Hoy publicamos la actualización del informe Perspectivas de la economía mundial.
Una acumulación de datos recientes sugiere que el panorama económico mundial comenzó a alterarse en el segundo semestre de 2016. Desde el verano pasado y a medida que nos adentramos en el nuevo año, la coyuntura muestra cierta aceleración del ímpetu de crecimiento en una serie de economías importantes. Por lo tanto, parece cada vez más probable que nuestra última proyección –según la cual el crecimiento mundial repuntará en 2017 y 2018, dejando atrás el deslucido desempeño del año pasado– se haga realidad. Al mismo tiempo, observamos una dispersión más amplia de los riesgos que rodean este pronóstico a corto plazo, que aún se inclinan a la baja. La incertidumbre se ha agudizado.
De acuerdo con nuestra proyección central, el crecimiento mundial aumentará a una tasa de 3,4% en 2017 y 3,6% en 2018, frente al 3,1% de 2016. Gran parte del avance previsto para este año y el próximo es atribuible a la mejora de la situación de algunas economías de mercados emergentes y en desarrollo grandes que en 2016 estuvieron sometidas a un grado excepcional de tensión. Ahora bien, a diferencia de nuestro diagnóstico de octubre, en este momento estimamos que la evolución más alentadora que se perfila en Estados Unidos, China, Europa y Japón contribuirá más a las perspectivas internacionales.
La aceleración de la expansión sería especialmente benéfica este año: el crecimiento mundial registrado en 2016 fue el más débil desde 2008–09 debido a las dificultades del primer semestre, que arrancó en medio de sacudidas en los mercados financieros internacionales. Alrededor de mediados de año, la situación general comenzó a despejarse. Por ejemplo, los indicadores globales de la actividad manufacturera de las economías emergentes y avanzadas se encuentran en expansión desde comienzos del verano. En muchos países, las presiones que estaban empujando a la baja el nivel general de inflación se atenuaron, en parte gracias al afianzamiento de los precios de las materias primas.
Las elecciones presidenciales estadounidenses estuvieron seguidas de una significativa revaloración de los activos, distinguida por un fuerte aumento de las tasas de interés internas a más largo plazo, una apreciación del mercado de renta variable y un alza de las expectativas inflacionarias a más largo plazo en las economías avanzadas, y marcadas fluctuaciones opuestas entre el dólar (al alza) y el yen (a la baja). Al mismo tiempo, en las economías emergentes los mercados de acciones en general cayeron a medida que las monedas nacionales se debilitaron.
Naturalmente, los mercados de activos se ajustan en función no solo de sucesos corrientes inesperados, sino también de los cambios esperados. Según la interpretación de la mayoría de los analistas, los movimientos postelectorales anticipan una política fiscal más expansiva en Estados Unidos que le exigirá a la Reserva Federal un ritmo más acelerado de aumento de las tasas de interés. Los mercados son conscientes de que la Casa Blanca y el Congreso están en manos del mismo partido por primera vez en seis años, y de que los cambios apuntan a recortes de las tasas impositivas y, posiblemente, aumentos del gasto en infraestructura y defensa.
Teniendo en cuenta el ímpetu con que arranca la economía nacional en 2017 y los cambios que probablemente ocurran en las políticas de Estados Unidos, hemos elevado moderadamente nuestras proyecciones de crecimiento del país a dos años. Sin embargo, los detalles de la legislación fiscal futura aún no es tan claros, como tampoco lo están el grado de aumento neto del gasto público ni el impacto resultante en la demanda agregada, el producto potencial, el déficit federal y el dólar.
Por ende, este pronóstico está rodeado de riesgos al alza y a la baja más diversos que de costumbre. Un aumento no inflacionario sostenido del crecimiento, caracterizado por una mayor participación en la fuerza laboral y una expansión significativa del stock de capital y la infraestructura nacional, permitiría moderar el alza de las tasas de interés, de conformidad con el mandato de estabilidad de los precios que tiene entre sus atribuciones la Reserva Federal. Por el contrario, si un aumento de la demanda alimentado por la política fiscal se topa con limitaciones de capacidad más rígidas, la curva de las tasas de interés tendrá que empinarse para contener la inflación, el dólar se apreciará con fuerza, el crecimiento real disminuirá, la presión presupuestaria se acentuará y el déficit nacional en cuenta corriente se ahondará.
