confianza de la gente en los beneficios de la cooperación económica.
En primer lugar, si bien la innovación tecnológica y la expansión del comercio mundial han contribuido a reducir extraordinariamente la desigualdad entre las personas que viven en diferentes países, también son parte de las razones por las que, internamente, hay una mayor desigualdad en muchas economías avanzadas. A los ojos del público, la mayor parte de la culpa parece recaer en el comercio exterior, lo cual lleva a la gente a dudar de expandir el comercio a través de una mayor integración económica.
En segundo lugar, debido al éxito mismo de la cooperación internacional desde la Segunda Guerra Mundial, la proporción de la actividad económica mundial que tiene lugar en las economías avanzadas de Europa, Estados Unidos y Japón se ha ido reduciendo, al tiempo que ha aumentado la de los mercados emergentes.
El gráfico ilustra esta sorprendente evolución desde 1950. Los beneficios que Estados Unidos y otras economías avanzadas obtienen al promover bienes públicos mundiales, como el comercio internacional, deben compartirse cada vez más con otros países.
Esto podría ayudar a explicar por qué el éxito de la globalización y la cooperación internacional impulsadas por Estados Unidos en cuanto a promover el comercio y elevar el ingreso per cápita en todo el mundo, paradójicamente ha debilitado el apoyo público a la cooperación dentro de Estados Unidos y de otras economías avanzadas. En el mundo multipolar de hoy es más difícil mantener la cooperación.
La perenne necesidad de cooperación mundial
A pesar de estas dificultades, los países necesitan más, y no menos, multilateralismo. ¿Por qué? Porque el mundo se ha vuelto más interdependiente que nunca.
Para empezar, la revolución de la información ha multiplicado las conexiones y acrecentado la complejidad en todo el mundo. Las ideas fluyen por todas partes. A través de las cadenas mundiales de suministro la producción está cada vez más internacionalizada, dado que los países dependen cada vez más de insumos extranjeros para sus propias exportaciones.
La lista de problemas compartidos es abrumadora: cambio climático, reducción de la biodiversidad, riesgo de pandemias y superbacterias, escasez de agua potable, degradación de los océanos, ciberdelincuencia, terrorismo, migraciones a gran escala y evasión de impuestos.
Las fronteras nacionales no detienen estos desafíos, por lo cual es preciso que los países cooperen.
Nuestro mundo también se ve llamado a unirse ante algunas formas de comercio socialmente dañinas, como el tráfico de personas, de estupefacientes y de armas, así como ante el flujo transfronterizo anónimo de fondos malhabidos. Una vez más, las autoridades nacionales no pueden encontrar solas las soluciones. Es vital la acción colectiva.
Lograr mayor apoyo
Considerando lo antedicho, los gobiernos resistirán la tentación de adoptar políticas que antepongan el interés nacional a todo solo si la cooperación logra concitar un amplio apoyo público. Y ese apoyo solo se logrará si se ve en la cooperación internacional un medio para aplacar las preocupaciones legítimas, compartidas por amplios sectores, en torno a los costos de la globalización. De lo contrario, es más probable que los votantes caigan presa del canto de sirena de líderes políticos que pregonan la autosuficiencia.
Esto significa que todos los gobiernos deben asegurarse de que las políticas ayuden a los afectados por las dislocaciones, ya sea que se deriven del comercio exterior o de avances tecnológicos. También implica promover políticas que reduzcan la desigualdad, amplíen las oportunidades económicas a través de la inversión en la gente, aumenten la transparencia de los gobiernos (sobre todo de los sistemas tributarios) y limiten la corrupción
En los últimos años, el FMI se ha centrado cada vez más en estas cuestiones en todos los aspectos del asesoramiento que proporciona a los países.
Lograr que haya respaldo a la cooperación también requerirá cierto grado de humildad. Lejos están aquellos impetuosos días de la posguerra, cuando los países renunciaron formalmente a algunos elementos de su soberanía, incluida la soberanía sobre el tipo de cambio. Los instrumentos más importantes de la cooperación se basarán, no ya en una legislación rígida o en obligaciones asumidas en tratados legamente vinculantes, sino en normas “blandas”, por las cuales los países convengan colectivamente en aplicar prácticas óptimas, como los Principios Básicos de Basilea que rigen la regulación bancaria.
La cooperación mundial ha sido fundamental para la extraordinaria expansión del bienestar y las oportunidades en los últimos 70 años. Ahora debe producir resultados a fin de abordar los desafíos del siglo XXI. Para superar estos desafíos se necesitarán nuevas modalidades de cooperación, una mejor comunicación y una agenda mundial de políticas que tenga amplio respaldo del público.
En pocas palabras, el mundo necesita un nuevo multilateralismo.