(Versión en English)
A lo largo de tres años y medio en el Fondo Monetario Internacional que me exigieron tanto como me hicieron sentir realizado, tuve la oportunidad de observar de cerca cómo lidiaron los países con la economía mundial de la misma manera que un cocinero con una licuadora sin tapa: con sumo cuidado y tratando de hacer el menor desastre posible.
Ahora que dejo el cargo de Director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, querría compartir algunas reflexiones sobre uno de los temas más importantes que afrontan muchos países. Me refiero al ajuste con un régimen de tipos de cambio fijos. De más está decir que estas son reflexiones personales, y no reflejo de una visión institucional.
Ha corrido mucha tinta para explicar por qué alguien le prestaría dinero a un país que está tratando de recortar el déficit y la deuda pública. La respuesta es sencilla: para que las reformas que necesita la economía a fin de recobrar la competitividad tengan tiempo de surtir efecto.
En otra época, los tipos de cambio fijos no eran la excepción, sino la regla. Abundan los estudios y las experiencias sobre la manera de realizar ajustes en un régimen de ese naturaleza, principalmente en economías emergentes. La expresión “ajuste y financiamiento” terminó resumiendo lo que deben hacer las economías que afrontan graves limitaciones de financiamiento causadas por los elevados costos del endeudamiento público en los mercados financieros.
Restricciones de financiamiento, ajuste del gasto y recuperación de la competitividad
Los problemas de financiamiento le impiden a una economía ceñirse a los planes de gasto. Cuando los acreedores no están dispuestos a otorgar financiamiento, los recortes del gasto público se hacen inevitables.
Para reactivar el financiamiento, es necesario revertir un nivel de gasto superior al de producción, que es la causa fundamental de la acumulación de deuda y los problemas de financiamiento. Pero es necesario vender lo que se produce, y sin una demanda que compense los recortes del gasto, la producción también caerá. Para que el ajuste dé resultado, los productores de bienes deben encontrar nuevos compradores que reemplacen a los que disponen de un financiamiento limitado.
¿Dónde encontrarlos? Si el exceso de deuda y las consiguientes restricciones de financiamiento afectan tanto al sector público como al privado, como ocurre en este momento en varias economías europeas, la exportación es la vía para encontrar nuevos compradores.
Sin embargo, no habrá exportación simplemente porque dentro del país ya no hay tantos compradores de productos nacionales; los bienes deben ofrecer una combinación de calidad y precio que atraiga a los extranjeros. Cuando la deuda interna estaba en aumento, los bienes nacionales perdieron atractivo: el gasto excesivo perjudica a la balanza comercial e infla el precio de los bienes y servicios no transables, incluidos los sueldos. El aumento de los sueldos, a su vez, les resta competitividad a las exportaciones.
Cuando los gobiernos tropiezan con dificultades para financiarse, la economía deja de ser suficientemente competitiva como para captar automáticamente la demanda externa. Parte del problema se debe al elevado costo de los insumos no transables. Pero a veces el problema de la competitividad está más arraigado porque un boom en un sector de bienes no transables —generalmente, la vivienda— puede haber ocultado la carencia fundamental de competitividad de las exportaciones y puede haber dado una falsa sensación de seguridad en cuanto a las reformas necesarias para reanimar la productividad.
Círculo vicioso
El ajuste ―es decir, el proceso de recortar la deuda y los déficits del gobierno y restablecer al mismo tiempo la competitividad― implica por lo general austeridad y reformas estructurales. La austeridad es necesaria para que el gasto se adapte al volumen de financiamiento disponible y para hacer bajar el precio de los bienes no transables a fin de recuperar la competitividad, ya que no se puede recurrir a la devaluación de la moneda.
Lo ideal es que los sindicatos y las empresas acuerden una reducción coordinada de los precios de los bienes no transables —incluidos los sueldos— porque así se mitigaría la contracción del gasto que se requiere para realinear los precios de los bienes no transables. Pero esos acuerdos suelen ser difíciles de concertar.
Por lo general, las reformas estructurales incluyen medidas destinadas a facilitar el ajuste a la baja de los precios de los bienes no transables. En el mercado del trabajo y de los productos, lo logran incrementando la flexibilidad y la competencia. Pero si la competitividad está muy debilitada, posiblemente se necesiten otras reformas para promover las ventajas comparativas de sectores nuevos.
Por su propia naturaleza, las reformas estructurales tardan en surtir efecto y estimular la exportación. En el ínterin, si la austeridad es la única respuesta a las tensiones financieras, la economía sufrirá —en el mejor de los casos¬— una fuerte desaceleración. Como la exportación aún no hace sentir su fuerza, a medida que disminuye el gasto interno el producto se contrae. Lo mismo ocurre con el ingreso público, y entonces los acreedores restringen el financiamiento, más temerosos de que ocurra una suspensión de pagos.
En el sector privado, la contracción del producto hace bajar los valores de los activos, y eso les dificulta a las empresas la movilización de crédito. Los bancos, que suelen estar sobreexpuestos al sector de los bienes no transables, se ven enfrentados a la posibilidad de sustanciales pérdidas crediticias. Si responden —con toda probabilidad— con un desapalancamiento defensivo, exacerbarán la contracción de la demanda privada. Las presiones deflacionarias, a su vez, harán subir el valor real de las deudas, empeorando el malestar general.
En un momento dado, la economía dejará de desacelerarse porque, gracias al abaratamiento de los bienes no transables, la exportación nuevamente será rentable y promoverá los bienes nacionales que compiten con las importaciones. Pero la pérdida del producto sería innecesariamente profunda. A medida que maduran las reformas estructurales, la economía recupera la competitividad, y la consiguiente escalada de la exportación estimula la demanda interna y reanima en parte al sector de los bienes no transables. El superávit comercial le permite al país reducir la deuda externa, y la recuperación de la recaudación tributaria sanea el balance del gobierno, restableciendo el acceso al financiamiento a través de los mercados.
Cómo evitar una pérdida excesiva del producto
¿Por qué es innecesariamente profunda la pérdida del producto? Como los precios se ajustan con lentitud mientras no hacen efecto las reformas estructurales, el tipo de cambio es inflexible y el financiamiento escasea, la carga recae inicialmente en el producto y el empleo. Esta pérdida excesiva del producto puede ser tan grave que daña la estructura social —lo cual constituye de por sí una pérdida profunda— y crea la impresión de riesgos políticos y de suspensión de pagos.
El financiamiento oficial ―por ejemplo, a través de un programa respaldado por el FMI― durante la transición económica que acompaña a la maduración de las reformas estructurales ayudará a evitar ese destino, junto con medidas encaminadas a reducir los precios de los bienes no transables. Indudablemente tendrá que haber condicionalidad para evitar que las reformas estructurales se queden estancadas. Esas reformas suelen ser difíciles y exigen que los gobierno realicen una inversión significativa de capital político. Por ende, el riesgo de una recaída estará presente durante algún tiempo.
La Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional están tratando de proporcionar financiamiento a numerosas economías europeas jaqueadas por la crisis y evitar pérdidas excesivas del producto. Un ajuste sin financiamiento podría fracasar y, aun si da resultado, impondrá un sacrificio innecesario, a menudo a los segmentos más vulnerables de la población.
Pero nadie debería creer tampoco en el espejismo de que el problema se puede resolver sin ajuste y sacrificio. De la misma manera que los mercados a veces consienten a los países financiando expectativas insostenibles, con demasiada frecuencia reaccionan y castigan excesivamente. Para cuando llega ese momento, la austeridad se convierte en una realidad perpetua.