(Versión en English)
¿Por qué le preocupa tanto la corrupción al FMI? La razón es sencilla. La función del FMI consiste en proteger la estabilidad económica mundial y fomentar un crecimiento económico sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo. Y resulta difícil, si no imposible, realizar esta labor cuando existe una corrupción arraigada e institucionalizada.
La corrupción importa
Fundamentalmente, la corrupción debilita la capacidad del gobierno para desempeñar sus funciones. Le resta capacidad al gobierno para recaudar los ingresos fiscales necesarios, y también distorsiona las decisiones de gasto, en el sentido de que los gobiernos pueden estar más dispuestos a favorecer los proyectos que generan comisiones clandestinas más que los proyectos que generan valor económico y social. Esto es perjudicial para el crecimiento y para la creación de oportunidades económicas. Es perjudicial para la equidad y la justicia, ya que los pobres son los que más pierden cuando se reducen los gastos sociales y la inversión en desarrollo sostenible. Y es perjudicial para la estabilidad económica, ya que la combinación tóxica de bajos ingresos fiscales y gastos improductivos deja que los déficits puedan aumentar fácilmente de manera descontrolada.
En términos más generales, una corrupción generalizada puede debilitar los cimientos de una economía sólida provocando el deterioro de las normas sociales y socavando las virtudes cívicas. Cuando los ricos no pagan impuestos, todo el sistema impositivo pierde legitimidad. Cuando se recompensa al que hace trampas, y cuando las elites parecen regirse por normas diferentes, la confianza dará lugar al cinismo, y la cohesión social se fragmentará. En el peor de los casos, esto provocará conflictos y contiendas civiles.
En resumidas cuentas: si los cimientos de su casa están “pudriéndose” —otro significado de la “corrupción”—, ¿cómo podrá usted construir una economía sólida y sostenible? No podrá.
Todas estas cuestiones afectan especialmente a los jóvenes. Cuando la corrupción está firmemente arraigada, muchos jóvenes piensan que no tienen ninguna expectativa, ninguna meta, ninguna posibilidad de participar, de dejar su huella, de prosperar y de contribuir a la sociedad. Pierden la motivación para continuar estudiando, ya que saben que avanzar depende de las conexiones y no de las capacidades. Se sienten desilusionados, desconectados y desencantados. Pierden la esperanza. A nivel visceral, la corrupción puede destruir el alma.
Por lo tanto, no resulta tan sorprendente que la ausencia de una corrupción generalizada sea uno de los factores clave que explican las diferencias de bienestar entre países.
Tampoco debería sorprendernos que la lucha contra la corrupción sea esencial para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Sin duda es vital para lograr el Objetivo 16 de los ODS, en el que se insta a la comunidad internacional a: “Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles”. El Objetivo 16 incluye metas específicas relacionadas con la reducción de la corrupción, el soborno y las corrientes financieras ilícitas. Además, para lograr todos los otros ODS es esencial abordar el cáncer corrosivo de la corrupción. Nuevamente, no se puede construir una casa sobre cimientos podridos.
Luchar contra la corrupción es especialmente importante en el contexto mundial actual. Me refiero al carácter generalizado de la evasión fiscal, como demostraron las recientes revelaciones escandalosas; el creciente escepticismo de algunos grupos con respecto a las instituciones tradicionales, que parecen favorecer a las personas con información privilegiada y a las elites, y la necesidad de centrarse en los desafíos prioritarios, como las perspectivas laborales inciertas, el aumento de la desigualdad y el mayor estrés ambiental.
El papel del FMI
Entonces, ¿en qué puede ayudar el FMI? En estos momentos, estamos llevando a cabo una importante revisión de nuestra política para luchar contra la corrupción, a fin de que esta política sea más eficaz en el contexto mundial actual.
No quisiera prejuzgar esta revisión en curso. Pero algunas cosas están claras. En primer lugar, si bien el FMI cuenta con una política para luchar contra la corrupción, que data de 1997, esta política podría aplicarse de manera más rigurosa y coherente, y estar respaldada por asesoramiento concreto y específico en materia de políticas. En este contexto, es especialmente importante ser imparcial. La corrupción puede ser un problema grave en los países ricos y en los pobres, en los países grandes y en los pequeños, en los países estables y en los frágiles. En cualquier lugar y en cualquier momento en que se considere que la corrupción representa una grave amenaza para el crecimiento inclusivo y la estabilidad macroeconómica, deberemos efectuar análisis minuciosos y debatir de manera franca con los gobiernos los mensajes de política.
En segundo lugar, todos debemos reconocer que la corrupción es un problema “a dos manos”. Si alguien ha aceptado un soborno es porque alguien lo ha ofrecido. Para desenredar la madeja de la corrupción es preciso que las autoridades —como suele decirse— “sigan el dinero”. Esto incluye abordar cuestiones de impunidad y conducta indebida en el sector privado, como algunas grandes empresas ubicadas en las capitales más importantes del mundo que se dedican a sobornar a funcionarios en países extranjeros. El FMI debe interactuar con los países miembros cuyos ciudadanos y corporaciones estén frecuentemente implicados en este tipo de sobornos y cuyas instituciones faciliten el lavado de ingresos provenientes de la evasión fiscal, el fraude financiero y la corrupción. Este es uno de los aspectos más débiles y oscuros de la globalización sobre el que debemos arrojar luz. Es especialmente importante para la legitimidad de una globalización que puede —y debe—beneficiar a todos.
Por lo tanto, permanezcan atentos. ¡Puedo asegurarles que seguiremos examinando este tema!