(Versión en English)
La semana pasada asistí a la Reunión Anual del Banco Interamericano de Desarrollo en Montevideo, Uruguay, donde presenté un anticipo de las perspectivas de crecimiento de la región.
Si tuviera que resumir el telón de fondo mundial para América Latina en cuatro palabras, diría “favorable, pero aún riesgoso”. El entorno mundial es favorable por dos razones:
● Primero, algunos de los datos recientes son un poco más alentadores de lo esperado, sobre todos las cifras de empleo y actividad económica de Estados Unidos. En los mercados emergentes, el crecimiento sigue siendo bastante sólido. China, sobre todo, mantiene un buen desempeño, aunque el crecimiento se está enfriando y las exportaciones se han reducido un poco. El buen crecimiento de Asia respalda la demanda de los principales productos básicos que exporta América Latina, con lo cual los términos de intercambio se mantienen favorables.
● Segundo, las grandes economías han tomado algunas medidas de política importantes para respaldar el crecimiento y la estabilidad mundiales. En Europa, la operación de refinanciamiento a largo plazo del Banco Central Europeo ha aliviado las presiones de liquidez para los bancos y los entes soberanos europeos, y ha evitado un fuerte desapalancamiento que habría inhibido el crecimiento. Asimismo, el afianzamiento de los programas de ajuste fiscal y el avance en la resolución de las tensiones a las que se encuentra sometida Grecia han apuntalado la confianza. En Estados Unidos, la decisión de la Reserva Federal de prolongar hasta 2014 el compromiso de mantener las tasas de interés a niveles ultrabajos, junto con la prórroga de la reducción de los impuestos sobre la nómina y de las prestaciones por desempleo, están apuntalando la demanda y el empleo.
En términos generales, las condiciones y las perspectivas continúan siendo relativamente favorables para nuestra región. Los precios de las materias primas siguen siendo elevados, pese a algunos reveses recientes, gracias a la vigorosa demanda de los mercados emergentes. Las políticas monetarias laxas que se están aplicando en las grandes economías, y la abundancia de liquidez, hacen que las condiciones de financiamiento se mantengan favorables para los países más solventes. De hecho, el resurgimiento de una fuerte afluencia de capitales está creando nuevamente una indeseada presión al alza sobre los tipos de cambio de algunos países con sistemas financieros abiertos.
Brillar en medio de la penumbra
¿Qué significa todo esto para las perspectivas? De acuerdo con nuestros pronósticos globales de enero —y aquí debo señalar que las previsiones que publicaremos en la primavera probablemente no sean muy diferentes, aunque sí algo mejores—, el crecimiento de América Latina y el Caribe disminuirá de 4½% en 2011 a cerca de 3½% este año. Este 3½% está cerca de la tasa de crecimiento promedio de la región durante la última década.
A primera vista, esto parece decepcionante, pero teniendo en cuenta que el crecimiento de las grandes economías es tan moderado, se trata de un desempeño respetable para la región. Obviamente, las incertidumbres mundiales han sido un lastre para América Latina, pero aun así la mayoría de las economías están registrando un nivel de crecimiento cercano al potencial y están funcionando prácticamente a plena capacidad, como lo muestra el bajo desempleo, que en muchos casos se sitúa en niveles récord. La demanda y el crecimiento del crédito se han moderado, pero continúan expandiéndose con vigor, respaldados en algunos países por las instituciones financieras públicas. En términos generales, América Latina brilla en términos relativos en medio de la penumbra mundial.
Pero antes de que la región se dé por satisfecha, permítanme exponer con claridad las premisas en que se basan estas perspectivas. Hay tres supuestos clave, sobre todo para las perspectivas a corto plazo:
● Primero, Europa toma las medidas que aún faltan para resolver la crisis, entre las cuales se destacan la de reforzar el cortafuegos en torno a los países más vulnerables y la de quebrar la cadena de interacciones adversas entre los riesgos soberanos y financieros.
● Segundo, la política fiscal estadounidense encuentra el equilibrio adecuado entre la estabilidad a mediano plazo y el respaldo a corto plazo a la actividad.
● Tercero, las tensiones geopolíticas se mantienen contenidas, evitándose así un alza drástica y prolongada de los precios del petróleo.
Si alguno de estos supuestos no se cumpliera, los riesgos que conlleva podrían descarrilar la frágil recuperación mundial y desatar la volatilidad en los mercados financieros mundiales. Para América Latina, esto podría significar una caída de los precios de las materias primas, una menor demanda de productos de exportación y condiciones financieras menos favorables; es decir, una combinación tóxica para el crecimiento. Agregaría que un shock petrolero no solo comprimiría la demanda mundial, sino que también asestaría un golpe a los precios de los metales y los alimentos, que son exportaciones clave para la región.
Prioridades en materia de políticas
¿Qué deberían hacer las autoridades latinoamericanas frente a estas perspectivas y estos riesgos? En nuestra opinión, deberían tomar una serie de medidas:
● Continuar utilizando la política monetaria como primera línea de defensa frente a los riesgos, pero únicamente en los casos en que los marcos son creíbles y la inflación está bien anclada.
● Mantener la flexibilidad cambiaria, que es un amortiguador de probada eficacia.
● Continuar reconstituyendo las defensas fiscales para que la deuda pública regrese a los niveles previos al colapso de Lehman. Se debería evitar un estímulo fiscal prematuro, y cambiar de rumbo únicamente si se materializan riesgos extremos.
● Las políticas macroprudenciales deberían continuar siendo una herramienta más, pero no reemplazan a la aplicación de políticas macroeconómicas sólidas. Se las debería emplear para impedir que se acumulen vulnerabilidades en el sector financiero; si las condiciones empeoran, pueden servir para evitar presiones de financiamiento o liquidez.
● Se debería afianzar más la supervisión financiera (entre otras cosas, subsanando las brechas de información) para impedir que se formen burbujas en los mercados de crédito internos.
● Por último, en los países que aplican políticas fiscales y macroprudenciales adecuadas, pero que aun así enfrentan una excesiva afluencia de capitales, las medidas de gestión de los flujos de capital continúan siendo una opción.
Más allá de estos detalles, debemos reconocer que este es un momento excepcional para nuestra región, que ha dado muestras de su capacidad de resistencia en dos crisis graves, la de Lehman y la de la zona del euro. De hecho, los inversionistas han recompensado a los países de América Latina por su trayectoria de buena conducción de la política económica haciendo llover dinero en sus mercados, empujando al alza los tipos de cambio y, en algunos casos, creando riesgos de sobrecalentamiento.
Pero aunque este no es momento para preocuparse demasiado ni para poner en marcha políticas de estímulo prematuras, tampoco es momento para un optimismo excesivo ni para la autocomplacencia. Nuestra región aún es propensa a los ciclos de auge y colapso, y el crecimiento sostenido y vigoroso del crédito debería recordarnos que es necesario evitar los excesos financieros.
América Latina debería seguir siendo líder en el terreno de las políticas económicas, administrando bien las buenas épocas y preparándose para las malas, como ya señalé, lo cual es de por sí la mejor manera de lograr que las buenas épocas perduren.