Chile se encuentra en una situación que le permitirá lidiar bien con los efectos a corto plazo de la caída de los precios de las materias primas y la normalización de la política monetaria estadounidense, pero existen retos a mediano plazo.
En los últimos tiempos, Chile ha tenido un desempeño económico impresionante. El repunte tras la crisis financiera internacional de 2009 y el terremoto de 2010 fue rápido y vigoroso, y la economía ha superado a la mayoría de sus pares en los 2-3 últimos años.
Sin embargo, las perspectivas están cambiando con rapidez, como lo señalamos en nuestra última evaluación de la economía chilena.
• Evolución de las condiciones internas. El crecimiento fue más fuerte de lo esperado a fines de 2012, gracias al vigor sorprendente del consumo y la inversión privada. Con la economía operando a capacidad máxima, el auge de la demanda interna suscitó inquietudes en torno a la posibilidad de un sobrecalentamiento. Pero en la primera parte de 2013, a pesar de que el gasto de los consumidores se mantuvo bastante fuerte, el crecimiento se desaceleró significativamente, en parte como consecuencia del enfriamiento de la inversión fija privada.
• Evolución de las condiciones externas. Dos tendencias mundiales parecen estar llegando a su fin. El auge internacional de los precios de las materias primas, incluido el cobre (que representa de más de la mitad de las exportaciones chilenas), ha perdido ímpetu y las perspectivas a mediano plazo apuntan a una estabilidad general de los precios. Por ende, Chile ya no podría contar con el cobre para generar crecimiento del PIB y del ingreso. Además, la normalización de la política monetaria estadounidense podría alterar significativamente las condiciones favorables de financiamiento externo de las que han gozado Chile y otros países en los últimos tiempos, y que han estimulado grandes entradas de capital.
Adaptación a las condiciones económicas cambiantes
Chile se encuentra en una situación que le permitirá lidiar bien con los efectos que las cambiantes condiciones internas y mundiales pudieran tener en la estabilidad macroeconómica y financiera. Los riesgos macrofinancieros parecen estar contenidos. Y los marcos creíbles de política monetaria y fiscal, sumados a la envidiable solidez de las finanzas públicas —los activos netos públicos equivalen a alrededor de 7% del PIB—, brindan margen para responder con las políticas vigorosas que puedan ser necesarias para apuntalar el crecimiento. En particular, el tipo de cambio flotante —y la falta de “miedo a la flotación” que ha dado muestra Chile— son enormemente importantes para facilitar el ajuste a los shocks externos.
En nuestra opinión, la mejor estrategia de la política macroeconómica en este momento consiste en mantener encauzada una política monetaria y fiscal neutral en términos generales (lo cual significa una orientación fiscal más restrictiva que la que implica el presupuesto de 2013) y permitir que la moneda se ajuste según sea necesario de acuerdo a la evolución de las condiciones externas. La política monetaria debería estar preparada para responder a los cambios de las perspectivas económicas y se debería permitir que los estabilizadores automáticos fiscales funcionaran en pleno.
Retos a mediano plazo
Sin embargo, la incertidumbre en torno a las perspectivas plantea dos retos para las políticas económicas:
• Afianzar las finanzas públicas. El cobre representa aproximadamente 14% del ingreso del gobierno central, en forma de impuestos y dividendos. Según la regla fiscal que ha adoptado Chile, el gasto se guía por lo que se considera ingreso “estructural” —o a largo plazo— generado por el cobre, y por lo tanto está protegido de las fluctuaciones a corto plazo. Una comisión independiente decide cada año el precio estructural del cobre. Durante la última década, se lo ha ajustado al alza con frecuencia, pero como el ajuste ha sido inferior a los precios efectivos se ha ahorrado gran parte del ingreso producido por el cobre. Aun así, debido al aumento continuo del ingreso estructural por cobre, el gasto público pudo expandirse —dentro de lo permitido por la regla fiscal— alrededor de 0,6% del PIB por año. Ahora bien, dada la probabilidad de que el ingreso generado por el cobre se mantenga estable o incluso disminuya en los años venideros, el gasto crecería por debajo del PIB. Por lo tanto, lograr y mantener una meta fiscal estructural determinada será todo un reto.
• Reforzar el crecimiento. Sin la ayuda que significa el alza de los precios del cobre y con el viento en contra que representa en términos económicos el envejecimiento de la población, la meta de afianzar las perspectivas de crecimiento vigoroso e incluyente requerirá una mejora sostenida de la productividad (incluso en el sector minero), que en los últimos años ha estado rezagada respecto de la región y del desempeño del propio país en el pasado. Los sólidos marcos de política económica de Chile, junto a un ambiente propicio para la inversión que es —según la mayoría de las mediciones— el mejor de la región, continuarán respaldando el crecimiento. Pero para infundir nuevo vigor a la productividad habrá que abordar temas de larga data en relación con la infraestructura y la generación de energía, la educación y los mercados laborales.
En suma, las perspectivas económicas a mediano plazo dependen de que las autoridades aborden cuestiones estructurales críticas. Gracias a la solidez de los marcos de sus políticas y a una habilidosa gestión de las mismas, Chile tiene buenas perspectivas de mantener su trayectoria de estabilidad y crecimiento.