Este último escenario, en el cual se profundizan los desequilibrios mundiales, redobla el riesgo de medidas proteccionistas seguidas de represalias. También entraña la posibilidad de que las condiciones financieras mundiales se compliquen con una celeridad inesperada, generando tensiones para muchos mercados emergentes y algunas economías de bajo ingreso. Entre los exportadores de materias primas, algunas economías emergentes –especialmente de bajo ingreso– podrían beneficiarse del aumento de los precios de exportación, pero entonces los importadores se verían perjudicados. Los detalles de la combinación de políticas que adopte Estados Unidos revisten importancia; a medida que los conozcamos con más claridad ajustaremos nuestro pronóstico y la evaluación de sus repercusiones.
Entre las economías emergentes, China sigue ejerciendo gran influencia en la evolución de la economía mundial. La mejora del crecimiento que proyectamos para China en 2017 es uno de los factores que más contribuiría a la aceleración de la recuperación mundial en el año entrante. Este cambio refleja la expectativa de que continúen las políticas de respaldo, pero persiste el riesgo de una desaceleración brusca o perturbadora en vista de la expansión rápida e ininterrumpida del crédito, los problemas de la deuda empresarial y el persistente respaldo que brinda el gobierno a empresas estatales ineficientes.
A nivel internacional, entre otras vulnerabilidades cabe mencionar una mayor antipatía popular al comercio internacional, la inmigración y el multilateralismo en Estados Unidos y Europa; niveles elevados generalizados de deuda pública y privada; el cambio climático en curso, que afecta sobre todo a los países de bajo ingreso; y, en una serie de países avanzados, la persistencia de un crecimiento lento y de presiones deflacionarias. En Europa, las condiciones de la salida británica de la Unión Europea aún no están decididas y el calendario de elecciones nacionales es apretado, lo cual plantea la posibilidad de repercusiones económicas desfavorables, tanto a corto como a más largo plazo.
Seguimos recomendando un enfoque basado en tres pilares –políticas fiscales y estructurales, paralelamente a la política monetaria–, pero que esté adaptado a las circunstancias de cada país.
Algunas economías avanzadas están operando prácticamente a plena capacidad; tal es el caso de Alemania y de Estados Unidos. Allí, la política fiscal debería centrarse no en apuntalar la demanda a corto plazo, sino en incrementar el producto potencial mediante la inversión en infraestructura y aptitudes necesarias, así como una reforma tributaria equitativa que promueva la oferta. En estas economías, las autoridades deberían dedicar atención a la sostenibilidad fiscal a más largo plazo; la política monetaria, por su parte, puede seguir una trayectoria de normalización dictada por los datos.
En todos los grupos, la reforma estructural conserva un carácter prioritario ya que el crecimiento de la productividad continúa siendo anémico, aunque en muchos casos un respaldo fiscal adecuado puede realzar la eficacia de las reformas sin empeorar los saldos fiscales públicos.
La resiliencia financiera constituye otra prioridad universal y requiere un fortalecimiento de los marcos de regulación financiera, centrándolos mejor en los ámbitos problemáticos más importantes. Es mucho lo que los países pueden hacer por sí solos para mejorar la supervisión y las instituciones financieras, pero como no pueden lograrlo todo es vital mantener la cooperación multilateral en el campo de la regulación financiera.
La dislocación social generada por la globalización y, aún más, por los cambios tecnológicos es un importante reto que cobrará más importancia en el futuro. Una de sus consecuencias ha sido la profundización de la desigualdad y el estancamiento salarial en muchos países. Sin embargo, dar marcha atrás a la integración económica impondría costos económicos agregados sin mitigar la necesidad de que los gobiernos inviertan en fuerzas laborales ágiles y bien preparadas y adopten políticas que compaginen mejor la composición de la oferta y la demanda laboral.
En esta jornada en la que Estados Unidos honra la memoria de Martin Luther King Jr., haríamos bien en recordar una de las principales lecciones que nos dejó 2016: el crecimiento sostenible debe ser también un crecimiento incluyente.