Muy a menudo, el espíritu de cooperación internacional se evapora justo en el momento en que es más necesario y que encierra más promesa. Entonces, la falta de cooperación desemboca en crisis; y así las crisis obligan a cooperar; pero esa cooperación ya empieza forzosamente con la recogida de los platos rotos.
Esto sucedió durante la Gran Depresión, cuando la comunidad internacional fue capaz de encontrar intereses comunes y cooperar en materia de políticas monetarias, cambiarias y de comercio. Más tarde, después de la Segunda Guerra Mundial, que es quizás el mayor cataclismo de la historia, las dolorosas lecciones aprendidas dieron paso a la cooperación económica y política a la que hemos estado acostumbrados a lo largo de nuestras vidas. Pero ahora que las fuerzas de la fragmentación económica y política están volviendo a cobrar auge, ¿estamos abocados a repetir los errores de nuestra historia?
Durante dos generaciones, los países apoyaron un orden mundial basado en mecanismos institucionales que procuraban proteger la estabilidad económica y salvaguardar la seguridad. Ese orden, pese a ser imperfecto, gozaba de amplio y constante respaldo porque facilitaba una cooperación internacional significativa y constructiva, y a la vez preservaba de forma adecuada las prerrogativas y la soberanía de las naciones. Durante largos períodos de prosperidad interrumpidos por recesiones, y a lo largo de la guerra fría y sus secuelas, ese orden propició décadas de progreso económico y estabilidad, y aumentos sin precedentes de los niveles de vida que sacaron de la pobreza a cientos de millones de personas y que crearon una clase media a escala mundial.
Creciente descontento
Sin embargo, hoy en día estamos presenciando un surgimiento de factores que desafían ese orden mundial, entre otros un debilitamiento del respaldo popular, y observando una atmósfera más profunda de incertidumbre. Procuraremos reforzar el diálogo sobre cooperación en un seminario que se celebrará el 7 de octubre durante las Reuniones Anuales en Washington. Ian también ha escrito un documento de antecedentes sobre el tema.
En el plano económico, en las economías avanzadas se observa un creciente descontento debido al daño infligido por la crisis financiera mundial, el aumento más lento de los ingresos, las tecnologías que hacen obsoletos muchos empleos y desplazamientos de personas y comunidades como consecuencia de la interconexión mundial. Las desventajas del capitalismo moderno se han hecho patentes.
El estancamiento del aumento de los salarios y del empleo de la clase media y la creciente desigualdad están desbaratando el contrato social. Los líderes políticos oportunistas están explotando con éxito el miedo a los cambios vertiginosos que parecen estar fuera del control del ciudadano común, e incluso de sus representantes electos. En Estados Unidos, el progreso económico logrado por la mujer y las minorías, que ha sido ampliamente elogiado, ha provocado la reacción de los que ahora sienten que están quedándose atrás. Algunas economías de mercados emergentes están esforzándose para subsanar la brecha cada vez más amplia entre las crecientes expectativas de la nueva clase media y la capacidad de los gobiernos para cumplir su misión en un entorno de crecimiento cada vez más lento a escala mundial e interna.
Pero los desafíos no son solo económicos. De hecho, la economía, la política y la seguridad del mundo de hoy están entrelazándose de una manera inexorable. Lo más importante es que el panorama político mundial está cambiando. Durante casi una década, Estados Unidos y Europa han concentrado su energía política en recuperarse de la crisis financiera mundial, y ese afán ha debilitado su voluntad para iniciar con determinación interacciones con el resto del mundo. Al mismo tiempo, el rápido crecimiento de China y su presencia activa en Asia y África están alterando los equilibrios mundiales de poder económico y político. Pese a cierta desaceleración, China aún representa un 37% de todo el crecimiento mundial. Los países de mercados emergentes están exigiendo, con justa razón, una mayor voz en los foros y las instituciones internacionales.
