Como si los problemas de los mercados laborales y de la vivienda no fueran de por sí graves para Estados Unidos, también están afectando a América Central y al Caribe.
Ya han pasado cinco años desde que se reventó la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos y tres desde que estalló la crisis financiera mundial. Sin embargo, en la mayor economía del mundo, la cual en el pasado superaba estos baches rápida y vigorosamente, el empleo y el producto apenas están creciendo. De hecho, el producto a mediados de 2011 creció tan solo un 1,6% con respecto al año anterior, y casi 14 millones de personas continúan desempleadas.
Es cierto que este deslucido desempeño económico obedece en parte a factores externos, en particular la incertidumbre que rodea a la prolongada crisis europea, y también a factores temporales relacionados con el terremoto en Japón. Sin embargo, a escala interna, la fragilidad de los balances de los hogares y el nivel persistentemente alto de desempleo han sido obstáculos importantes para el crecimiento. Esta última circunstancia está repercutiendo negativamente en muchos países de América Central y el Caribe, donde los flujos derivados de las remesas y el turismo de los trabajadores en Estados Unidos revisten importancia para las economías (véase la edición más reciente de Perspectivas económicas: Las Américas).
Fin del hogar dulce hogar
Los hogares estadounidenses han venido sintiendo ya desde hace algún tiempo los efectos del vapuleado mercado de la vivienda. Más de 10 millones de propietarios (de un total de 74 millones) han perdido sus hogares en ejecuciones hipotecarias desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, mientras que otros han visto descender los precios de sus inmuebles de una manera sin precedentes (más de 30% con respecto a los valores máximos). El resultado ha sido una pérdida de más de US$6,5 billones en patrimonio inmobiliario desde fines de 2006. Ante esta reducción de la riqueza, y dadas las inciertas perspectivas de los precios de la vivienda, los consumidores —el principal motor de crecimiento en Estados Unidos— han desacelerado considerablemente su consumo.
¿Busca trabajo? Vaya a la fila
Los consumidores estadounidenses también están ajustándose los cinturones debido a la elevada tasa de desempleo —que no logra alejarse del 9%—, y a la reducción de los salarios reales y a la gran incertidumbre con respecto a las perspectivas de empleo. El ingreso mediano de los hogares ha descendido a su nivel más bajo en más de 10 años y la tasa de pobreza ha subido a un nivel no registrado en 17 años, lo cual socava la confianza de los consumidores. Como más de un 40% de los desempleados, es decir, unos 5,9 millones de personas, han estado sin trabajo seis meses o más, y como unos 8,9 millones de personas están trabajando involuntariamente a tiempo parcial, cabe decir que el fenómeno ya no es tan solo cíclico; es posible que también estén interviniendo factores estructurales.
El desempleo a largo plazo es un factor crítico en este caso; es posible que muchos trabajadores desocupados se demoren más en encontrar trabajo porque ya no hay demanda de sus aptitudes o porque tienen que mudarse a otra parte del país con mejores perspectivas de empleo; este proceso es largo y lento, sobre todo si el mercado inmobiliario está paralizado. De hecho, según algunos de nuestros estudios anteriores, la tasa de desempleo podría ser 1¾ puntos porcentuales más alta que en otras épocas “normales” pasadas debido a las disparidades en las aptitudes de los trabajadores y los obstáculos en el mercado inmobiliario.
¡Adiós a las vacaciones!
Los problemas en los mercados laboral e inmobiliario en Estados Unidos están repercutiendo negativamente en los países vecinos de América Central y el Caribe, que dependen de las remesas y del turismo de Estados Unidos.
Como el gasto en turismo es suntuario y no esencial, los estadounidenses lo han reducido considerablemente: el gasto por turista en la región del Caribe ha descendido a niveles no observados desde 2004.
Mientras tanto, los inmigrantes hispanos han sufrido en forma desproporcionada el efecto que la desaceleración ha tenido en las remesas.
- La tasa de pobreza de los hispanos ha alcanzado un máximo no registrado en 13 años.
- El patrimonio inmobiliario mediano de los hispanos se ha reducido más de 50% desde 2005.
- El desempleo entre los hispanos es aproximadamente 2¼ puntos porcentuales más alto que el promedio, ya que la gran mayoría de ellos trabaja en los sectores más golpeados por la crisis financiera (construcción, extracción, transporte y servicios).
No debe sorprender, por lo tanto, que las remesas a América Central se hayan reducido de un promedio de 12½% del PIB en 2006 a alrededor del 10% en 2010.
¿Cuándo terminará el problema?
La solución del problema de los mercados laboral y de la vivienda de Estados Unidos ha sido una tarea complicada y de enormes proporciones, y la mayoría de los analistas ahora presagian una recuperación aún más prolongada en ambos frentes que hace seis meses.
En vista de que el débil mercado inmobiliario ha obstruido de manera persistente una recuperación más rápida de Estados Unidos, recientemente se dio a conocer una nueva iniciativa para facilitar el refinanciamiento de las hipotecas (de manera que los prestatarios puedan aprovechar los niveles históricamente bajos de las tasas de interés). Si bien fue una decisión acertada, dado el impacto negativo que el mercado inmobiliario tiene en la economía, se necesitan urgentemente medidas adicionales para ampliar los programas de modificación y refinanciamiento de las hipotecas.
Como las expectativas apuntan a una recuperación lenta en Estados Unidos, el futuro quizá depare días más difíciles para los países de América Latina y el Caribe que dependen mucho de las remesas y los flujos de turismo de Estados Unidos.
Si bien se espera que la debilidad de los mercados del trabajo y la vivienda en Estados Unidos persista por algún tiempo, los países de la región que dependen del turismo podrían empezar a atraer más turistas si explotan otros mercados (por ejemplo, América del Sur y Asia) y si ofrecen paquetes más competitivos. Mientras tanto, los países que reciben remesas podrían procurar diversificar su base de exportaciones con miras a depender menos de las economías avanzadas. Es probable que estos esfuerzos den fruto solo a mediano plazo, pero no es tarde para desde ya poner manos a la obra.