Para mucha gente el impacto de las nuevas tecnologías en su puesto de trabajo es un tema que asusta. Este sentimiento no es nuevo: de hecho, se remonta al ludismo, en los albores de la Revolución Industrial.
Hizo aparición nuevamente durante la Gran Depresión, y luego en las décadas de 1960, tras un período de fuerte aumento de la productividad, y de 1980, cuando comenzó la revolución tecnológica.
¿Qué pueden hacer los gobiernos al respecto? Invertir en la preparación de los trabajadores.
Un vuelco drástico
En el pasado, los avances tecnológicos contribuyeron a mejorar los ingresos de la mayoría de la población. Pero no debemos olvidar que las transiciones que pusieron en marcha —para los trabajadores, las empresas, los sectores y las economías en su totalidad— resultaron difíciles para muchos.
Muchos observadores piensan que la última ola de innovación tecnológica será más convulsiva que las precedentes, sobre todo en el terreno laboral, esgrimiendo el tímido aumento de los sueldos reales y la decreciente participación del trabajo en el ingreso nacional durante las últimas décadas. Los nuevos avances tecnológicos —en inteligencia artificial, automatización y robótica—podrían ser incluso más drásticos debido a la facilidad con la cual algunas tecnologías son presuntamente capaces de reemplazar una amplia variedad de aptitudes humanas.
Una concepción mejor
Antes que nada, es necesario comprender la última ola tecnológica y los efectos que podría tener. No toda la mano de obra es reemplazable y, antes que hacerlos obsoletos, la inteligencia artificial podría transformar los puestos de trabajo. Además, los avances tecnológicos estimulan la productividad, lo cual genera empleo con el correr del tiempo y conduce a una mejora de los ingresos y los niveles de vida. De hecho, nuestro estudio indica que la actual lentitud de la dinámica salarial está vinculada al escaso aumento de la productividad. Pero los países necesitan políticas que exploten los beneficios del cambio tecnológico y aborden las repercusiones no tan positivas para los sueldos y la desigualdad.
Entonces, ¿qué deberían hacer los países?
Primero, necesitan políticas que faciliten la reasignación de la mano de obra y acorten los períodos de inactividad. Eso, por ejemplo, podría resultar más fácil con un seguro por desempleo más generoso, pero no indefinido. También es posible que las prestaciones sociales deban ser más portátiles. Dinamarca tiene instituciones laborales sólidas que combinan reglas de contratación y despido flexibles con políticas laborales amplias y activas y redes de protección relativamente generosas. El sistema logra mantener, en términos generales, un equilibrio entre la oferta y la demanda de mano de obra y, a nivel internacional, el desempleo es bajo.
Sin embargo, esto quizá no ayude a las personas que están menos preparadas para beneficiarse del cambio. La población necesita políticas que le ofrezcan oportunidades. Afianzar el capital humano es algo esencial. Podría significar un gasto en educación más voluminoso o más eficaz, que permita responder a las exigencias del mercado y ofrezca oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida. Singapur, por ejemplo, ofrece a todos los adultos becas incondicionales para formarse a lo largo de toda su carrera laboral.
La redistribución a través del régimen de impuestos y prestaciones podría ser otro canal para ampliar los beneficios del progreso tecnológico. Algunas economías aprovechan el espacio fiscal para redistribuir los frutos del cambio tecnológico de manera más equitativa. Por ejemplo, Canadá recortó la tasa impositiva de los contribuyentes que perciben ingresos medianos con la finalidad de fortalecer la clase media y posteriormente instituyó prestaciones más generosas en relación con el impuesto sobre la renta, entre otras cosas ampliando su cobertura. Aunque la redistribución forma parte del contrato social de cada país, los estudios del FMI indican que subsanar la desigualdad es algo que podría resultar beneficioso para el crecimiento y, por ende, importante para la economía de un país.
Ahora bien, la redistribución exige sacrificar eficiencia. Pero si las políticas públicas están concebidas correctamente, todos los grupos de ingresos se benefician.
En resumidas cuentas, los avances tecnológicos ofrecen oportunidades económicas y sociales excepcionales, pero deben estar sustentados por políticas adecuadas para poder beneficiar a la población en su totalidad.
Este blog está basado en la nota Technology and The Future of Work preparada para el G-20 por Helge Berger, Romain Duval y Wojciech Maliszewski.