Fuerzas geopolíticas
Mientras tanto, el surgimiento de agentes no estatales plantea nuevas amenazas y costos que dificultan la cooperación. Las guerras en Oriente Medio han dado lugar a Estados fallidos, al afianzamiento del Estado Islámico de Iraq y Levante (EIIL) y a una ola de refugiados que pesa sobre la región y Europa. Las amenazas terroristas y cibernéticas son ahora motivos cotidianos de preocupación en todos los países. Estos temas pueden abordarse solo a través de la cooperación internacional.
En el ámbito geopolítico hay otros factores importantes que complican la cooperación. Aunque no es un fenómeno nuevo, existen fuertes resentimientos por las tácticas de Estados Unidos, como el uso frecuente de sanciones (que se interpreta como un “uso de las finanzas como un arma”), los ataques de drones no tripulados dentro de las fronteras de otros países y la vigilancia de mandatarios extranjeros.
Los líderes europeos se enfrentan a un formidable conjunto de problemas internos, entre los que están la gestión de la crisis de refugiados, la negociación del brexit, el control del terrorismo y la fatiga de los ciudadanos ante las reformas y los cambios.
Por último, las potencias emergentes —Brasil, India, China, Rusia y Sudáfrica— y otros países aspiran a ejercer más influencia en sus propias regiones y en el mundo, con grados de poder e influencia en las instituciones internacionales acordes con su creciente importancia internacional y sus intereses. Al no estar convencidos de que los países avanzados vayan a ceder terreno, incluso con el paso del tiempo, los otros países han propuesto y financiado mecanismos alternativos, ya sea creando instituciones como el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo de las economías de mercados emergentes, o redoblando sus propios esfuerzos nacionales para fomentar el desarrollo y ampliar su influencia en el exterior.
Otra dimensión que complica aún más el panorama es la incidencia disruptiva de las nuevas tecnologías, como los avances en materia de información, la contabilidad distribuida y las tecnologías de megadatos, así como la inteligencia artificial. Se trata de avances muy prometedores, pero que plantean interrogantes acerca de la rentabilidad y sostenibilidad de las instituciones y empresas existentes, y que pueden erosionar la eficacia de los actuales sistemas jurídicos y de regulación.
Al crear un futuro incierto, estas tendencias también pueden atrofiar la demanda porque podrían inducir al ahorro precautorio y sembrar nerviosismo entre los inversionistas y mantenerlos al margen.
¿Cómo planificar una jubilación en medio de esta incertidumbre, sobre todo si persisten las tasas de interés cercanas a cero? ¿Cómo invertir en el futuro de Europa en un momento de “salidas”? ¿Cómo invertir en un Oriente Medio en el que los Estados están desintegrándose, en el que las alianzas están alterándose, y en el que amenazan los agentes no estatales? ¿Cómo prepararse para disrupciones en países en que los trabajadores están siendo desplazados por máquinas, o en los que la tecnología de la información dota a cualquier agente no estatal de un poder que le permite desafiar la capacidad del Estado para gobernar de forma eficaz?
“¿Qué se debe hacer?”
Cabe repetir una famosa pregunta planteada a comienzos del siglo pasado cuando el orden mundial estaba siendo cuestionado: ¿Qué se debe hacer?
La ironía de la actual encrucijada es que —como dijimos al comienzo— la interconexión y la cooperación son más útiles que nunca. Si las economías avanzadas se enfrentan a un reto más arduo a medida que maduran y que decae el aumento de la productividad, difícilmente pueden darse el lujo de descartar las ventajas del comercio. Para sustentar, y a la larga acelerar, las fuertes tasas de crecimiento y lograr la convergencia de los niveles de vida, el mundo de los mercados emergentes continuará dependiendo del comercio, el capital y la tecnología, que son componentes centrales de la interconexión.
Es esencial proteger las ventajas de la globalización, lo que implica mancomunar esfuerzos para revitalizar el crecimiento. El Grupo de los Veinte países avanzados y economías de mercados emergentes sigue desempeñando un papel crucial en este proceso, y sus países miembros tienen que poner en marcha e impulsar la iniciativa de crecimiento del grupo a partir de la cumbre que se celebrará este año en Hangzhou, aprovechando todas las herramientas de política —monetaria, fiscal y estructural— para impulsar la economía mundial. Análisis recientes del FMI demuestran que las medidas integrales, coherentes y basadas en la cooperación siguen aportando enormes sinergias. Es más lo que se puede hacer y lograr si actuamos juntos.
Pero en ese sentido, tenemos que lograr que las economías del mundo y de los países sean más inclusivas, a fin de reducir la inseguridad económica y el aumento de la desigualdad que ha acompañado a la globalización. En una sociedad capitalista, el cambio suele dejar ganadores y perdedores. Reconocemos también que el fenómeno geopolítico de la “destrucción creativa” está exacerbando la ansiedad provocada por la dislocación económica.
Esto significa que nuestros esfuerzos para fomentar el crecimiento han de ir acompañados de políticas de apoyo a los pobres y a las personas que se han visto desplazadas o afectadas negativamente por el cambio. Nuestros países tienen que mostrar más apertura a las políticas de redistribución. Esto exige que se dedique especial atención a dotar a los trabajadores desplazados —en los sectores de la industria y los servicios— de aptitudes que les permitan competir en la economía del siglo XXI. Cuando los gobiernos son capaces de colmar las expectativas de los ciudadanos de mejores niveles de vida y mayor seguridad personal, los mensajes populistas pierden su fuerza y atractivo. La prosperidad, en cambio, afianza la seguridad y la cooperación geopolítica.
Últimamente se ha oído hablar mucho sobre el levantamiento de muros. En realidad, el muro defensivo que se necesita consiste en mejorar la barrera de protección de la comunidad internacional frente a crisis futuras. Este esfuerzo exige una mejor coordinación para contener los efectos de contagio derivados de las vulnerabilidades económicas, regulaciones financieras más estrictas para evitar los abusos bancarios y en los mercados de capital, y cooperación y armonización en el ámbito tributario para evitar la erosión de los ingresos nacionales que ocurre cuando las empresas trasladan sus utilidades al extranjero.
Estas tareas implican una compenetración más estrecha con el carácter multipolar de nuestro mundo. Tenemos que proteger y, de ser necesario, reformar instituciones multilaterales esenciales como el FMI, el Banco Mundial y las Naciones Unidas. Para que sigan siendo influyentes, se debe permitir que las estructuras de gobierno de estas instituciones evolucionen de manera que reflejen las nuevas realidades de poder en el mundo. Este enfoque implica asimismo apoyar e incorporar instituciones e iniciativas impulsadas los mercados emergentes. E implica asimismo reforzar los mecanismos financieros regionales existentes, como la Iniciativa Chiang Mai, a través de una mayor cooperación y coordinación.
Por último, ha llegado el momento de borrar la división que ha existido desde hace mucho tiempo entre la economía y la seguridad en el ámbito de la formulación de las políticas nacionales e internacionales. Los dos aspectos son inseparables en un mundo globalizado en el que las disputas territoriales y la volatilidad del mercado pueden dar lugar a repercusiones y perturbaciones que ya no respetan los esquemas del siglo pasado. Además, solo un enfoque integrado —un enfoque que reconozca que las amenazas contra la seguridad tienen repercusiones económicas, y que la inestabilidad económica genera amenazas contra la seguridad— es capaz de sortear los riesgos que plantean los Estados fallidos, los agentes no estatales y los conflictos regionales, y lograr un mundo seguro y estable.
Para no repetir los errores del pasado y no sucumbir ante la fragmentación económica y política, hay que reconocer que ha llegado la hora de entablar un diálogo serio y de buscar la renovación del espíritu de cooperación.